Un Partido Mundial

Imagen identificativa del Partido Radical Transnacional. Foto: Wikimedia Commons.
Imagen identificativa del Partido Radical Transnacional. Foto: Wikimedia Commons.

He sido miembro del primer partido internacional del mundo: el Partido Radical Transnacional, fundado en 1956 por los italianos Marco Pannella y Emma Bonino. Luego, en 1988, fui testigo de la gran protesta en Berlín Occidental contra las reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, la cual fue precursora de la “Batalla de Seattle”, donde 40,000 manifestantes interrumpieron las reuniones anuales de las dos instituciones financieras mundiales en 1999. Además, la policía me detuvo por un día pese a que sólo había sido un testigo, pero el hecho de ser extranjero me hizo automáticamente sospechoso.

Fui también testigo del discurso pronunciado por el economista laureado con el Premio Nobel, Joseph Stigliz, dirigido a los manifestantes para “Ocupar Wall Street” en 2001. Ese mismo año, participé en la creación del Foro Social Mundial en Porto Alegre, y he estado siguiendo atentamente el arribo de la nueva marejada nacionalista y populista internacional desde la llegada de Viktor Orban a Hungría en 2010, Jaroslaw Kaczynski a Polonia en 2015, el Brexit y Donald Trump en 2016 y una serie de movimientos totalmente diferentes, como los ‘Chalecos amarillos’ en Francia.

Como resultado, he decidido que puedo ser más útil como profesional que como teórico en el debate tan culto e interesante que Paul Raskin ha iniciado sobre un partido político mundial. Pero aún recuerdo que hablé como profesional (fui el fundador de Inter Press Service, la cuarta agencia de noticias internacional del mundo) en una conferencia de académicos muy importante realizada en Berlín durante el debate sobre el Nuevo Orden Internacional de Información en la década de 1970. Cuando terminé, el presidente alemán de la conferencia observó: “lo que ha dicho Roberto funciona en la práctica. Pero la pregunta es: ¿funcionaría en teoría?”

El Partido Radical Transnacional eligió un programa de derechos humanos, como lo había hecho Pannella en Italia con el Partido Radical Italiano: la abolición de la pena de muerte, la despenalización de drogas ligeras, la libertad de elección médica, incluida la eutanasia, el fin de la mutilación genital femenina en África y los países árabes, la importancia de la investigación científica libre de dogmas religiosos, como parte de la bioética, y la creación de los Estados Unidos de Europa; una Europa multicultural, inclusiva y ambientalmente preocupada. Además, solicitó la inclusión de Israel en la Comunidad Europea y montó campañas públicas sobre el Tíbet, los uigures (una etnia turca que vive en Asia oriental y central), los montagnard o montañeses (una minoría cristiana vietnamita) y los chechenos. Esta agenda de derechos humanos logró vincular a intelectuales y activistas de muchos países (especialmente de Europa y América Latina), pero nunca se convirtió en un movimiento de masas y se disolvió en 1989. Había quedado muy influenciado por los acontecimientos de “Mayo 68” que se centraron en la lucha contra las estructuras centralizadas, y que indicaron que la lucha debería volverse individual y libre de cualquier comando.

El Foro Social Mundial (FSM) fue lo más cercano a un movimiento mundial. Se basaba en un programa mucho más amplio, que consistía en la construcción de una alternativa al Foro Económico Mundial en Davos. Las finanzas globales, el capitalismo descontrolado, una agenda económica sobre la agenda social, la alianza de las corporaciones para controlar la política y la gobernanza: un Foro donde las personas no electas pudieran reunirse para tomar decisiones sobre el acontecer mundial. Este fue el resultado de una visita a París en 1999 de dos activistas brasileños: Oded Grajew, que trabajaba en el campo de la responsabilidad social corporativa, y Chico Whitaker, que estaba en la Red Social de Justicia y Derechos Humanos, una iniciativa de la Iglesia católica brasileña. Ellos se sentían indignados por la cobertura televisiva de Davos y se reunieron con Bernard Cassen, director general de Le Monde Diplomatique, quien los alentó a organizar un anti-Davos, no en Europa sino en el sur del planeta. Regresaron a Brasil, organizaron un comité de ocho organizaciones brasileñas, obtuvieron el apoyo del gobierno de Rio Grande do Sul en febrero de 2000 y, en 2001, lograron que el primer Foro de Porto Alegre se celebrara al mismo tiempo que Davos. Anticipamos la asistencia de 3,000 personas (al igual que Davos), pero en lugar de eso hubo 20,000 participantes.

