A dos semanas del retrete de la historia
La nación artiguista tiene solo dos semanas de plazo para evitar que heridas sin cicatrizar sean absorbidas por el retrete de la historia, cuando el 1º de noviembre una Suprema Corte que extravió el camino de la Carta Magna internacional aplique la prescripción y deje impunes a los más horrendos crímenes cometidos por una dictadura que no respetó ni a mujeres, ni a niños, ni a patriotas desarmados, exhibiendo una ferocidad estatal sin precedentes en la peripecia uruguaya.
Sin embargo este dilema moral que ha envejecido precozmente a la izquierda uruguaya, que no supo encontrar los caminos posibles para extirpar con cirugía ciudadana el cáncer de la ley de impunidad que infectó nuestro cuerpo social y jurídico, parece a escasos días de la libertad de los asesinos seriales, dispuesta a presentarse ante los representantes del pueblo pidiéndoles que sancionen la única salida decente: declarar que las desapariciones forzadas, los asesinatos, las torturas, las violaciones, los secuestros de infantes, cometidos por el gobierno de facto, son delitos de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles, e inindultables y no sujetos a amnistía alguna.
Quedaría cerrada de esta manera la etapa de sombras nacida el 22 de diciembre de 1986, cuando el Partido Conservador en el poder (colorados y sus aliados blancos), desconfiaron de la fuerza del pueblo, no evaluaron las condiciones subjetivas y objetivas que impedían el chantaje militar, no procedieron a arrestar al general Medina, confeso torturador, y sancionaron el corpus legal más aberrante e inconstitucional de nuestra peripecia como nación. Sancionada en nuestro Capitolio la fórmula de la decencia, la digestión de esta infame historia habría culminado. Atrás quedarían los errores de una izquierda fatigada y dividida entre buenos y… buenos, los del «ni olvido, ni perdón», los del «ni olvido, ni perdón sin un previo acto de contricción» y los partidarios de la utopía salvífica que cree que el pasado quedará enterrado mediante un auto de fe, una catarsis de perdón mutuo donde se confunden víctimas y victimarios, una especie de purificación del Jordán, sin expulsión del Paraíso. Tengo muchos y entrañables amigos en esta última de las opciones, son hombres y mujeres auténticos de una entereza envidiable, gozan de la legitimación activa de encontrarse entre quienes más sufrieron las sevicias inenarrables de la banda uniformada. Empero, están equivocados. Pretenden ser alfareros de pueblos, sumando consensos y restando diferencias. No saben que aran en el mar. Cuando Chicho Michelini finalmente me «convenció» de lanzar a la lucha por el plebiscito contra la Ley de Caducidad al diario LA REPÚBLICA y a todo el Multimedio, lo hice tardíamente, sin convicción, por los peligros de inoportunidad que después nos maniataron y porque los crímenes de lesa humanidad no pueden ser plebiscitados. Seguirán siendo crímenes aunque una porción mayoritaria del pueblo diga lo contrario en momentos de opciones desconcertantes, fuera de tiempo y lugar. A ese error siguieron todos los demás ya conocidos. Finalmente se impone el sentido común, de la declaración de imprescriptibilidad sobre la que hay consenso y sobre la que no pesa la espada de Damocles de la inconstitucionalidad.Después vendrán los juicios, sin la contaminación de la venganza, y no tanto por el justo castigo humano a conductas inhumanas, sino como conservación del patrimonio ético de nuestra sociedad, para las generaciones futuras y como advertencia a pichones de pretorianos que toda comunidad incuba en su seno. Porque la historia universal nos ha enseñado que la loba que parió a la bestia, vuelve siempre a estar en celo.
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