El hombre que vaticinó los viajes espaciales en el siglo XVII
Johannes Kepler nació en Weil der Stadt, Alemania, en 1571. Fue una figura clave en la revolución científica ocurrida entre los siglos XVI y XVII, y sus escritos matemáticos sentaron las bases de lo que hoy entendemos sobre el movimiento de los planetas alrededor del sol.
Entre los muchos escritos que dejó Kepler, hay un tratado científico especialmente interesante. Se trata de Somnium seu Astronomia Lunari («El Sueño o la Astronomía de la Luna»), de 1609.
El titular hace referencia al sueño que tuvo el astrónomo quien, tras observar la Luna, se queda profundamente dormido y sueña la historia del islandés Duracoto, vendido por su madre, Fiolxhilde, a un comerciante y llevado a la isla de Hven, Dinamarca.
Allí conoce a Tycho Brahe, quien le comparte conocimientos básicos de astronomía. Después de cinco años, Duracoto regresa a Islandia donde se reencuentra y reconcilia con su madre.
Esta le cuenta de sus tratos con ciertos espíritus (daemon), con los cuales ha viajado a multitud de lugares, y le han proporcionado información de otros sitios que no ha podido visitar. Estos seres, según el relato, son capaces de viajar entre la Tierra y la Luna a voluntad y con suma facilidad: lo hacen desplazándose entre las sombras que cada cuerpo celeste proyecta sobre el otro, durante los eclipses de sol y luna. En algunos viajes invitan a seres humanos -como el caso de Fiolxhilde-, aunque estos no están exentos de exponerse a riesgos para su integridad.
Muchos analistas de la época encontraron elementos autobigráficos en el escrito, e incluso llevó a las autoridades inquisitorias a arrestar y procesar a su madre, Katharina, por ser supuestamente una bruja, acusación de las que fue absuelta años después.
La Luna, astronomía y fantasía
Aunque el manuscrito gira en torno a fantásticos sueños, la narrativa no deja de tener fundamentos científicos, y es por ello que viene acompañado de importantes anotaciones dedicadas a explicar los fenómenos astronómicos visibles para un observador de la Luna, como lo era Kepler, y a la que sus habitantes (aparecidos también en sueños) llaman Levania.
Durante sus narraciones, la Tierra es llamada Volva.
La astronomía lunar de este científico tiene algunos elementos particularmente curiosos: por ejemplo, ya que la Luna da siempre la misma cara a la Tierra, los habitantes de esta la dividen en dos hemisferios, uno de ellos la cara visible que todos conocemos. A esta, los levanitas le llaman Subvolva (bajo la volva), y a la otra cara le llaman Privolva (al estar privado de la visión de la Volva).
Lo que para nosotros es un mes lunar, para los habitantes lunares es un día y una noche, lapso en que las estrellas fijas, vistas desde la luna, repiten su posición en el cielo. Durante ese tiempo los subvolvianos observan que la Volva pasa por fases que son opuestas a nuestras fases lunares: el plenivolvio coincide con la luna nueva, mientras que el novivolvio lo hace con la luna llena.
Las noches en las Subvolva no son totalmente oscuras, pues al tener lugar siempre en torno a la fase de plenivolvio, la Volva refleja algo de luz solar.
Así, y de forma casi fractal, los sueños de Kepler se van volviendo cada vez más complicados, pero resultan no ser otra cosa que un experimento mental, un Gedankenexperiment. Una de las críticas más fuertes a los postulados heliocentristas de Nicolás Copernico, era la aparente contradicción entre los dos movimientos de la Tierra -la rotación diaria y la traslación anual- y un suelo supuestamente firme bajo nuestros pies. «¿Cómo es que una esfera gigantesca viaja en el universo a 29,8 kilómetros por segundo, y nosotros no lo sentimos?», se burlaban sus críticos.
Con el Somnium, Kepler lleva al lector hasta la superficie de la Luna y lo convierte en observador desde una posición distinta. Desde allí se puede observar de forma imaginaria a los planetas del Sistema Solar, incluida la Tierra. ¿Cómo vería el cielo un astrónomo situado sobre un cuerpo celeste en movimiento? Porque sobre el movimiento de la Luna ni los aristotélicos más recalcitrantes podían albergar dudas.
Los levanitas eran testigos de fenómenos astronómicos muy distintos a los que observaría un terrícola, y eso es lo que Kepler quería que viéramos.
Pionero en ciencia ficción
Si bien la ciencia ficción apareció como género en el siglo XIX, con obras como Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley (1818), y De la Tierra a la Luna, de Julio Verne (1865), Kepler podría considerarse un visionario de su época, en la que se escribían novelas fantásticas de viajes en el mar, de travesías por tierra o de cruendas guerras, mientras que él fue el primero en plantear un viaje fuera del planeta.
El Somnium seu Astronomia Lunari es, sin duda alguna, un de las primeras obras de ciencia ficción, que además tiene el valor agregado de su respaldo científico, y no solo fue creado con el fin de entretener, sino que también pretende sacar a sus lectores de las zonas de confort y lugares comunes de la ignorancia científica.
«He demostrado que la órbita de un planeta es elíptica, y que el Sol, la fuente del movimiento, está en uno de los focos de esta elipse. Resulta así que cuando el planeta ha completado un cuarto de su circuito total, comenzando en el afelio, está a una distancia del Sol exactamente igual al promedio entre la distancia máxima en el afelio y la distancia mínima en el perihelio», dijo Kepler en un de sus documentos.
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