Robert Llimós, el pintor que conoció a los aliens y se convirtió en su retratista
Un día estaba mirando para el cielo y, de pronto, se posó arriba de él un platillo volador. Desde entonces se ha propuesto ser el retratista de una supuesta raza alienígena que, asegura, nos han visitado por largo tiempo.
Robert Llimós asegura que tiene la obligación de contar una historia de amistad y de amor. Su entrega incondicional al arte lo llevo a un camino que nunca creyó transitar.
Según él, en 2009 se encontraba en las dunas de una oscura y solitaria playa de Fortaleza, Brasil, y de pronto lo visitaron extraterrestres en una nave espacial, propiciando un «encuentro cercano del tercer tipo», o sea que tuvo acercamiento especial con ellos.
Habían dos personas humanoides detrás de una ventana del vehículo que le observaban, cuyas características ha empezado a describir con bastante precisión.
Desde entonces, su producción pictórica y plástica se centra en aquella experiencia sobrenatural, con aquellos personajes a los que llamó «reptilianos».
Contando una historia que nadie le cree
Llimós ha intentado explicar su experiencia por medio de su arte, pero la crítica, por poco, y ni le ha puesto atención. Esto a pesar de que es un artista consagrado, con pinturas en museos de todo el mundo, con esculturas en plazas y paseos de decenas de ciudades del mundo.
Cree que fue «escogido» por aquellos visitantes extraplanetarios, y que se trató de un encuentro planeado por estos. “Me eligieron a mí. Querían que yo les viera para darlos a conocer al mundo, comunicar su existencia. Pero la CIA y la NASA no quieren que esto se sepa y lo ocultan. A la Iglesia tampoco les viene bien, imagínate», asegura.
Sus compradores de arte habituales no entendían nada cuando hizo ese cambio a pintar alienígenas verdes y con una piel cuasiescamosa. Su lienzo más grande vale 26.000 euros, y dice que «es un cuadro para entrar en El Prado». “Lo que le hace falta al Prado es un OVNI, ya verás. Todo el arte debería abrirse a esta pintura”, asegura, pero los refinados gustos de los compradores, subastadores, museos y salas de exhibición se niegan a recibirlo.
Los viejos conocidos ahora lo rechazan: el Museu d’Art Contemporani de Barcelona, Museu Nacional d’Art de Catalunya y el Museo Reina Sofía -en donde ya hay obras suyas expuestas o en la colección- no están dispuestos a colgar en sus elegantes paredes un Llimós de las nuevas colecciones.
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