El impacto fue tan grande, que el comité brasileño organizó una reunión consultiva el año siguiente en São Paulo para discutir la continuación del FSM. Invitaron a varias organizaciones internacionales y el segundo día nos designaron a todos como el Consejo Internacional. Por lo tanto, el Consejo no nació de una planificación para organizar una estructura realmente representativa. Los esfuerzos para equilibrar su composición nunca fueron muy lejos, puesto que muchas organizaciones querían convertirse en miembros del Consejo sin ningún criterio de representación y fortaleza. El Consejo rápidamente llegó a tener una larga lista de nombres, pero con pocos participantes. Además, siguieron los cambios en cada reunión del Consejo, lo que dejó a los brasileños (a Chico Whitaker en particular), con capacidad de facto para ejercer un gran peso en el proceso.

El FSM celebró un gran número de reuniones. La reunión anual del FSM siempre contó con cerca de 100,000 participantes (la reunión en 2005 tuvo 150,000). Además, el FSM se mudó de América Latina, primero a Mumbai, con la participación de 20,000 dalits (intocables), luego al África y así sucesivamente. Mientras tanto, la marcha contra la invasión estadounidense de Irak constó de 15 millones de personas marchando por todo el mundo. George Bush lo descartó como grupos de enfoque, y la guerra continuó.

Además del FSM anual, se organizaron otros dos eventos principales: los FSM regionales y los FSM temáticos, los cuales son una especie de paraguas para que las personas se reúnan fuera del FSM central. Asimismo, los FSM locales podrían celebrarse en cualquier país, como parte del proceso general del FSM. El cálculo más probable estima que desde 2001 el FSM ha reunido a más de 1 millón de personas, que han pagado sus propios gastos de viaje y alojamiento para compartir experiencias y soñar juntos por un mundo mejor.

Algunos puntos de este enorme proceso (que no veo ahora replicable como la idea de un Partido), deben ser considerados para nuestro debate. La sociedad civil se compone de muchos hilos. No hay tiempo para profundizar en esto, pero Boaventura de Sousa Santos, el sociólogo y antropólogo portugués que más ha estudiado el FSM (y también está en desacuerdo con la incapacidad de actualización de Chico Whitaker y otros) ha escrito un interesante estudio sobre la “traducción” que fue necesaria para juntar esos hilos.

Las organizaciones de mujeres, por ejemplo, están preocupadas por la sociedad patriarcal; las organizaciones indígenas se preocupan por la explotación de los colonos blancos; y las organizaciones de derechos humanos tienen un programa diferente de aquél de quienes se ocupan del medio ambiente. Para entendernos mutuamente, compartir y trabajar juntos, se llevó a cabo un proceso de interpretación de esas prioridades para poder pensar de manera holística. Se trata de lo que ahora llamamos identidad. Cualquier partido mundial debe enfrentar este problema porque no hay organizaciones indígenas en Europa ni hay activistas sobre el impacto de las infraestructuras en Asia o África. En otras palabras, aunque sea más fácil crear una participación masiva contra un enemigo común, se requiere mucho diálogo para construir un movimiento. Ciertamente, el FSM fue fundamental para crear conciencia de que es necesario un enfoque holístico para combatir la injusticia, el cambio climático, las finanzas no controladas, la injusticia social creciente, etc. Y ese es un punto importante en la creación de un partido mundial.

En los 63 años transcurridos desde la creación del Partido Radical Transnacional, se ha repetido un hecho común en todos los movimientos que se han creado, el cual se puede observar ahora en las “chaquetas amarillas”. Para la inmensa mayoría de los participantes, la noción de partido está vinculada al poder, la corrupción y la falta de legitimidad. El FSM “decretó” la irrelevancia de asumir el concepto de “partido”: se opone a cualquier declaración política del FSM (porque podría dividir el movimiento), a la creación de un portavoz en nombre del FSM y a favor de la horizontalidad como la base principal para la gobernanza del FSM, es decir, el FSM como un espacio para reuniones y no para organizar acciones. Los participantes que forman las alianzas podrían tomar medidas, pero el FSM no puede hacer declaraciones o planes de acción. El Consejo Internacional no era un órgano rector sino una estructura facilitadora. Los medios dejaron de asistir al FSM porque no tenían interlocutores, dado que no había voceros. Incluso estaba prohibida cualquier declaración sobre algo que potencialmente podría crear escisión, como la condena de guerras o los llamados a la acción climática. El resultado es que el FSM se ha convertido en algo parecido a un ejercicio espiritual: útil para aquellos que participan, porque emergen con más fuerza individual, pero sin impacto alguno en el mundo.

Esta es una desventaja extremadamente importante para un partido mundial. La mayoría de sus afiliados rechazan en principio la noción de partido, porque crea automáticamente estructuras de poder, se abre a la corrupción de los ideales y deja a los individuos sin participación ni representación. Las “chaquetas amarillas” son un ejemplo aleccionador de esto. El mundo político ha perdido legitimidad, participación y juventud. Está totalmente separado de la cultura, la investigación y el intelectualismo. Para ser real, un partido mundial no puede basarse en unas pocas personas. Debe abordar y resolver esos problemas.

