El redescubrimiento de la clase trabajadora como consecuencia de la pandemia
Una interpretación de la estructura social de España muy generalizada en los establishments político-mediáticos del país es que la mayoría de la población en los países desarrollados (incluyendo España) pertenece a la clase media, a la que sitúan entre los «ricos», por arriba, y los «pobres«, por abajo, reduciéndose así la tipología social a tres grupos sociales: la clase alta, la clase media y la clase baja. Y podría parecer que la percepción popular se corresponde con esta tipología. Así, cuando a la mayoría de la población se le pregunta si se consideran pertenecientes a la clase alta, a la clase media o a la clase baja, la gran mayoría responde definiéndose como clase media, con lo cual se confirma la percepción generalizada y promovida por aquellos establishments que configuran la sabiduría convencional del país. Según tal sabiduría, la clase trabajadora prácticamente ha desaparecido, asumiéndose que se ha ido transformando en clase media como consecuencia de la movilidad social existente en nuestras sociedades, que permite el ascenso hacia arriba de los miembros de tal clase trabajadora, pasando a ser miembros de la clase media.
Esta categorización social se inició en EEUU, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando se inició, con el presidente Reagan, el gran cambio político conocido como la «revolución neoliberal» (sustituyendo así al keynesianismo, que había sido la ideología imperante en el período 1945-1978, conocido también como la «era dorada del capitalismo»). Fue a partir de entonces que el neoliberalismo –nacido en el mundo anglosajón– se extendió ampliamente también en la Europa occidental, siendo adaptado incluso por las formaciones de izquierdas gobernantes (y, muy en especial, por la socialdemocracia a través de la llamada Tercera Vía), lo que provocó posteriormente su declive electoral como resultado de la abstención de la clase trabajadora o del cambio de su intención de voto. El discurso de clase desapareció así del lenguaje político, incluso en la mayoría de las izquierdas gobernantes, que dejaron de hablar de y a la clase trabajadora, sustituyéndola por la clase media.
La pandemia como causa del reconocimiento de que la clase trabajadora existe
La pandemia en los países desarrollados (incluyendo España) ha mostrado claramente que existe una clase trabajadora, distinta de la clase media, que es esencial para el mantenimiento y supervivencia de todas las demás, así como para la sostenibilidad de la economía del país. Forma parte de esta clase social el sector de la población que trabaja en los servicios esenciales y que no se ha podido permitir el lujo de estar confinado en casa, viéndose obligado a continuar trabajando, exponiéndose al contagio, a la enfermedad y a la muerte. A partir de la pandemia, la población se ha dividido, pues, entre los que pueden trabajar desde casa (la mayoría, de clase media y clase alta) y los que no pueden (la mayoría, de clase trabajadora). Estos últimos trabajan primordialmente en los sectores esenciales, claves para que la sociedad haya continuado funcionando y que han jugado un papel insustituible para el sostenimiento, la seguridad y el mantenimiento de la sociedad. Son trabajadores de los servicios (la mayoría, públicos) sanitarios, de los servicios sociales, de los servicios domiciliarios y de dependencia, de los servicios de comercio, de los servicios de transporte, de los servicios de limpieza, de los servicios de seguridad, de los servicios de bomberos, de los servicios de energía y agua, de los sectores agrícolas, entre otros, sumando un porcentaje elevado (alrededor del 35%) de toda la población laboral en España.
Según datos de la Encuesta de Población Activa extraídos del INE, el 45% de estos trabajadores son mujeres, poco remuneradas y en condiciones de trabajo claramente precarias (el porcentaje es incluso mayor –76%– en los servicios sanitarios y sociales). A la mayoría de ellos no se les ha proveído del equipamiento necesario para su protección contra la pandemia, siendo la tasa de mortalidad debido a la pandemia, más elevada entre estos sectores laborales que entre los que han estado en casa. En realidad, ni siquiera los trabajadores de los sectores sanitarios y de atención social personal han tenido la protección suficiente que necesitaban para protegerse contra la pandemia. No es el virus el que causa la enfermedad y la muerte, sino la falta de protección frente a él lo que explica la elevada tasa de infección y la mayor mortalidad entre el personal sanitario. El 16% de personas diagnosticadas de COVID-19 son trabajadores y profesionales de este sector. Considerar a la mujer de la limpieza del hospital, con unos salarios muy bajos y con unas condiciones de trabajo muy precarias, como perteneciente a la clase media, me parece abusar y tergiversar la realidad. Y referirse a ella como de «clase baja» me parece ofensivo e insultante en extremo (una cosa es indicar que es una persona con bajos ingresos, y otra muy diferente es definirla como persona de clase baja).
La clase trabajadora (que trabaja, predominantemente, en el sector servicios) existe y ha jugado y continúa jugando un papel clave para la supervivencia de todas las otras clases. Y continúa siendo la que tiene salarios más bajos, la que tiene menor estabilidad laboral y la que trabaja con peores condiciones laborales. El hecho de que estos sectores laborales esenciales, tan importantes y fundamentales para la supervivencia del sistema económico, hayan tenido tan poca prioridad por los establishments que dirigen tal sistema muestra la escasa importancia que se da al bien común, dándole menos atención que a los intereses particulares de grupos y lobbies financieros y económicos que gozan de gran influencia y poder en la vida política del país.
La pandemia, sin embargo, ha mostrado claramente el gran error de mantener tales prioridades, pues todo el sistema económico necesita y depende de la existencia de estos sectores esenciales, entre ellos el sector sanitario y social, financiado primordialmente por fondos públicos. Las privatizaciones, en este sector, no solo no ayudaron, sino que debilitaron estos servicios, indispensables, insisto, para todos los sectores y clases sociales del país. La polarización de tales servicios (como la sanidad y los servicios sociales) por clase social como ocurre en España perjudica a todas las clases sociales, incluidas las más pudientes, como, de nuevo, la epidemia ha mostrado.
Cómo afecta la pandemia a la salud y calidad de vida de todos los componentes de la clase trabajadora
Hay clases sociales en España. Y la clase trabajadora es una de ellas. Dentro de ella, el componente de la economía de cuidados y de servicios a las personas ha ido expandiéndose considerablemente, habiéndose visto afectado muy negativamente por la pandemia. Pero no hay que olvidar otros sectores de la clase trabajadora, como la industrial y manufacturera, también lo están, pues muchos de estos trabajadores también carecen de material protector o sus condiciones de trabajo no les permiten la distancia social que se requiere para prevenir el contagio. Y será también un sector que se verá afectado por la gran crisis económica, reduciendo su tamaño, así como sus salarios y su protección social. Sus indicadores de salud y bienestar ya se están viendo afectados, reproduciendo así el diferencial de mortalidad que hay en este país según la clase social de las personas. En España, la diferencia de esperanza de vida entre personas de la población más pudiente y personas de la clase trabajadora con menos ingresos puede llegar a ser de unos 10 años (en la UE, es de 7 años, y en EEUU, de 15 años). Es más que probable que esta diferencia de mortalidad aumente con la pandemia. A estos sectores laborales perjudicados por la pandemia hay que añadir a los jóvenes que ya tenían dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, así como a profesionales de clase media en trabajos temporales y precarios, que forman parte de lo que se ha llamado la «proletarización» de la clase media, fenómeno derivado de la pérdida de su capacidad adquisitiva, su estabilidad laboral y su protección social. Todo ello implicará un gran aumento de las desigualdades sociales, acentuando incluso más las existentes en España (que están entre las mayores del mundo desarrollado occidental). Esta es una realidad poco cubierta en los medios de información en sus reportajes sobre la pandemia.
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