Venezuela: el dilema moral de la izquierda latinoamericana
La tormenta de la historia tronó en las llanuras de Simón Bolívar. Las elecciones en Venezuela están dividiendo a la izquierda latinoamericana. El problema es quién decide quién ganó. ¿Es acaso legítimo que lo decida uno de los 9 partidos de oposición, sin presentar legalmente las pruebas fidedignas de su triunfo? ¿Es legítimo que lo decida la Corte Electoral integrada por oficialismo y oposición y la Corte Suprema de Justicia, únicos autorizados por la Constitución de ese país, órganos acusados por la oposición de ser parciales? ¿Quién debe decidir en estos comicios que hasta la noche de la elección fueron pacíficos y sin cuestionamiento alguno? Decir que decide el pueblo es no decir nada porque de lo que se trata es precisamente saber qué votó el pueblo.
Es difícil para aquellas organizaciones de izquierda que sostienen que no hubo fraude en Venezuela, admitir su existencia, porque los organismos constitucionales legitimados por la Carta Magna que diseñó las elecciones ya pronunciaron un ganador. Es lo que ocurrió con relevantes denuncias de fraude en el mundo, como las incoadas por Al Gore contra Bush, por Trump contra Biden, con Bolsonaro contra Lula, sin olvidarnos del denunciado fraude de 1971 en Uruguay, reclamado por el wilsonismo contra Bordaberry. Todos los denunciantes acataron lo resuelto por los órganos constitucionales. Con fraude o sin él, todos los órganos dictaron su inapelable resolución y los denunciantes acataron. La excepción mundial parece ser Venezuela, donde los órganos constitucionales que rigen las elecciones no son tomados en cuenta.
Por otra parte es la única elección en el mundo donde decenas de países y todos los medios del orbe se pronuncian a favor o en contra de si hubo o no fraude, como si se tratara de los preparativos de una tercera devastación bélica mundial. ¿Será acaso porque ese territorio esconde las reservas comprobadas de hidrocarburos más grande del mundo? ¿O será porque en ese país creció un experimento revolucionario distinto a la vía armada de Lenín o Fidel Castro, y distinto a la vía pacífica de Salvador Allende? ¿O será porque es la primera vez que la izquierda llega al poder por la vía pacífica, pero también por primera vez, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, sin que éstas sean golpistas? No creo en la sinceridad de ninguno de los gobiernos o medios de prensa que ubicaron en el primer lugar del orden del día mundial el fraude en Venezuela. Sí creo en las objeciones sinceras que organizaciones y gobiernos de izquierda han reclamado al actual conductor del proceso revolucionario bolivariano, que despeje con claridad todas las dudas sembradas por los enemigos del socialismo venezolano.
La encrucijada de la izquierda sobre Venezuela no es fácil de resolver. Por un lado la revolución chavista de 1999 que sorprendió al mundo y terminó con 40 años de gobiernos oligárquicos sostenidos por el Pacto de Punto Fijo de 1958, intentando destruir el edificio de la desigualdad aplicando la pedagogía de la emancipación. Una revolución que soportó 936 sanciones que le robaron 642 mil millones de dólares y todo el oro depositado en Londrés y que pese a ello realizó el milagro agrario de la soberanía alimentaria, el pleno empleo y este año el crecimiento económico más importante de América Latina y una inflación más baja que la uruguaya. Y lo que es más importante el apoyo incondicional a los más vulnerables y el haber ganado con solo una elección objetada, 28 de las 30 elecciones pasadas, convocadas por el gobierno más plebiscitario del mundo. Y en el otro extremo del dilema, la peor oposición posible de una ultraderecha conducida por una golpista confesa del putch de 2002 y convocante de la invasión de tropas extranjeras en su propio país, quien designó como su candidato a quien participó de los asesinatos en El Salvador, del Cardenal Romero, 2 monjas y 9 jesuitas.
En esta dicotomía la opción de izquierda parece fácil, pero no lo es porque los cromosomas de la izquierda requieren el apoyo de las mayorías y ésta ha sido cuestionada por la derecha más rancia y sin pruebas, pero la sospecha aun sobrevuela en las sombras, porque no han sido publicadas las actas, mesa por mesa. Y esa demora ensombrece el proceso electoral. La patología de esa sospecha requiere cirugía precisa para ser extirpada. La izquierda a diferencia de la derecha, es transparencia, honestidad política, poder apoyado por las mayorías y si hay sospechas las destruye no solo con la legalidad de la Corte Electoral y la Corte Suprema, sino con las actas en la mano. He aquí el dilema moral de la izquierda latinoamericana, excluyo de este dilema al presidente de Chile, que de izquierda solo le queda el lugar de su órgano cardíaco.
Por el aporte histórico del sorprendente Hugo Chávez Frías, por la profundización del inesperado proceso bolivariano, por la credibilidad de la utopía igualitaria de la izquierda latinoamericana, es imperioso pulverizar documentalmente la inclemente sospecha que nos hiere.
Recordemos con Rosa Luxemburgo que “luchamos por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Y sigo creyendo que el humanismo socialista sigue siendo el horizonte insuperable de nuestro tiempo. Por ello es inevitable que resplandezca sin lugar a dudas, la legitimidad de los comicios venezolanos.
Pese a todo sigo dándole la espalda al pesimismo.
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