La Islamofobia es una herramienta política
Cuando en 2006 las caricaturas blasfemas contra el Islam que fueron publicadas por un diario danés causaron 205 muertos, el entonces Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica, Ekmeleddin Ihsanoglu, visitó al responsable de relaciones exteriores de la Unión Europea, Javier Solana.
En aquel entonces, la posición oficial de la UE era que no había islamofobia en absoluto y de que se trataba de un incidente aislado. Desde entonces, esta ha sido más o menos la posición de las instituciones europeas.
Pero ahora asistimos a una autentica negación de la realidad. Durante tres años, manifestaciones de masas en Alemania, especialmente en Dresde, (dirigidas por un hombre con antecedentes penales) se sucedieron semanalmente bajo la bandera del PEGIDA (Patriotas Europeos Contra la Islamización del Occidente).
En 2011 la masacre de 77 personas en Oslo por parte de Anders Behring Breivik fue igualmente condenada como la acción de un loco solitario. Actualmente se reconoce la existencia de más de 20 actos de islamofobia diaria tan sólo en Alemania.
El congreso de la AfD (Alternativa para Alemania) –partido xenófobo y nacionalista que en tan sólo dos años pasó a tener representación en ocho estados de la República Federal–, se celebró el 30 de Abril, recibiendo poco espacio en los medios de comunicación. El congreso se realizó justo después de las elecciones de marzo en Alemania que probablemente afirmaron a la AfD como tercera mayor fuerza política del país.
Unas semanas antes del Congreso de la AfD, los xenófobos del Partido de la Libertad de Austria (FPO) obtuvieron el mayor número de votos en las elecciones presidenciales. Esto después de que los nacionalistas del Partido Nacional Eslovaco (SNS) consiguiesen formar parte del nuevo gobierno eslovaco, y que en Polonia la derecha ultraconservadora de Ley y Justicia (PiS) haya accedido al poder.
Una cadena ininterrumpida de victorias de la extrema derecha en los últimos años en Suecia, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos, Alemania, Francia, Suiza, Austria, Hungría, Italia y Grecia, han sido recibidas con indiferencia generalizada. Por el contrario, el congreso de la AfD estaba infundido con la idea de que una marea xenófoba, nacionalista y populista se está apoderando de Europa.
El lenguaje adoptado en el congreso sería impensable hace unos años. Una de las resoluciones declaró al Islam incompatible con Europa, lo que conllevaría la expulsión de todos los musulmanes de Alemania. El hecho de que el 87% de ellos vive allí hace más de 15 años y son, por lo tanto, claramente ciudadanos alemanes perfectamente integrados en la sociedad y con derechos protegidos por la constitución, es un obstáculo que solventarían con una reforma constitucional.
Al preguntar un periodista en la rueda de prensa cómo se procedería a la expulsión repentina de millones de personas del mercado de trabajo, la respuesta fue: Hitler lo hizo con seis millones de judíos que estaban mucho más integrados y tenían más poder, y no pasó nada.
Ahora, recordemos que Hitler declaró a los judíos incompatibles con Europa, privándolos de su nacionalidad para luego deportarlos a campos de concentración (La AfD sería caritativa y simplemente los expulsaría). ¿No provoca la propuesta de la AfD un deja vu?
Tan sólo un día antes del Congreso de la AfD, la islamofobia fue el tema central de una exitosa conferencia organizada por el Centro de Ginebra para el Avance de los Derechos Humanos y el Diálogo Global y por la Misión de Pakistán ante la ONU. Notables oradores como Idriss Jazairy de Túnez, Uhsanoglu de Turquía, y Tehmina Janjua de Pakistán tomaron la palabra en una conferencia en la que participaron varios países para debatir el tema de la religión.
Se hicieron varios esfuerzos para demostrar que el Corán no predica la violencia, y que ISIS no representa más que un desvío del auténtico Islam. De hecho, todos los panelistas musulmanes, algunos sufís, otros sunitas, habrían sido considerados apóstatas por ISIS y rápidamente ejecutados. Ningún representante del Wahabismo o del Salafismo (la versión puritana del Islam) marcó presencia.
