Para Graciela Rompani los fundadores de la UCB "quedaron muy lastimados" al perder el sublema en la Convención

"El Partido Colorado está en deuda con Pacheco", a quien habría que hacerle "un gran homenaje"

–Sus inquietudes sociales ¿vienen de lejos o son nuevas?

–Yo siempre traté a la política de una forma social. Es una actitud de servicio a la sociedad. Es que creo que la vida es servicio.

–De su padre, Santiago Rompani, ¿qué aprendió?

–Hay momentos en que pasa cualquier cosa y enseguida pienso que algo le estaría preguntando.

–Y hoy, ¿qué le preguntaría a su padre?

–¿Qué le preguntaría? En este momento no se me ocurre qué le podría preguntar. No sé… Papá dejó muchas enseñanzas, una de ellas es que hay que disfrutar la soberanía del instante. Y la verdad que cuando a uno lo golpea la vida –en dos años murió mi esposo, mi padre y mi hermano, todos hombres muy importantes en mi vida–, uno tiene que ver que el día está divino, que está el sol, que sale para todos. Lo que hay que aspirar es que el sol amanezca para todo el mundo, en el sentido general de la vida.

–¿Cómo se gana la vida?

–Hago uniformes para empresas. Es de lo que vivo, no con lo que puedo pagar mis deudas (se ríe).

–Su padre, Santiago Rompani, ¿fue canciller?

–Sí. Y estuvo en Naciones Unidas. En el gobierno de Sanguinetti estuvo cinco veces seguidas en la VI Comisión. Se la sabía todas. Recuerdo que cuando el conflicto de Las Malvinas en abril de 1982, lo llamaron a las ocho de la mañana y ya conocía los antecedentes. Yo no tenía ni idea del tema. Dos meses antes ya sospechaba que iba a haber un conflicto en Las Malvinas. Fue una persona muy estudiosa, impresionante. Una vez volvíamos de Casa de Gobierno, había sido el lanzamiento del libro «Luis Batlle, pensamiento y acción» que él había recopilado. Cuando salimos me pidió que lo dejara en la calle San José para hacer unas compras en una librería. Fue así que a casa llegó con tres libros. Usted lo llamaba a las nueve de la mañana y le preguntaba si había visto en el diario tal cosa, respondía que no había tenido tiempo de leer el diario porque desde las cinco de la mañana estaba estudiando.

–¿Usted conoció a Luis Batlle?

–Lo conocí poco. Yo era bastante chica, pero era una de esas personas que llenaban una estancia con su presencia. Esa era la impresión que me daba.

–¿Alguna vez estuvo en la quinta o en Suárez con él?

–No, estuvo en mi casa. Después lo vi en Florida, cuando yo ayudaba a papá en las elecciones.

–¿Conoció de joven a Jorge Batlle?

–Muy pocas veces antes de que muriera su padre. En 1966 fue la primera vez que lo vi.

–¿Pensó alguna vez que Jorge iba a ser presidente de la República?

–No, la verdad que no. El año pasado sí, lógico, no cabía dudas de que iba a ser presidente. Es más, cuando todos dudaban yo no tenía la más remota duda de que iba a serlo. Si hubiera jugado apuestas, bueno, je,je. ¿Qué tiene escondido en ese papel? (me dice señalando mi mano derecha).

–No, nada, no se preocupe, es mi guión.

–No, no me importa, igual no tengo problemas (se ríe).

–¿Cuándo conoció a Pacheco?

–¿Nunca se lo conté a usted? Sucede que a mí me gustaba políticamente, me encantaba pero no en lo personal. Cuando iba a venir, yo siempre había trabajado para Jorge Batlle porque siempre fui militante activa. Sobre todo trabajaba para papá. Por supuesto que voté la reelección de Pacheco, aunque si bien al principio no tenía ni idea de quién era. Cuando murió Gestido yo iba en un ascensor y dije «murió el Presidente, ¿quién conoce a Pacheco?». Y una persona que iba conmigo me dice: «Pacheco, gran muchacho, compañero mío del L’Avenir», «Bárbaro, estamos puestos le dije» (ríe a carcajadas, colocando su cabeza hacia atrás).

–¿Eso se lo contó a Pacheco alguna vez?

–Por supuesto, claro. Además esa persona era un amigo de verdad.

–Pero ¿cómo lo conoció?

