Creatividad, razonamiento y memoria
“La inteligencia puede desarrollarse; si puede desarrollarse, debe desarrollarse y ser considerada una cuestión de Estado”. Luis Alberto Machado
En 1992, G. Land y B. Jarman dieron a conocer el resultado de estudios efectuados a niños de tres y cinco años de edad que ratifican de manera cruda lo que venimos denunciando desde hace un cuarto de siglo. El 98 % mostró un alto nivel de ingenio y creatividad. Eran, fundamentalmente, capaces de generar ideas nuevas. Pero de los mismos niños, analizados cinco años más tarde, sólo 32% mantenía aquellas habilidades y apenas un lustro después, a los 15 años de edad, ese porcentaje quedó reducido a un mísero y escalofriante 10%. Cuando todos ellos cumplieron los 25 años, volvieron a ser evaluados y únicamente 2% pudo calificarse como en la primera etapa.
Permítanme hacer aquí una necesaria alusión personal antes de continuar. Cuatro años después de darse a conocer este informe, ingresé al Libro Guinness de los Récords por memorizar un número de 320 cifras de un vistazo y un mazo de naipes en 49 segundos. En 2014 logré superar el desafío de un programa de National Geographic de memorizar una cronología de seis siglos de historia. Lo malo de esto es que quienes no conocen mi proyecto de revolución educativa pueden pensar que priorizo la memoria por encima del razonamiento. Por el contrario, a mis alumnos de diferentes países les comienzo diciendo: “Olvídense de memorizar. Traten de comprender. Cuando se comprende la lección ya se tiene 80% de la memoria asegurada”. Incluso les ayudo a alcanzar, por encima del razonamiento, un estado mental superior que es la compenetración, partiendo de una lectura crítica analítica.
Por otra parte, intento que dejen de ser estudiantes para convertirse en investigadores. El error del sistema educativo ha sido el de formar máquinas de absorber conocimientos, obligando a los estudiantes a estudiar por obligación y no por el placer de aprender. No es lo mismo estudiar para un examen del miércoles sobre Napoleón o Churchill que investigar quién era cada uno. En el primer caso, aunque el alumno salve el examen, lo más posible es que tres días después recuerde apenas 10% o 15% de lo estudiado. Si su actitud mental al leer fue la de un investigador crítico, accediendo a fuentes contradictorias para formarse una opinión propia, lo más seguro es que recuerde todo varios meses después.
Sin embargo, la memoria no es una función mental contradictoria con el razonamiento, sino complementaria. De nada sirve memorizar sin razonar ni razonar sin recordar. En historia, por ejemplo, que es la base de la cultura, es muy esclarecedor recordar que la Revolución rusa comenzó cuando aún no había terminado la Primera Guerra Mundial, o que la Guerra de Corea (1950) fue posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) y anterior a la crisis de los misiles en Cuba (1962). Comprender y recordar es útil; lo malo es recordar para repetir la lección como un autómata y con el riesgo de que si se te olvida una palabra, no puedes recordar el resto. Dejando esto en claro, en esta primera entrega abordaremos el desafío de promover el desarrollo de la creatividad.
El sistema educativo no sólo tendría que dar información, sino enseñar a procesarla, cuestionarla, ponerla en tela de juicio y formar estudiantes capaces de generar nuevos conocimientos a partir de los conocimientos adquiridos.
Cada día que pasa se cree menos en la creatividad como un factor hereditario o cuya justificación haya que buscarla en el enramado neuronal y se adjudica un rol determinante a la enseñanza, la experiencia, el medioambiente y la curiosidad intelectual. La actitud que la persona asuma con respecto a su inteligencia, la importancia que le dé a su desarrollo, la autoestima alta o baja que posea, incidirán directamente en su proceso, estancamiento o anulación.
Todos nacemos potencialmente genios, pero antes de aprender a caminar somos bombardeados por factores que, a modo de virus, intentan bloquear el normal funcionamiento del programa que nos permite desarrollar ideas creativas. Sólo algunos privilegiados logran salvarse del naufragio y ser considerados superdotados. ¿Cuáles son esos virus? El miedo al cambio, la dependencia de estereotipos, los dogmas, las verdades sagradas y reveladas, la prohibición de dudar y cuestionar, la falta de educación emocional, la carencia de capacidad para aceptar nuestros propios errores y, parafraseando a Erich Fromm, el miedo a la libertad. ¿Se nos educa para ser espontáneos, para conocernos a nosotros mismos o para buscar caminos alternativos a lo conocido? No. Por tanto, no se nos educa para ser creativos.
Cuando el sistema educativo mundial se decida (como ya lo han hecho centenares de corporaciones estadounidenses) a explotar este potencial, presenciaremos cambios tan importantes como los que generaron la Revolución industrial o la informática; pero para ello, hay que ratificar lo siguiente: la creatividad puede desarrollarse.
Según Guilford, uno de los investigadores de este tema, el problema no es tanto lo que se estudia, sino cómo se estudia y las relaciones personales implicadas. Iremos por buen camino cuando se enseñe a cuestionar, imaginar, investigar y crear. Hasta el momento, el resultado del modelo educativo son personas propensas a la crítica destructiva (con la cual buscan anular a posibles genios y asegurarse de que todos floten en las mismas aguas de la mediocridad), sin coraje para tomar riesgos y atreverse a decir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no a la inversa.
Se considera inteligente a aquel que maneja mucha información y, frente a un problema, lo identifica, clasifica, analiza y aplica la mejor medida que sugieren esos conocimientos; pero el creativo lo supera, porque tiene la capacidad de buscar nuevas respuestas, nuevos caminos, nuevas fórmulas, pateando el tablero para generar situaciones novedosas. Quienes poseen dicha capacidad valen oro, pero son pocos, porque el mismo mundo que los requiere se ha encargado de diezmarlos.
Esperamos no estar gritando en el desierto cuando afirmamos que necesitamos de urgencia no una reforma, sino una revolución educativa, no sólo en Uruguay, sino en el mundo. En la próxima entrega hablaremos del cambio que proponemos en los programas, sobre todo de Secundaria. Ahí veremos quiénes son conservadores y quiénes tienen el coraje necesario para impulsar dicha revolución.
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