Se edita libro y CD con música que Carlos Páez Vilaró compuso hace 50 años para comparsas

Afrikandombe: retomando las raíces

Maldonado

Un efusivo y caluroso recibimiento por parte de los artistas precedieron al café y bromas. Algunas anécdotas y la identificación de amigos comunes nos llevaron naturalmente a otra habitación, donde un ventanal enorme atrapa con su visión casi pintada. El único límite que se plantea es el alcance de la vista. Mar y costa como en un sueño. Rutina para el dueño de casa, maravilla para mí. Con esfuerzo, volví mis ojos al libro que me alcanzaron: «Entre colores y tambores» (viaje desde la punta de la cerbatana, hasta la lonja del tamboril). El arte de tapa, con el sello inconfundible de Páez Vilaró, acerca a dos culturas con un tambor como mediador. Desde la solapa, María Dezuliani advierte: «Carlos Páez Vilaró, nos invita en este sugestivo libro a recorrer junto a él un largo viaje al interior de la negritud».

Inmediatamente fui a la contratapa del libro de donde extraje el CD Afrikandombe: Candombes Antiguos de Carlos Páez Vilaró. Carátula con arte similar al libro; mucha información sobre su contenido. El disco contiene 11 temas que Páez Vilaró compuso hace 50 años atrás para las comparsas lubolas de carnaval.

–¿Cómo? Carlos Páez Vilaró pintor, ceramista, boxeador, ciclista, constructor, músico participante de comparsas, pero… también compositor? ¿Cómo surgió esta faceta?

Creo que se le iluminó el rostro, a la par que sus ojos se achicaban como si con ello pudiera ver a través del tiempo. Y contó:

–Cuando comencé a salir con las comparsas me vinculé al camión recorriendo tablados y tocando, allí me di cuenta de que algunos compositores se alejaban de sus raíces y sonidos originales, se empezaba a desvirtuar el candombe. Estaba convencido de la necesidad de inyectar en agrupaciones como Añoranzas Negras que dirigía Antonio Lungo, la idea de que los candombes mantuvieran la raíz africana. Me atreví a componer algunos temas que respetaban esa idea. Hice muchas canciones utilizando ritmos y dialectos africanos.

Recuerdo que, como no sabía música, se los tarareaba a un amigo de Gardel de apellido Senez. El los escribía y Carlitos Warren los trasladaba a un desvencijado piano. O sea que gracias a eso, autodidacta en la música como en la pintura, pude registrar cerca de 40 o 50 temas.

Este año, no sé por qué causa, quizás porque viví una situación de riesgo –una afección al corazón–, se me ocurrió que había llegado el momento de agradecer a todos los que me ayudaron, entre ellos a la negritud de mi país. Por eso edifiqué un libro que se llama » Entre colores y tambores», que va a salir en estos días. En él cuento lo que viví y aprendí en medio siglo alrededor de las comparsas de negros de nuestro país. Pero también se edita «Afrikandombe», un disco en el que se rescatan aquellos viejos temas que estaban deambulando en la acústica de la ciudad. Aquí debo agradecer que Dios me pusiera en la mano el contacto con Mauricio Trobo, un talentoso músico uruguayo, un entusiasta creador de todas esas sinfonías que acompañan los candombes. Gracias a él pude refrescar esa música.

Afrikandombe: el encuentro Páez Vilaró Trobo y los secretos de la cocina

Las preguntas se amontonan en mis labios, pero Carlos no me da tiempo a realizarlas y va revelando detalles, características y anécdotas de este trabajo.

–Hace muchos años le pregunté a Ary Barroso, un gran compositor brasileño, por qué ganaba los concursos de carnaval… y me contestó que simplemente no hacía nada. Que en el morro, rescataba el canto de las mujeres que iban a lavar la ropa, o que llevaban a su chico o un cántaro en los brazos. Tomaba los aires musicales de esas negras y los transformaba después con toda su pasión. Así lograba las canciones que luego triunfaban. En este caso pasa casi lo mismo. Lo único que hice fue darle las canciones a un creador, que al mismo tiempo las amasó con sus sentimientos y le puso el condimento de los dos. A mí me gustaba la pimienta, a él el azúcar, pero como estábamos tan integrados, aceptamos los consejos uno del otro, porque nadie es dueño de la verdad, y logramos un resultado a satisfacción. Casi te diría que no nos importaría que el disco no tuviera difusión, haberlo logrado es suficiente.

El CD contiene abundante información sobre quiénes y con qué instrumentos intervienen en cada tema. La gran mayoría son vecinos de Maldonado. Carlos explica este punto, mirando a Mauricio con una sonrisa.

–Yo soy un convencido de que el arte habita en todos, y aquí en Maldonado hay una cantidad de valores que están escondidos. Fijate la grabadora de Trobo… Me impresionó, porque es tal la fidelidad, que está a la altura de las más grandes grabadoras de Buenos Aires, y sin embargo ocupa un sitio de 5m x 5. Pero el buen resultado no depende del tamaño, depende del talento, de quien la maneje.