Pero es evidente que la islamofobia nada tiene que ver con religión. De hecho el Corán y el Evangelio tienen muchos puntos en común. Las guerras entre religiones rara vez han sido un asunto ciudadano, originando siempre en reyes y jeques. La guerra de los Treinta Años (1618-1648), que matando al 20% de la población Europea causó una destrucción con la que ISIS sólo puede soñar, fue iniciada por el emperador Fernando de Bohemia.
Protestantes y católicos vivían pacíficamente lado a lado. Al igual que Judíos, musulmanes y cristianos en España, hasta que Isabel y Fernando deciden expulsar Judíos y musulmanes. Y cuando líderes religiosos como Girolamo Savonarola en Florencia (un cristiano wahabí) ganaban seguidores, el Papa rápidamente intervino para ejecutarlo, como en otros casos lo hicieron reyes o príncipes.
Ya es hora de que reconozcamos que el Islam ha sido atrapado por una crisis interna occidental. Pero el mismo Islam también sufre una crisis interna, más bien desconocida al resto del mundo. Hay varias escuelas del Islam, además de la principal división entre sunitas y chiitas. Pero las peleas al seno del Islam han sido siempre generadas por reyes, imanes y ayatolas que han utilizado la religión como herramienta de poder.
Uno de los argumentos en contra del Islam es que los cristianos están abandonando el mundo árabe, huyendo del fanatismo musulmán. Sin embargo, nadie se para a pensar por qué los cristianos han vivido allí durante generaciones y generaciones, hasta el día de hoy… No está claro quién ganará esta lucha interna, pero sin duda no será ISIS, ni siquiera el wahabismo, a pesar de los cientos de millones de dólares invertidos por Arabia Saudita en la creación de mezquitas con imanes radicales por todo el mundo. El Islam seguirá siendo una religión con diferentes corrientes que aprenderán a coexistir. Pero nadie sabe cuánto tardarán en hacerlo.
Pero regresemos a la actualidad. Occidente se encuentra en una grave crisis interna, una crisis de democracia: Es una crisis de naturaleza económica y social, así como de incapacidad del sistema político en enfrentarla. Hay que reconocer que, hasta la crisis económica del 2008, que tuvo origen en la burbuja de derivados en EEUU y fue seguida por la burbuja de la deuda soberana en Europa, el sistema creado después de la Segunda Guerra Mundial se mantenía en pie.
Muchos historiadores afirman que la historia es movida por la codicia y el miedo. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, entramos en un período de capitalismo salvaje, donde la avaricia se considera un combustible positivo para el crecimiento. No habían pasado ni 20 años, que la codicia dio lugar al resurgimiento de la desigualdad social que acompañó la revolución industrial. Las cifras son claras y bien conocidas: 200 personas tienen la riqueza equivalente a la de 2,2 millones de personas. La clase media se ha reducido: según el Banco Mundial, bajó de un 3% en Europa y de un 7% en los Estados Unidos.
En Brasil, donde 40 millones de personas subieron a la clase media, millones salen ahora a la calle por miedo a recaer en la pobreza. A la codicia hay que añadir el miedo. Es el miedo que fomenta el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos (y para ser justos, el de Bernie Sanders), y en todos lados la gente teme perder ese mundo que conocían y en el que se sentían cómodos y seguros.
El mensaje de la derecha radical ha sido el de un mejor ayer: volvamos a una Europa pura y ordenada, vamos a deshacernos de los burócratas de Bruselas que nos hacen la vida imposible. El nacionalismo y el populismo están de vuelta. Vamos a deshacernos del euro, recuperemos nuestra soberanía monetaria, y vamos a expulsar a todos los extranjeros, que están destruyendo el mundo que conocíamos. El sistema político actual está lleno de corrupción, no responde a las necesidades de los ciudadanos, se ha convertido en un mecanismo de reproducción de una casta. Vamos a deshacernos de los partidos tradicionales, que son un instrumento de los intereses financieros y económicos.
