La tolerancia: Guía del usuario
“Sin embargo, hay algo que debo decir a este pueblo mío… No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos desarrollar siempre nuestra lucha en el plano elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en una violencia física.” (Martin Luther King, 1963)
Impresionante. Aquel hombre que ese día tenía subyugado a un inmenso ejército de hombres y mujeres maltratados durante siglos y cargados de esa energía vital, que se produce cuando la gente se junta dispuesta a defender sus más básicos derechos, fue capaz de cargar su cerebro de una sobredosis de inteligencia y su corazón de una implacable calma, y mirando a los ojos de los cientos de miles de hermanos allí presentes, transmitirles la más entrañable y militante recomendación de TOLERANCIA.
Hace más de 50 años, un grande, Martin Luther King en medio de ese paisaje que era un polvorín a punto de estallar, pronunció esta histórica pieza oratoria, conocida por su esperanzador título “I have a dream” (Yo tengo un sueño), de la cual extraigo este fragmento, porque simplemente tengo la triste y amarga sensación de que no hemos aprendido.
El admirable historiador británico Eric Hobsbawm, al que los uruguayos tuvimos el privilegio de otorgarle el título Honoris Causa de la Universidad de la República en 1999, nos legó esta revelación terriblemente desalentadora sobre la historia del siglo XX y sobre nuestro futuro inmediato: “…la primera guerra mundial inicio el descenso hacia la barbarie…”, “…fue el comienzo de la era más sanguinaria de la historia…”, “…la barbarie ha ido en aumento durante la mayor parte del siglo XX”, y no hay ninguna señal de que este aumento haya terminado” (1994, Oxford).
Ante las evidencias resulta una tarea titánica seguir sosteniendo una cosmovisión donde la humanidad va hacia adelante. Esta reflexión que apunta al aspecto moral y civilizatorio de ese desarrollo deja un sabor sobrecargado del más profundo desasosiego existencial.
Rompe los ojos y revuelve las tripas la enorme cantidad de conflictos de diversa índole que hoy sobrecargan al mundo de un pesado lastre multicausal, de las cuales rescato para estos pensamientos, la intolerancia. Ahí tenemos el accionar bestial de Boko Haram en Nigeria, el conflicto entre Rusia y Ucrania, que tiene a Crimea como lamentable ring de conflagración, las ejecuciones en pantalla y a tiempo real del grupo terrorista Estado Islámico, y la terrible inestabilidad de Venezuela que recientemente cobró una vida de 14 años.
Mi modo de interpretar la historia y la realidad me indica que detrás de todas estas tragedias siempre hay mega intereses económicos y geopolíticos en juego, y en muchos casos la aplicación de modernas formas de colonialismo, pero postular este aspecto como única causa de las crisis que he mencionado y tantas otras más, es una grosera simplificación.
Hobsbawm hizo más que constatar un hecho que tal vez fuera cuantificable, medible, observable; intentó con la convicción que te da el fruto de un impresionante trabajo intelectual, dar explicación a este fenómeno. Registró entonces, fundado en un paciente análisis entre el comienzo y el final de un siglo que lo tuvo como protagonista, que la primera significación de barbarie es “el trastorno y la ruptura de los sistemas de reglas y de comportamiento moral por los cuales todas las sociedades regulan sus relaciones, entre sus miembros y los de otras sociedades”. Que el grado de descenso de la civilización hacia las tinieblas, está dado por nuestra incapacidad cada vez mayor de sorprendernos ante lo inhumano, que los millones de hombres que participaron en los principales conflictos bélicos del siglo pasado y en la propia guerra fría, ya no volvieron a ser los mismos. La impiedad, la violencia, la brutalidad y las atrocidades se les metieron en los huesos y en sus cromosomas, y así por transmisión biológica y cultural, llegó a su descendencia y a nuestros días.
Vietnam, Argelia y las dictaduras Latinoamericanas fueron páginas bestiales de la historia, que grafican las conclusiones del científico británico.
Visto así, a esta altura de mis reflexiones, les resultará extraño el título que las encabezan, “La tolerancia: guía del usuario”, que me adelanto a confesar es un refrito del título de la conferencia de Hobsbawm. No tengo la pretensión ni el atrevimiento de recetar un antídoto contra la deshumanización, ni presentarles un botón en el ordenador para que un click nos regrese a un tiempo pasado, que, como dice el dicho “fue mejor”. Me resisto visceralmente a la idea que encierra este refrán y a la visión cíclica que, es básicamente cronológica, de la repetición de los sucesos. En todo caso esos ciclos son como un espiral que avanza; sólo podemos ir hacia adelante.
Y adelante hay un mundo unipolar, donde profundizar las democracias Latinoamericanas y la tendencia progresista de la mayoría de ellas es un imperativo. Si bien las culturas políticas son diferentes, dependiendo de las improntas históricas de los pueblos, algunos estilos que hacen centro en interminables discursos cargados de una pirotecnia verbal contra los que no piensan igual, y ahora mismo contra históricos compañeros de ruta, y los liderazgos con altos componentes de idolatría y culto a la personalidad no promueven convivencia pacífica. Las experiencias de ambos componentes en cualquier lugar del planeta siempre fueron negativas.
Hace unos días asistimos al cambio de mando en Uruguay. El primero de marzo asumió un nuevo presidente y su ejecutivo, lo hizo como siempre, sin mucho ruido, sin aspavientos, con naturalidad, como hace 100 años lo venimos haciendo, sea cual sea el partido que lo deja y el partido que lo toma.
Será que este rejuntado maravilloso de criollos, gallegos y tanos que se construyó a sí mismo y tiene una identidad reconocible, con expresiones ideológicas, organizaciones sociales y políticas, desarrollo cultural y de las artes, y que en nuestro imaginario colectivo, no es otra cosa que el modo de ser uruguayo, tiene todavía en su programa genético el código para lograr esa valiosa y particular convivencia, que ni una dictadura fascista pudo destruir.
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