Para mí este hallazgo fue fantástico, y se lo debo a Agustín Castro, un hombre muy generoso, colaborador del taller de Casapueblo. El posibilitó este contacto y trabajó arduamente en la producción del disco, por eso la foto de él, que es la única que va a perjudicar el disco, se encuentra también allí.

Risas de todos y Carlos que continúa:

–Trobo fue el inventor de coros que no existían, voces que trajo de los mercados, de la gente de la calle. Ximena González, la voz femenina que interviene en la mayoría de los temas es estudiante de abogacía, la voz de Candombe en la mata, Zulma Giallanella, se desempeña como guía de turismo, José Da Silva, cantante del grupo Horizonte de La Paz, es confitero. El guitarrista –Osvaldo García– es productor rural, Manolo Ferreiro es profesor de percusión. Todos son gente de la calle, vecinos que hacen música por el placer de hacerla y con mucho sentimiento.

Así que, con esa improvisación, sin buscar valores realmente notorios o de renombre para darle consagración al disco, logramos una cosa muy linda, y estamos muy felices. Vamos a dormir con una almohada de plumas y no de madera.

Trobo, el restaurador

Páez Vilaró reafirma la importancia de Mauricio Trobo en este proyecto.

–Mauricio es como es. La sinceridad se despierta a través de su barba y de sus ojos. Me sentí tan bien con él que no tuve vergüenza –a pesar de mis años– de ponerme a cantar como un chiquilín delante suyo, hasta te diría que bailando mientras entonaba. Y no sentí vergüenza porque sentí que era un hombre sincero que iba a poner todo su talento al servicio de lo mío, en un acto de generosidad que se compara al del restaurador. El restaurador es mucho más importante que el artista. El restaurador lucha para que tu obra siga a través de los siglos. ¿Te das cuenta?, él estaba poniendo toda su pasión, todo su talento al servicio mío. Desde el principio confié en él, a pesar de que era la primera vez que lo veía.

Mauricio Trobo (Las Piedras, 29/12/59), estudió piano desde los 5 años. Formó grupos musicales con amigos desde la escuela y el liceo, destacándose la Banda Belem, con la que actuó por más de 20 años en diferentes escenarios. Viajó a Europa, donde tocó con artistas de varios países, se desempeñó como arreglador y pianista del cantante portoalegrense Nei Lisboa, con quien grabó el CD titulado «Amem». Actualmente integra La Poliband@ (CD «T’a que ló») como pianista y cantante; ha compuesto músicas para Laura Canoura y otros artistas y desde su propio estudio de grabación se desempeña como técnico, arreglador y ejecutante en numerosos discos editados. Respetado por los músicos locales, nos cuenta la otra versión:

–Fueron muchas ho
ras dedicadas, pero incontadas. Si te ponés a contar el tiempo no podés concentrarte en la música que es una dimensión diferente. Carlos me citó por medio de Agustín para escribir dos músicas que estaban en su memoria, pero no estaban escritas. Cuando vine, agarró sus tambores y tarareó las músicas, las grabé en un casete, me fui a casa y las escribí para poder registrarlas. Cuando volví me mostró las otras y me contó de su sueño de editarlas. Escuchamos unas grabaciones de músicas étnicas africanas y me dice: ¡esto es lo que quiero! Con estos elementos rondando mi cabeza, le pedí la oportunidad de interpretar una de aquellas músicas. Días después las fue a escuchar y sentí que al hacerlo se emocionó. Le gustó el trabajo, se puso contentísimo y… bueno, arrancamos.

Carlos y el reencuentro con aquellos viejas canciones remozadas

–Cuando Mauricio me dijo: esto es lo que logré y puso la grabación… debo ser franco: ¡me ericé! No soy de los que se tapa la boca cuando bosteza. Entonces, abrí la boca y el grito poco menos lo escucharon allá en el Buceo… Para mí fue emocionante escuchar el Oye Ye Yumba, y ya me di cuenta que ahí estaba la línea. Me acerqué a Mauricio y apretándole el brazo –le debe doler todavía– le dije: me encantó lo que hiciste.

Páez Vilaró según Trobo

–Yo me acerqué aquí con un respeto y una curiosidad tremenda. Me sentí como un garbanzo al lado de un elefante. Pero encontré un ambiente familiar; mi abuelo era pintor, mi madre era pianista, en mi casa se lee mucho, estamos rodeados de libros. Es decir, se respira el mismo aire que aquí… Quiero destacar la tranquilidad, la amistad y la protección que se me brindó a lo largo de este proyecto. Libertad, apoyo, empuje y, además, el contagio de la energía que tiene este hombre. Te cansa de verlo… No duerme, está todo el día trabajando. Yo también tengo esa capacidad cuando estoy motivado, pero Carlos parece que vive inyectado de motivación. Y de muchas formas me lo transfirió. Cuando me metí en este proyecto dormí poco, no tenía sueño, no tenía hambre, no quería saber de nada, ni siquiera atendía el teléfono. Me metí a trabajar en eso todo el tiempo… O sea que logró inyectarme su veneno.