–Antes de que Pacheco viniera en 1982, yo decidí trabajar para él. Entonces llamé a Ulysses Pereyra Reverbel y le dije lo que quería. Me invitó a ir a esperarlo al aeropuerto, pero no me interesaba. Cuando llegó yo estaba sentada en esa mesa, sola, y fui al aeropuerto a ver qué pasaba y me encontré que había muy poca gente, apenas un poco más de mil. Eso era tan espantoso que resolví ir a apoyarlo en serio. En ese momento pensé que después de diez años en el extranjero Pacheco debería estar mejor. Fui hasta la Avenida de las Américas, me quedé recostada en el auto, él pasó, saludó y a los dos días lo llamé. Y bueno, yo lo quería ayudar y él quería salir, no me lo dijo por supuesto, después todo se mezcló. Empecé a hacerle algunas reuniones con empresarios importantes y desde la primera reunión me dijo que iba a ser su secretaria. Y bueno, se mezcló todo y no sólo compartí sus ideas y filosofías, sino también su vida, como todos saben.

–Si recuerdo bien, usted vive con Pacheco en Paraguay…

–Sí, fue una estadía divina. Fui a ser feliz y lo fui. Mis cinco hijos quedaron acá, cuatro de ellos eran de 18 años para arriba y uno más chico. A éste le di a elegir y como él iba a un buen colegio que quería mucho se quedó acá. Fuimos por dos años y nos quedamos tres. Volvimos un 24 de junio de 1989, tres años después que nos casamos. Justo en esa feha.

–En este año se cumplen 20 años del plebiscito para reformar la Constitución por iniciativa militar, cuando Pacheco apoya el SI que no logra la mayoría. ¿Siempre se mantuvo convencido de que estuvo bien en apoyar aquella iniciativa?

–Sí, nunca se arrepintió porque dijo que era la manera más fácil de volver a la democracia, aunque fuera de a poco. Siempre estuvo convencido de que había hecho lo correcto.

–¿Cómo fue la relación de Pacheco con Bordaberry después de 1971?

–Tanto Pacheco como Bordaberry son personas muy educadas, muy caballerosos, que tenían una relación muy cordial. Casi no se veían, pero cuando se veían se trataban con una gran cordialidad y afecto.

–Seca, la respuesta…

–Es que no tengo otra cosa para decir, porque se vieron muy poco. Creo que la última vez que se vieron fue en la Asocación Rural, oportunidad en que se saludaron cordialmente.

–¿Quiénes fueron los amigos más íntimos de Pacheco?

–Ulysses Pereyra Reverbel, fue uno de ellos. Tuvo tantos amigos, que no quiero quedar en falta con muchos.

–¿Quiénes iban a su casa?

–Ulysses, también Magurno, hasta que sucedió un problema político con él.

–Yo le anuncié a Pacheco que Magurno se iba de la Unión Colorada y Batllista en Porto Alegre, durante el primer viaje de Sanguinetti a Brasil en su segundo mandato. Recuerdo que estaba almorzando en el palacio de gobierno de Río Grande del Sur, sentado junto a Marta Canessa. Esperé que terminara el postre –una crema con caramelo– y le dije «Magurno dejó la UCB, quiero su opinión». Me miró y me respondió: «El que se va, se va».

–Sí, yo tengo el recorte del diario. Con eso quiso decir que la puerta estaba abierta. Magurno, en realidad, se fue de la agrupación y no del sentimiento de Pacheco. Cuando ellos se veían, se abrazaban. A Magurno, que es muy sentimental, se le llenaban los ojos de lágrimas. Siempre lo trató de «mi jefe» o de «mi gran jefe».

–Si no me equivoco, en el día de su entierro se vio a Damiani, Magurno, Juan Carlos Bugallo, ¿quién más estuvo de sus amigos?

–Yo fui en el auto con Pereyra Reverbel y Magurno. Estaban todos los amigos. Sinceramente no quiero
nombrar a nadie, voy a quedar en falta con mucha gente.

–Entrando directamente al plano político, la veo a usted sentada junto a Hierro López en un acto de Ronald Pais en el Palacio Sud América. En estas últimas elecciones acompañó al sanguinettismo, ¿fue acompañada por el Foro Batllista en la última convención?

–Yo no esperaba nada. Hubo 47 votos y supongo que eran todos del Foro. No sé. Prefiero no decir nada. La verdad es que yo apoyo a Sanguinetti y me parece que es una persona absolutamente espectacular, un lujo como presidente. Es una persona derecha y leal.