He aquí tres consideraciones que son importantes:

La primera es que la Internet ha cambiado la participación en la política. El espacio y el tiempo ya no son lo mismo. El tiempo se ha vuelto fluido y corto. Los tweets, Facebook, etc. son mucho más importantes que los medios de comunicación. Jair Bolsonaro fue elegido en Brasil a través de las redes sociales. Presenciamos un fenómeno general, desde Matteo Salvini en Italia hasta la Primavera Árabe y el Brexit. Los medios estadounidenses en conjunto producen 62 millones de copias al día. De estos, los documentos de calidad (como WSJ, NYT y WP) cuentan con solo 10 millones de copias. Los tweets de Trump tienen 49 millones de seguidores. Sabemos que sólo el cuatro por ciento de ellos compra periódicos y sólo miran Fox News, que es una extensión de los tweets de Trump. Entonces, cuando Trump hace afirmaciones absurdas, como cuando visitó a la reina Isabel y dijo que no pudo ir al centro de Londres porque había tantas personas que lo esperaban que la policía le aconsejó no ir, cuando en realidad había 200.000 personas en las calles protestando por su visita, esos 49 millones lo creyeron ciegamente. Los medios de calidad publican una comprobación de los hechos, con cifras dramáticas sobre sus mentiras y verdades tergiversadas. Sus seguidores nunca las leerán, y si las ven no las creerán.

Necesitamos poder entrar en este tipo de movilización. Yo, por mi parte, no puedo usar Twitter de manera eficiente. Y Aldo Moro, el primer ministro italiano asesinado en 1978 por las Brigadas Rojas (que fueron utilizadas por una fuerza más poderosa), tampoco podría. La política salta en poco tiempo de un elemento a otro. Se acabó la capacidad de seguir procesos, solo seguimos eventos. Y lo mismo está pasando con los medios.

La segunda, como consecuencia de lo anterior, es que la Internet ha ido por el camino equivocado en lo que se refiere a la política. En lugar de convertirse en un elemento de participación, se ha convertido en un elemento de atomización. Un increíble 73% de sus usuarios declaran que tallan su propio mundo, un mundo virtual, que pueden construir de acuerdo con sus deseos. Como resultado, el debate entre las personas (especialmente los jóvenes) ha disminuido. Los usuarios ingresan a Internet, dialogan con personas de ideas afines e insultan a los demás. El resultado es que los jóvenes votan cada vez menos, con consecuencias como como la del Brexit, cuando el 88% de los adultos votaron en comparación con el 23% de los jóvenes, quienes se manifestaron en contra del resultado del referendo al día siguiente, pero los espectadores les gritaron: ‘¿No votaste y ahora protestas?’.

La tercera es que ahora existe una división entre la ciudad y el campo, que es solo la punta del iceberg de una división mucho más significativa: entre aquellos que se sienten excluidos por la globalización y piensan que va a favor de quienes viven en las ciudades y de las elites (que se considera que incluyen a los intelectuales), y aquellos que no han sido sus víctimas. Basta con ver de dónde obtuvo sus votos Trump en 2016, sin un apoyo significativo en las ciudades. Perdió el voto popular por dos millones, pero el peculiar sistema de votación estadounidense, herencia del proceso de unificación de los Estados americanos, hoy en día otorga una representación desproporcionada a los estados estadounidenses más pequeños y menos desarrollados. El mismo fenómeno estuvo detrás del Brexit y está sucediendo en todo el mundo.

Esto ha llevado a una situación sin precedentes. Aquellos que se sienten abandonados ahora están legitimados para desconfiar de las élites. Durante mucho tiempo, la ignorancia ha sido una realidad en todos los países pero ahora existe la arrogancia de la ignorancia. La revuelta de las “chaquetas amarillas” contra las élites que tienen a Emmanuel Macron como símbolo, es compartida por los seguidores de Trump, Salvini, Le Pen, Bolsonero, etc. Y es irónico que el sistema político, considerado en todas partes como el principal enemigo, sea de hecho el más ignorante en los tiempos modernos. Si alguna vez se hubieran reunido personalidades como Nelson Mandela, Adlai Stevenson, Olaf Palme, Salvador Allende y Aldo Moro, habrían tenido algunos libros en los que basar sus discusiones. Hoy, esto sería altamente improbable incluso entre los parlamentarios, por no hablar de Trump, Teresa May ni Angela Merkel…

Esto nos lleva a otra consideración y a la conclusión. La consideración consiste en reflexionar sobre lo que ha sucedido para que se degraden la política y los programas políticos. Mi propia lectura es que hubo una suma de factores, todos al mismo tiempo. La caída del Muro de Berlín provocó la NHA de Margaret Thatcher (No hay alternativa). Fue el fin de las ideologías (el fin de la historia); fueron esos controles los que nos llevaron a la guerra. El grito era ser pragmático. Pero cuando la política se convierte en la solución de un solo problema, sin una visión orgánica a largo plazo del paso que estás dando, estás siendo utilitario, lo cual es una perspectiva diferente.