En ese marco, el nacionalismo y el populismo encuentran muy conveniente juntar la xenofobia, que se ha convertido en islamofobia. No es coincidencia que la Universidad de Tel Aviv informa que los incidentes antisemitas este año son los más bajos de la última década. No por casualidad la islamofobia se originó en Francia, que cuenta con la mayor comunidad musulmana de Europa.
Dos fenómenos más promovieron la utilización de la islamofobia como herramienta política. El primero fue la creación del ISIS en 2014, con atentados en Europa que difundieron un miedo generalizado. El segundo fue la crisis de los refugiados, vista como una invasión masiva y sin precedentes en Europa. La islamofobia, junto al nacionalismo y el populismo, ayudó enormemente al viraje a la derecha del continente.
Pero atribuir toda la responsabilidad sobre la marea de refugiados y el ISIS responde a una lectura superficial de la situación. No olvidemos que el gobierno antieuropeo de Hungría fue elegido en 2010, cuando no existían ni ISIS ni la crisis de refugiados. Antes de 2014, el populismo y el nacionalismo, alimentándose del miedo y la codicia, fueron responsables de esta marea creciente.
En 2015, en Polonia, un país donde la Unión Europea vertió subvenciones como en ningún otro, el gobierno cayó en manos del Partido de la Ley y Justicia (PiS) bajo el lema: aislémonos de lo que ocurre en Europa. Finalmente el Brexit, el referéndum sobre la continuidad británica en Europa, fue precipitado por el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), una fuerza política principalmente nacionalista y antieuropea que poco tiene de islamofóbica… Tanto así que el próximo alcalde de Londres será musulmán.
Pero ahora estamos todos obsesionados con el Islam, que se ha convertido en un fácil chivo expiatorio gracias a ISIS y a la crisis de los refugiados. El hecho de que muchos de los refugiados escapan de guerras iniciadas por nosotros se olvida por completo. Un enfoque en el futuro y en cómo edificar una política de inmigración seria es hoy en día políticamente imposible. Después del éxito rotundo del FPO en Austria, la coalición gubernamental socialista-demócrata cristiana declaró que no permitirá que la derecha monopolice la bandera de la integridad nacional, e incluso que erigirá una frontera con Italia.
Sin embargo, es un hecho que no podemos regresar a la Europa de antaño. Europa constituía un 24% de la población mundial en el año 1800, y a finales de este siglo tendrá sólo un 4%. Cuando Inglaterra obligó a China a aceptar sus exportaciones de opio en 1839, tenía una población de 19 millones de personas, frente a los 354 millones de China. Hoy el Reino Unido tiene una población blanca de 41,5 millones de personas, mientras que en China viven 1.600 millones.
Europa va a perder 50 millones de habitantes en tres décadas. El sistema de pensiones ha colapsado y no tiene reemplazo. ¿Podemos imaginar a 50 millones de inmigrantes cristianos? ¿Y por qué hasta hace pocos años nadie se quejaba de los 20 millones de musulmanes viviendo en Europa? Sin una política de inmigración, ¿cómo ignorar que el número total de personas que viven fuera de su país de nacimiento son ahora 240 millones, y que constituirían el quinto país más grande del mundo? ¿Cómo seleccionar y admitir a los que se necesitan?
Nos estamos olvidando de todo esto, hasta el punto que Europa abandona la Carta de los Derechos Humanos, la Constitución Europea y su identidad proclamada, para tratar con un poco recomendable y cada vez más autócrata presidente turco Recep Tayyip Erdogan, y llegar a un acuerdo que contempla el intercambio de 1 millón de sirios por 6 mil millones de euros y el abrir de las puertas de Europa a 70 millones de turcos.
Occidente está haciendo el juego de ISIS, cuyo sueño es una guerra entre religiones, obligar a los musulmanes en Europa y EE.UU. a escoger entre convertirse en apóstata y ponerse del lado del Occidente a pesar de su rechazo, o unirse a la lucha por el renacimiento del Islam y la guerra contra los cruzados. Esta es su estrategia. Y la creciente ola de nacionalismo, de populismo, y ahora de islamofobia, que ha paralizado el sistema político tradicional, no representa sólo el declive de la democracia. También abre el camino a la inseguridad y a la búsqueda del hombre fuerte del pasado.
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