Fanatismo, tolerancia cero
Sea religioso, ideológico, deportivo… fanatismo, no. Es la negación de las distintivas calidades humanas. Debe erradicarse. Cualquier brote es peligroso.
Islamofobia, xenofobia de cualquier tipo, exaltación de cualquier índole, no. Hasta hace poco, la gente no podía expresarse libremente. Ahora sí. El tiempo de los espectadores impasibles, del silencio y de la sumisión ha concluido.
Europa, muy especialmente, debe ser referente en el pleno ejercicio de los derechos humanos. La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, del año 2000, es mucho más importante, muchísimo más, que la prima de riesgo. La crisis no es sólo económica. Es sobre todo ética. Es la debacle de un sistema guiado por la codicia y el cortoplacismo. Un sistema que ha sustituido los valores morales por los bursátiles y las Naciones Unidas por grupos plutocráticos. Un sistema que ha sido capaz de invadir a otro país, con miles de muertos, mutilados y desplazados, con argumentaciones falsas, para justificar sus ambiciones geoeconómicas.
Fanatismo de nadie, por nada, a escala personal o colectiva. Tolerancia cero.
Todos los seres humanos disfrutando de todas las libertades, todos lo derechos, sin cortapisas. La emoción no puede sustituir a la razón, no puede anular las características que posee de forma exclusiva la especie humana.
En los últimos años, junto a acciones terroristas propiciadas por el fanatismo tanto inter como intrarreligioso se han producido, en países que deberían ser ejemplo de solidaridad y buen sentido, reacciones xenofóbicas extraordinariamente peligrosas. La historia nos demuestra que no deben tolerarse y que corresponde a instituciones internacionales revestidas de gran autoridad moral no consentirlo. Si en 1933, cuando Hitler escribió en «Mein Kamf» que «la raza aria es incompatible con la raza judía», se hubiera reaccionado con contundencia por parte de la Sociedad de Naciones… ni el holocausto ni, muy probablemente, la II Guerra Mundial hubieran tenido lugar. Pero la Sociedad de Naciones no pudo hacer nada porque el Partido Republicano de los EE.UU. no había permitido que su país fuera parte de la institución que su propio Presidente había creado, y carecía, por tanto, de la fuerza moral, estratégica y «física» necesaria para intervenir.
Todos los seres humanos son, sin excepción, iguales en dignidad y corresponde, ante una calidad de naturaleza global y una amenaza igualmente global, dotar al multilateralismo democrático de los recursos de toda índole que se precisan para esta «tolerancia cero». Es apremiante refundar un sistema de Naciones Unidas que permita a la humanidad esclarecer horizontes hoy tan sombríos, porque está claro que la fuerza de la razón no prevalecerá sobre la razón de la fuerza hasta que no seamos «Nosotros, los pueblos», quienes tengamos en nuestras manos las riendas del destino común.
Ya podemos expresarnos. Seamos millones los que unamos nuestras voces en el ciberespacio para rechazar de plano cualquier manifestación de fanatismo. Tolerancia cero.
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