De instrumentos, sonoridades e inventos

Mauricio nos introduce en «la cocina» de Afrikandombe:

–En el transcurso de la grabación, se fueron buscando, se encontraron o se inventaron, sonidos e instrumentos. Utilizamos mucho instrumento no convencional.

Primero definimos el marco que iba a predominar, decidimos que fueran las voces y las percusiones como cosa que no envejece y que respeta las raíces. Después comenzamos la búsqueda de sonidos… Por naturaleza investigo sonidos. Vivo en mi casa golpeando cosas, todo suena. Carlos comenzó a golpear esculturas y buscó otras cosas. Yo fui tomando las que él dejaba y le encontraba otros sonidos… soplé… hice cornetas. Fue algo gracioso pero productivo. Después, mi hija y mi mujer comenzaron a colaborar. Todo servía: ollas, cacerolas, cucharas, caños, guitarras golpeadas con destornilladores, mi casa se transformó en una fábrica de sonidos. Si bien en Africa, la sonoridad debería ser más madera y cuero, nos atrevimos a mezclar. Carlos hizo muchas improvisaciones y dialectos, y cantó melodías. Yo me divertí llegando a la esencia del golpe del candombe, hice contragolpear el tambor piano por ejemplo, pero despojándolo del resto de los golpes y haciéndolo con otro instrumento. Hay guitarras tocadas normalmente, acordeón, piano acústico y poca cosa más. Para una persona que tenga un poco más de conocimientos musicales, lo que predomina son compases de 6 x 8, que respetan completamente la raíz africana.

Carlos y la música como factor de unidad

–Esto es como un homenaje a los ancestros, a la raíz africana. No te olvides que el negro en el Uruguay fue tremendamente generoso. No solamente en perdonarnos por todo el calvario que de alguna manera la colectividad blanca le hizo vivir, sino porque además nos ha brindado su música, nos regaló su llamada.

La última Llamada me sorprendió por lo siguiente: yo voy tocando en la cuerda de Juan Angel, miro hacia la derecha, y la platea está compuesta por una gran cantidad de muchachos negros que observan, y miro a mi izquierda y me doy cuenta que la cuerda mía está llena de muchachos blancos que tocan para esa platea.

Todo un símbolo de unidad, la música, el candombe ha terminado con el racismo. Yo pienso que cuando hablamos de racismo lo estamos creando –dice Carlos, mientras el gesto serio y atento de Mauricio se convierte en «eso, eso es lo justo. Totalmente de acuerdo».

–Las mil facetas de Páez Vilaró ¿lo convierten en un privilegiado?

–En realidad yo soy un audaz, me he zambullido en el océano sin saber nadar. Ese es el único mérito que tengo. Algunas cosas toqué en el piano bien y otras las toqué mal, pero de todas maneras me hice el gusto de hacerlas.

Hay gente que tiene miedo de tirarse, y esa misma gente se ofende cuando uno invade terrenos. He tenido muchas discusiones, muchas críticas, he tenido grandes puertas cerradas… pero como te decía, estoy en la vida nueva, estoy habitando un cuerpo viejo con motor nuevo.

El día mío tiene 48 horas, el mayor descanso mío es el trabajo, entonces voy para adelante con todo. Sin tratar de ofender, aunque hay gente que no lo entiende… Yo no soy arquitecto y me mandé este mamotreto: eso es insolente. Pero lo hice.

Carlos posa amistosamente su mano sobre el brazo de Mauricio. «Vamos a escuchar esa maravilla», dijo al tiempo que se ponía de pie y se encaminaba hacia un equipo de audio. Los tambores y dialectos se apoderaron del sol que entraba por aquel ventanal soñado y comenzaron a adueñarse de nuestros sentidos.

El mar, lejano, no permaneció indiferente, se balanceaba al ritmo cadencioso del candombe. Una energía latente y traviesa parecía adueñarse del lugar… ¿o siempre estuvo allí?

–A mí me entusiasmó el hecho de revivir aquellas canciones. No me gusta ver morir una planta. Y ahora lo estoy comprometiendo a Mauricio a cerrar el estudio y empezar a reconstruir otras cosas que hice antes.

Pero lo más maravilloso de este proyecto ha sido constatar que la libertad existe. Desde que Mauricio planteó el primer tema sentí como si hubiese dejado correr en total libertad un caballo. Darle la libertad total a Mauricio fue maravilloso. Yo sentí que él me comprendía y con su talento iba a hacer todo bien… traté de ni influir… cuando iba a escuchar lo que había hecho me quedaba tan feliz que pensaba: superó lo que yo hice, me voy a quedar tranquilo. Fue como si dejara que otro pintor pintara mi cuadro.

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