De Rebencazos, glifosato y otras yerbas
Me disculparán, pero me cuesta empatizar con ellos.
Me cuesta toda una historia hecha a rebencazos sobre el lomo de cualquier entenado y hocicante de turno. Me cuesta creerles. Me cuesta que me apesten a glifosato sin que se les tiemble una uña y sin más derecho que a aplaudir y no olvidarme de enaltecer la hermosa patria campera.
Me cuesta las generaciones y más generaciones que llevan especulando con las dos manzanas, el litro de leche y los tres garrones secos y duros que si todo sale bien me dejarán comprarles. Lo lamento; esa solidaridad me cuesta. Más con quienes año a año saquean el mismo banco al que siempre de alguna forma tengo que financiarle los clavos de diez, mil o un millón de cuotas de cuanto crédito se les antojó exigir, tomar y no pagar sin remate, sin ejecución, sin mora mientras lucho como perro para pagar la luz esquivando 4 cuadras de jubilados que infartan de a poquito bajo el sol de diciembre ante las puertas de ese mismo banco, picando vereda y suspirando por ese préstamo de dos pesos que vaya que si pagarán hasta el último centésimo hasta su muerte y por las dudas, también la de sus viudas.
Me cuesta. Se me complica mucho. Mucho porque también sé que me desprecian no teniendo problema alguno en decirlo las veces que sean necesarias. Porque sé que esa “sacrificada gente del campo que bajo lluvia, helada o 57 grados a la sombra, etc, etc, etc” miró, mira y mirará por encima del hombro al tachero cualunque que metió 16 horas comiéndose todo el monóxido de carbono de General Flores; al maestro lleno de derrota y ruido a balazos que vuelve de tardecita arriba de un 405 o esa otra que siente las varices reventar ácido luego de 12 horas detrás de una caja registradora.
No. No les puedo creer.
Menos que menos si pasando un poco de lija fina aparecen docenas de dirigentes blancos de segunda línea fogoneando «el campo sin colores políticos», llamando poco menos que al alzamiento y echándole la culpa al Mides y a «los vagos que no trabajan», menos aún cuando se dibujan con claridad todas las estrategias de diseño político y comunicacional usadas punto por punto por el Macrismo durante 2008 y 2009 en su lock-out rural más toda la fetidez feudal del Saravismo recocinado en Durán Barba.
Menos todavía si sé que después de comerse bien comidas 12 años de vacas obesas y a “550 dólares la tonelada de soja puesta en destino” chillan como posesos porque les subió el gasoil y eso ataca su dichosa “Rentabilidad”.
Lo siento, no les creo.
No les creo nada. Absolutamente nada.
No les creo porque además en el fondo de muchas de sus cabezas, las alambradas que dividen su mundo se llaman “Patrón” y “Gente bien”; “Comunista” y “Pichi”.
Así que si quieren mi apoyo, que me muestren la billetera y la heladera. Que la abran y que me dejen ver qué y cuánto hay. Que me muestren sus tripas roncando, sus harapos y sus hijos desnutridos de ojos redondos y brillantes como bolitas. Que me vengan a llorar de pobres, bien de pobres con sus pelos grasientos y amarronados, oliendo a torta frita.
Compartí tu opinión con toda la comunidad