El edificio del Museo Zoológico fue antes un centro nocturno que sucumbió bajo la presión de sectores conservadores

De cabaré a museo

La construcción del inmueble comenzó a mediados de los años treinta. En los archivos de la Facultad de Arquitectura el programa original y los planos tienen fecha de 1932, firmados por el arquitecto José Mazzara, a quien corresponde la idea original con el cometido de una construcción para bar y restaurante.

Una publicación del desaparecido diario El Día, sostiene que «los gestores de la idea lo denominaron Bar Morisco y el responsable de su explotación era el empresario Visconti Romano, quien tenía una larga trayectoria en la explotación de este tipo de negocios, ya que durante años había sido responsable del mítico cabaré Royal Pigall ubicado en Reconquista y Bartolomé Mitre.

Sin embargo, el ingenio popular lo bautizó con el sugestivo título de «cabaré de la muerte» y por esta denominación aún lo recuerdan algunos octogenarios de hoy.

El edificio fue erigido sobre los fondos del Cementerio del Buceo, cuando éste aún no tenía el paredón que hoy lo rodea y en un predio donde, desde 1850 hasta 1910, funcionó la Morgue de Montevideo.

Recuerdos de bohemia

A comienzos de siglo todo se circunscribía a dos estilos de música: la típica y el jazz. Sin embargo ninguno de los músicos contactados recordó haber trabajado en el cabaré Morisco.

Osvaldo Carratú dice tener ochenta y siete años. Fue pianista de orquesta típica y se ganó la vida de esa forma en gran parte de su juventud.

Nunca pudo hacer escuchar los tangos de Arolas, Villoldo o De Caro en ese cabaré. Recuerda también que éste fue pensado como un lugar muy fino y elegante y que tuvo una vida muy corta ya que se levantaron muchas protestas por parte del clero y hubo presiones de sectores conservadores.

Bolívar Gutiérrez Cortinas confiesa tener más de ochenta años, saxofonista y trompetista, integró durante años una famosa agrupación de jazz denominada Indiana Pals. Manifiesta que nunca trabajó allí y sostiene que lo hizo en los dieciséis cabarés que había en aquellos años en Montevideo.

Tampoco recuerda algún colega que lo haya hecho y sostiene que por aquellos años eso era un descampado y estaba muy lejos del centro activo de Montevideo en lo referente a vida nocturna.

Considera que el «cabaré de la muerte» era parte del ingenio popular pero no recuerda su nombre original. Sostiene que su memoria le trae el recuerdo de un portero vestido como moro o árabe.

Por su parte, su hermano menor, Eduardo Gutiérrez Cortinas, conocido trompetista, recuerda haber pasado por allí a principios de los años cuarenta cuando, junto a otros colegas, iba en ómnibus alquilado a trabajar los fines de semana en los bailes del Hotel Carrasco. Pero nunca lo vio abierto y afirma no recordar algún compañero que le haya manifestado haber trabajado en ese local.

El maestro y director de orquesta César Zagnoli, que está por cumplir 90 años, evoca que en 1935 se vino a Montevideo desde su Durazno natal, trabajó en algunos lugares nocturnos durante varios meses y después se trasladó a Buenos Aires. Lo único que recuerda vagamente es haberlo sentido mencionar por algún colega.

El actual director del Museo, Jaime Hiriart, se ha interesado siempre por la historia del edificio y los diversas funciones que este tuvo. Considera muy difícil la posibilidad de que haya sido un cabaré. Sostiene que esta parte de la ciudad, en aquellos años era un descampado, que incluso no se había construido el paredón del cementerio, sólo existía un alambrado, por lo tanto los terrenos no estaban bien marcados y delimitados. «Tampoco en esta parte de la ciudad estaba construida la rambla, que llegaba hasta Pocitos. ¿Usted se imagina esto a mediado de los años treinta? Un edificio iluminado con las lámparas amarillentas de la época, a escasos metros de un cementerio, ni la torre tenía, ésta se construyó en 1940, con dificultades para llegar, las vías de tránsito más cercanas eran avenida Rivera y el camino de los Propios». Continuó expresando: «Nunca encontré un aviso que hable de algún espectáculo, de algún artista importante. Por otra parte nadie tiene una factura de consumición, un programa, un logotipo con el nombre del cabaré, una servilleta, un plato, y no conozco ningún músico que haya actuado en él. En lo personal creo que nunca fue ni bar, ni restaurante, ni cabaré», termina afirmando.

Hiriart recuerda una anécdota sucedida hace unos años. «Había llegado a Montevideo una delegación de Irán para comercializar la compra de carne ovina y la eventualidad de adquirir un frigorífico. Una tarde apareció un integrante de esa delegación muy indignado. Sostenía estar enterado de que se había cometido la irreverencia de convertir una mezquita en un museo.

No fue fácil explicarle a este señor que aquí nunca había existido un templo y que sus líneas parecidas a iglesias musulmanas eran producto de la imaginación y del capricho del arquitecto autor de la obra.

Ni se me ocurrió mencionarle el cometido de cabaré que muchos le asignan en sus inicios», nos dice Hiriart.

El director no tiene claro si el visitante se fue convencido después de los varios argumentos que manejó en esa oportunidad.

Sin embargo, más allá de lo que sostengan y recuerden los entrevistados, el diseño del local en su interior tiene una distribución pensada para un bar, restaurante o cabaré. Su techo conserva la decoración y la pintura original de los años en que fue construido al igual que los pisos, y en lo que se supone fueron sus salones principales se encuentra, en cada uno de ellos, unos espacios elevados a dos metros de altura del piso, que cumplían la función de escenarios y que por la década del treinta se denominaban en los cabaré «el palco de los músicos».

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