El "caso Aldo Perrini Guala" conmocionó a Colonia
Luis A. Carro
Tras más de dos décadas de silencio impenetrable en torno al tema, LA REPUBLICA volvió a echar luz sobre el caso de Aldo Perrini Guala, un comerciante de Carmelo que durante su detención en el cuartel de Colonia, a comienzos de los años 70, falleció a causa de los apremios físicos a los que fuera sometido.
Nuestra crónica de la semana pasada –surgida a partir de la inclusión del nombre de Perrini en una extensa lista de víctimas que confeccionó la recientemente creada Comisión de Familiares de Asesinados por Razones Políticas– agitó los recuerdos de ciudadanos de este departamento que, aunque sin estar vinculados entre ellos, tuvieron, por vías diferentes, conocimiento de aquel acto de barbarie.
«Felicito a LA REPUBLICA por su actitud permanente para evitar lo peor que nos puede pasar como sociedad: el olvido», comenzó señalando en la mañana de ayer, pocas hora después que la información sobre el caso Perrini ganara la calle, quien se identificó como «alguien que también estuvo detenido junto con Aldo por aquel entonces».
Nuestro informante –cuya identidad mantenemos en reserva– es oriundo de Carmelo y desde hace varios años reside en Montevideo, donde desarrolla actividades comerciales. Su testimonio permitió comprender en toda su magnitud tanto el horror que desembocó en la muerte de Perrini Guala como el contexto en que el hecho ocurrió, a la vez que formuló algunas importantes puntualizaciones cronológicas.
«En 1972 hubo en Carmelo una primera ola de represión contra ciudadanos vinculados al MLN –explicó–. Posteriormente, en 1974, ya con la dictadura encima, hubo un segundo embate del aparato militar contra nuestra ciudad; pero esa vez estuvo dirigido en su mayoría a gente joven, que sólo tenía una ideología política de izquierda y su único compromiso había sido a la hora de votar».
«Estas detenciones que se produjeron en Carmelo coincidieron con otros procedimientos similares que se hicieron en Treinta y Tres y Paysandú, y fue en ese marco que condujeron a Perrini al cuartel de Colonia».
Comentó la fuente que «aquello era absurdo; los militares sabían que con nosotros no habían encontrado nada de nada, a tal punto que años después me enteré que este caso había sido muy sonado fuera del país.
Le decían Disneylandia, por que era puro cuento. Lo terrible es que esa historia fue producto de la tortura. Con tal de terminar con aquella pesadilla, cualquiera podía llegar a afirmar que había matado a su propia madre…»
El compañero de cautiverio de Perrini no vacila al definirlo: «Tenía no más de treinta años, era adherente al Frente Amplio y votaba a la Lista 1001. Ese fue el único prontuario que descubrió el Ejército». Tampoco tiene dudas sobre las causas de su deceso: «No soportó la tortura; después pretendieron agrandar la novela diciendo que por culpa del cigarrillo había sufrido una afección cardíaca, pero Aldo nunca fumó…». La voz del informante se entrecorta cuando evoca: «Lo devolvieron a su familia metido en un cajón cerrado, con orden terminante de no abrirlo». «¿Quiere saber algo más? El mismo militar que entregó el cadáver a sus deudos fue el que lo mató en la sala de torturas», aseguró el informante.
Por otra parte, otra fuente consultada en Colonia del Sacramento hurgó en su memoria, tras varias evasivas, y comentó: «A Perrini lo mataron de noche en el cuartel; la unidad estaba a cargo del coronel Boscan Hontou, y en el mismo momento en que se produjo el hecho, el militar estaba en un domicilio particular, compartiendo un asado con un grupo bastante grande de civiles».
«De repente –añadió– golpearon a la puerta de calle y al abrir estaba un soldado que pidió hablar con Hontou. Este se reunió aparte con el mensajero y al cabo de unos minutos volvió al salón y dijo lacónico: «Voy a tener que retirarse, se armó problema allá (en el cuartel)».
«Llevaron el cuerpo a Montevideo, tratando de que en el Hospital Militar les taparan el desastre, pero allá les dijeron que no: ‘no nos tiren un problema de ustedes’. Y tuvieron que volver y arreglar todo acá».
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