–Pacheco fue un gran amigo de Sanguinetti…

–Muy amigos, muy amigos. El siempre lo iba a ver, casi todos los meses. Eran unas visitas con mucho cariño, fantásticas. Fue al sanatorio en dos oportunidades, con su señora Marta Canessa. Eran muy amigotes con Marta.

–¿De qué hablaban con la profesora Canessa?

–De cualquier cosa, porque con Marta se puede hablar de todo. Los dos de Peñarol, además. Aunque yo de Nacional.

–¿Qué sabor le dejó este conflicto con el ex diputado Iglesias?

–Nada, nada, es un tema laudado. Yo acompañé a un movimiento que, después de la muerte de Pacheco, quería reestructurar a la Unión Colorada y Batllista. Dije que sí y el ex diputado Iglesias cuando se enteró que yo iba a estar empezaron los problemas. Pereyra Reverbel dijo que si yo no estaba él no debía estar. Yo les pedí que me pusieran por ahí abajo. Pero esto ya es pasado… Yo sabía que después de las internas iba al muere, pero me consideré en el deber de defender nuestra postura hasta el último momento. Fuimos a la Convención y perdimos. Paciencia.

–¿Por qué peleó hasta el último momento?

–Es que yo tengo que defender lo que es mío y lo de mi grupo, a todos aquellos que fueron fundadores de la UCB, caso de Barbato, Pereyra Reverbel, Riani, Carnales, Damiani, todos. Todos ellos estaban con nosotros y yo no los podía desfraudar. Yo sólo fui la cara visible, la que peleaba y la que trabajaba.

–¿Cuándo cree usted que Iglesias aparece en la UCB?

–Yo no tengo ni idea. Yo lo veía mucho con los custodias de Pacheco. Veía que era amigo de ellos. Nunca le pregunté si a Iglesias lo conocía de antes. No tengo ni idea cuándo se integró a la UCB,

–Pero iba a su casa, en vida de Pacheco.

–Sí, sí, le he dicho que iba con los custodias. A lo último iba más seguido, cuando hizo la lista en 1994, porque era amigo de Pacheco Klein.

–¿Cómo se lleva con Pacheco Klein?

–Tengo una relación cordial, es el hijo de mi marido.

–¿Qué sintió ese grupo fundador cuando perdió en la Convención?

–Esa gente quedó muy triste, sí. En lo personal es una cosa laudada. Estoy con mucha paz, porque ya era algo muy viciado, muy peleado. Esa agente quedó muy lastimada. Vamos a seguir con nuestras reuniones de los martes en la Casa del Partido Colorado, porque tenemos el teléfono cortado en la casa de Pacheco, es que no tenemos plata. Ya estamos manejando algún nombre para el movimiento.

–La palabra «Pacheco» debe estar en algún lado..

–No sé, no quiero adelantar nada. Vamos a tener nuestra propia identidad, vamos a hacer lo mejor para el Partido Colorado, trabajando siempre con un sublema propio. Por supuesto que nos acercamos más a la figura de Sanguinetti.

–¿Usted no cree que Pacheco merece un gran homenaje del Partido Colorado?

–Como no, por supuesto que sí.

–¿Está en deuda el Partido Colorado con Pacheco?

–Sí, el Partido Colorado está en deuda con Pacheco.

–¿No falta un busto de Pacheco en esa casa?

–En realidad se le puso un cuadro. Fantástico. Siempre se va a estar en falta con Pacheco. Lo que pasa que cada cosa en su momento. También una calle podría llevar su nombre, aunque me maten los ediles que defienden el actual nomenclátor.

–Si fuera una calle, ¿en qué barrio le gustaría?

–Lo tengo pensado, pero prefiero no decirlo porque lo publica. Tengo pensado hasta cómo debe ser la estatua, que la veo en la calle.

–¿Cómo sería?

–Parado.

–Como Batlle, como Herrera…

–No, como Pacheco..

«Mi primer tango con Pacheco»

–Esos cuadros son suyos, los compró con Pacheco…

–Esta casa es de mi matrimonio anterior, del que tengo cinco hijos. En esa pared hay cuadros míos, hay bastantes que fueron regalos cuando nos casamos. Todos los de abajo los compré yo, también hay otro de Vicente Martín, ahí (señala al centro de la pared Este de la casa). La verdad que Pacheco no tenía muchas cosas.

–¿Era muy austero?

–Muy generoso, muy generoso.

–¿Con quién?

–Con todos, era una persona muy desprendida. No amorralaba cuestiones materiales…

–¿Usted escribe?

