Ucrania y la miopía geopolítica de Biden
La exrepública soviética de Ucrania tendría una población cercana a los 50 millones de habitantes y estaría marcada por el estigma del enfrentamiento crónico entre las tendencias filo y fobio rusas. La agudización de las tensiones latentes entre el oficialismo filoruso y la oposición filoccidental se desataron tras la decisión del Gobierno ucraniano de “interrumpir los preparativos” de la firma de un acuerdo de asociación y libre comercio con la Unión Europea (UE), convenio que tenía previsto firmarse en la Cumbre de Vilna y que preveía la integración de Ucrania, Moldavia, Georgia y Ucrania según los acuerdos de la cumbre de Praga del 2009.
La nueva cartografía de Ucrania
El mar de Azov es crucial para las exportaciones de cereales y acero que se producen en el este de Ucrania, pues está unido al mar Negro por el estrecho de Kerch y de ahí los barcos pueden navegar hacia cualquier parte del mundo y el objetivo último de Putin sería, según fuentes ucranianas, “lograr la asfixia económica de los puertos ucranianos bañados por el Mar de Azov y terminar expulsando a Ucrania de sus propios territorios”, con lo que el control absoluto del Mar de Azov pasaría a manos rusas.
La crisis de Crimea habría significado el retorno de la Doctrina Brézhnev (también llamada doctrina de la soberanía limitada), que instauró que “Rusia tiene derecho a intervenir incluso militarmente en asuntos internos de los países de su área de influencia”, instaurando una red de anillos orbitales que gravitarán sobre la égida rusa, regida por autócratas que solo obedecen ciegamente los dictados de su amo Putin y entre los que descollarían el líder checheno, Ramzán Kadyrov, el bielorruso, Alexander Lukashenko, y el kazajo Kassym-Jomart Tokayev.
Así, conjugando hábilmente la ayuda a minorías étnicas rusas oprimidas (Donbás, Crimea, Osetia, Abjasia), el chantaje energético (Ucrania y Moldavia), la amenaza nuclear disuasoria a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la intervención militar quirúrgica (Ucrania, Chechenia y Kazajistán), la desestabilización de Gobiernos vecinos “non gratos” (Georgia) y el ahogamiento de la oposición política interna, intentará situar bajo su órbita a la mayoría de los países desgajados de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y gestar la Nueva Gran Rusia en el horizonte del 2025, fruto del atavismo de Pedro el Grande.
Para ello, Rusia inició una operación relámpago para ocupar el país y lograr en una posterior negociación el control total del Donbás, de Crimea y del arco ucraniano del Mar de Azov, que se extiende desde Mariupol hasta Odesa, no siendo descartable la reedición de la Guerra del Gas ruso-ucraniana del 2006 con el objetivo inequívoco de resquebrajar la unidad de los países de la UE, en la certeza de que tanto Alemania como Francia no dudarán en sacrificar a Ucrania en aras de asegurar su abastecimiento energético.
Así, la escalada de los precios del gas y la electricidad habría sorprendido a Europa con las reservas de gas en mínimos históricos (60 por ciento) y habría escenificado el fracaso rotundo de las políticas energéticas de una UE incapaz de lograr la utópica autosuficiencia energética y una nueva Guerra del Gas tendría como efectos colaterales importantes recortes de suministro en varios países de la UE (el gas ruso abastece en más de un 70 por ciento a países como los bálticos, Finlandia, Eslovaquia, Bulgaria, Grecia, Austria, Hungría y República Checa, y más del 80 por ciento del total del gas que la UE importa de Rusia pasa por Ucrania).
Asimismo, la paralización total del proyecto Nord Stream 2, que conecta Rusia con Alemania por el mar Báltico con una capacidad máxima de transporte de 55.000 millones de metros cúbicos (bcm) de gas al año y con una vigencia de 50 años, ruta vital para Alemania y los Países Nórdicos, forzará a la UE a la fracking dependencia estadounidense. Así, EE.UU. aprovechará la crisis ucraniana para sustituir la rusodependencia energética europea (40 por ciento del gas que importa la UE procede de Rusia) por la fracking dependencia, inundando el mercado europeo con el GNL (gas natural frackeado en EE.UU. y transportado mediante buques gaseros), con lo que EE.UU. lograría el objetivo que perseguía tras la crisis ucraniana mas no podrá evitar el hermanamiento de Rusia y China, que podría desembocar en un posterior conflicto a escala mundial.
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