Al mismo tiempo, tuvimos el Consenso de Washington entre el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos sobre cómo dirigir el mundo. Los beneficios de la globalización harían flotar a todos los barcos. Todo lo que no fuera productivo debía ser frenado: los costos sociales, la educación (Reagan incluso quería abolir el Departamento de Educación) y la salud, que habían sido inamovibles, debían ser privatizados. El sistema público, el Estado, todo lo que era movible (comercio, finanzas, industria) debía globalizarse. Las microeconomías quedaban fuera. El FMI y el Banco Mundial tardaron 20 años en restaurar tardíamente el papel del Estado como un regulador más allá del mercado. Pero a estas alturas el genio estaba fuera de la botella. Las finanzas se han suicidado para depender de la producción económica. Y la concentración sin precedentes de riqueza en cada vez menos manos es sólo una señal que se suma a la exasperación de los perdedores.

Empero, fue muy importante la teoría de la “Tercera Vía” de Tony Blair, quien decidió que como la globalización era inevitable, la izquierda podía desarrollarla y darle un rostro humano. El resultado es que la izquierda perdió a sus afiliados y los trabajadores ahora votan por los nuevos partidos populistas que están creciendo en todas partes. Ha desaparecido el debate de izquierda-derecha, que fue en gran medida un debate ideológico. ¿Por qué las personas habrían de sentirse apasionadas por una política que se ha convertido básicamente en un asunto administrativo?

Y esto nos lleva a la conclusión. Para crear un partido mundial debemos encontrar una pancarta que atraiga a la gente a su alrededor. Creo que en el mundo de hoy la derecha no necesita estructurarse. El intento de Stephen Bannon de unir todos los partidos populistas y xenófobos es válido mientras tengan un enemigo común: Europa, el multilateralismo. Pero si presionas a la gente hacia el nacionalismo y la competencia, seguirá el camino de la tan proclamada unidad entre el Primer Ministro austriaco Sebastian Kurz y el italiano Matteo Salvini, quienes se proclamaron hermanos, unidos contra el enemigo común, la Unión Europea. Pero tan pronto como se topan con un tema concreto, como la forma de tratar a los inmigrantes, sus intereses en competencia les roban lo mejor de su hermandad. No tengo ninguna duda de que las próximas elecciones europeas en mayo verán un fortalecimiento de las fuerzas antieuropeas, pero desde ahí hasta el fin de Europa…

Esta marea creciente se agotará por sí misma una vez que quede claro que el programa de los nacionalistas y los xenófobos de hacer retroceder el futuro hacia el pasado nacional durará hasta que tomen el poder, porque queda claro que no tienen respuestas: esto es lo que el gobierno italiano está enfrentando ahora.

Para hacerse eco de Gramsci, un partido debería poder reunir a las masas para buscar un objetivo común. Este objetivo, para hacerse realidad, debería poder interpretar y unir a la mayoría de la gente. En la actualidad, el denominador común ha sido la globalización. Muchos historiadores piensan que los motores del cambio en la historia han sido la codicia y el miedo. Desde 1989, hemos sido educados en la codicia, que se ha convertido en una virtud: y desde la crisis de 2008 (un resultado directo de la codicia), el miedo se ha convertido en una firme realidad. Los inmigrantes son ahora los chivos expiatorios, pese a que siempre han sido un recurso. ¿Cuándo, en la historia de  Estados Unidos, podría un muro que los separe de México justificar el cierre gubernamental más prolongado?

Los vínculos que unieron al pueblo hasta 1989 fueron sus valores. Basta con leer la Constitución de cualquier país para encontrar esos valores: justicia, solidaridad, ética, igualdad, derecho como la base de la sociedad, etc. Hoy vivimos en un mundo donde nadie habla de valores (a menos que tome el mercado como un valor), y menos aún del mundo político. Sería un duro desafío, pero un partido mundial debiera basarse en los valores, en la defensa de la cooperación internacional como garantía de paz y en el hecho de que la competencia y la codicia crean pocos ganadores y muchos perdedores.

Debemos reconocer que en el mundo hay millones de personas comprometidas desde las bases, cientos de veces más que el FSM. Nuestro desafío es conectar con ellos, con aquellos que están esforzándose por cambiar la tendencia actual. Esto, me temo, es un largo proceso. Al iniciarlo, debemos dejar claro que no somos las élites, que también nos consideramos víctimas del mismo enemigo. Que compartimos los mismos valores, pero ¿podemos encontrar el idioma común para lograr esa conexión? La comunicación es la base de la participación…

 

Roberto Savio
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