–Sí, ¿no leyó las cosas divinas que escribo?

–¿Poemas?

–Noooo…

–¿Por qué noooo…?

–Una vez hice en verso todos los alcaloides para la clase de química y saqué sobresaliente (se ríe). Es el único verso que hice en mi vida. Escribí un libro después que llegué de Paraguay, pero nunca lo edité. Se llamaba «Hechos y Propuestas», era sobre Pacheco de cara a las elecciones de 1989, pero cada vez que lo leía me parecía peor. Por eso nunca lo edité.

–¿Usted escucha a Zitarrosa?

–No.

– Le pregunto porque Zitarrosa no lo quería nada a Pacheco.

–Seguramente. Si lo hubiera visto después de todo lo que pasó, a Pacheco lo hubiera querido como tanta otra gente. O respetado.

–¿No lo escucha porque no le gusta o porque no quería a Pacheco?

–No, por favor, no. Cómo voy a pensar eso. De ninguna manera. Yo adoro la música, me apasiona.

–¿Qué música?

–Me gusta todo. Me apasionó la película Buena Vista Social Club, que la vi tres veces. La música de esa película es hermosa.

–¿Le gusta cuando está alegre o cuando está triste?

–Me gusta siempre. Usted se muere: en el auto escucho merengue, salsa, ópera… Carmen.

–¿Baila?

–Sí. Bailo tango, también.

–¿Pacheco bailaba tango?

–Sí, divino. Sensacional.

–¿Recuerda una noche bailando tango con Pacheco?

–La primera vez que bailamos tango fue un martes en la calle Riachuelo, en el Club Alemán de Remo, en la parte de arriba. Fuimos con el brigadier Sena y su señora Laura. Esa fue la primera vez.

–¿Pacheco cantaba?

–Más o menos. A veces sí. Cantaba cuando estaba en un momento divertido, lo hacía como reacción a un sentimiento.

–Si usted quería dejarlo contento ¿qué hacía, qué era lo que más le gustaba?

–Lo que más le gustaba era que no se le perturbara la paz.

–¿Se ponía de mal humor si se le interrumpía su paz?

–No, jamás. Y eso que yo le estoy hablando de una relación de 16 años; yo fui el cuarto matrimonio.

–¿Usted es difícil como esposa?

–Soy bárbara, fantástica.

–¿Y por qué cree que es fantástica?

–Y porque sí, porque quiero a la persona y me llevo bien.

Mujica, Vázquez, Seregni y Hierro

–En los últimos años, ¿Pacheco odiaba a alguien en particular?

–No, no. Cómo iba a gastar energía en eso.

–¿Usted se encontró alguna vez con Mujica o con Fernández Huidobro?

–Una vez en el ascensor del Pala
cio Legislativo subí con Mujica y tá.

–¿Qué quiere decir con «tá»?

–Tá, que no pasó nada, yo que sé. El miraba para abajo, seguramente no me vio. Yo lo vi.

–¿Estaría dispuesto a saludarlo?

–Por qué no, cómo no lo voy a saludar.

–¿Pacheco hablaba de los tupamaros?

–No, eso ya era una cuestión histórica. Cada uno fue como fue y cada uno se conoce sus puntos. Yo estoy segura que si Mujica venía y se le acercaba, lo saludaba. No tenga la menor duda. No se olvide que recibió a Tabaré Vázquez en casa, que diez años antes hubiera sido de ciencia ficción.

–¿Vázquez fue al hospital a verlo?

–No. Arana sí. En el velorio estuvo Lacalle, Seregni, quien tuvo problemas por eso.

–¿Qué sintió cuando Seregni dijo que Pacheco estuvo del lado de las instituciones?

–Sentí que dijo la verdad. Si eso es verdad (se pone seria). Me pareció un gesto de nobleza, no podría decir que me sorprendió, pero puedo decir que me gratificó. Es que cuando las aguas se van calmando, las cosas se ven con otra dimensión.

Mire que Pacheco también tuvo adversarios dentro y fuera del Partido Colorado. Me acuerdo que el padre de Luis Hierro López, Hierro Gambardella, estuvo distanciado por el voto del Sí y el No. Y una vez entramos a lo de Paco, en la Giraldita, y allí se encontraron los dos. Se dieron un gran abrazo y nos quedamos charlando toda la noche. El tiempo los hizo darse un abrazo, porque al fin y al cabo eran dos personas de un mismo partido que habían sido amigos.

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