Morir por ser mujer: El femicidio como categoría fenomenológica
El término femicidio fue introducido por la feminista sudafricana Diana Russell en el año 1976 y progresivamente enriquecido durante la década de los 90 para explicar “el asesinato de mujeres por hombres porque son mujeres”. De acuerdo a ello, el femicidio puede entenderse como la figura lingüística y jurídica que permite definir y categorizar el asesinato de mujeres en el contexto de relaciones de poder, dependencia y desigualdad; crímenes que siempre son cometidos por hombres, los cuales se arrogan derechos sobre el cuerpo de las mujeres o que creen que ellas son de su propiedad.
Es decir, con independencia de su tipología o manifestación, la motivación del femicidio es siempre el sexismo y la misoginia. Además, este hecho pone en evidencia que los hombres matan a las mujeres porque quieren, pero sobre todo porque pueden, debido a la institucionalización de una cultura femicida que envía a los hombres el mensaje de que las vidas de las mujeres pueden ser tomadas y terminadas por ellos cuando lo deseen porque, dada su naturaleza y destinatarias estos son los crímenes menos repudiados socialmente, menos perseguidos policialmente y menos condenados penalmente.
La letalidad de la violencia machista en América Latina
Según las cifras oficiales, públicas y disponibles de 16 de los 18 países de América Latina que han tipificado como femicidio o feminicidio el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres, es decir, cometidos por sexismo o misoginia en el contexto de la desigualdad por razones de género, relaciones de poder, proximidad o dependencia; entre los años 2005 a 2018 fueron asesinada por la violencia machista un total de 13847 mujeres.
Estas estadísticas sin lugar a dudas podrían ser más elevadas ya que, en algunos países por desconocimiento, negligencia o burocracia muchos de estos crímenes son investigados y procesados como homicidios comunes; situación que se profundiza por la opacidad, secretismo y discrecionalidad con la cual es recopilada, analizada y publicada esta información. Así mismo, estas estadísticas no reflejan la verdadera magnitud de esta masacre de mujeres debido a la falta de información en algunos países; por ejemplo Brasil y Honduras no cuentan con registros sobre este tipo de crímenes, mientras que Nicaragua y Venezuela dejaron de publicar las estadísticas de femicidio y feminicidio en el año 2016.
Ahora, si bien es cierto que esta problemática se ha convertido en la principal amenaza para las mujeres en la sociedad contemporánea con independencia de su clase social, pertenencia étnica-racial, grupo etario, nivel educativo o ubicación geográfica, la realidad es que las mujeres tienen más probabilidades de ser víctimas de femicidio y feminicidio en algunos países que en otros. México, Guatemala, El Salvador, República Dominicana, Colombia, Perú y Argentina ocupan el sitial del horror; es decir, en términos absolutos registran los índices de ocurrencia más elevados de femicidio y feminicidio en la región, los cuales además se incrementan exponencialmente año tras año.
Esta información disponible también permite aproximarse al fenómeno y saber que, en América Latina si bien cualquier edad es una condición de riesgo, la comisión de este tipo de delitos es predominante en las mujeres con edades en el rango entre los 18 a los 49 años, quienes son asesinadas en sus casas, en sus trabajos o en el espacio público. Algunas son golpeadas, acuchilladas, abaleadas, quemadas, asfixiadas, mutiladas, estranguladas, violadas, degolladas, torturadas, descuartizadas, decapitadas e incluso cocinadas; principalmente a manos de sus parejas y sus exparejas, pero también despojadas de sus vidas por parte de sus padres, padrastros, tíos, hermanos, jefes, compañeros, amigos, vecinos y desconocidos, de los cuales, al menos el 25% se suicidan tras la comisión del femicidio y el feminicidio para escapar de la justicia.
A las víctimas directas de estos femicidios y feminicidios se suman los miles de niños, niñas y adolescentes huérfanos, desamparados, que preguntan por sus madres y, que han pasado a depender de la caridad de algún familiar o de la voluntad inexistente de un Estado que debía protegerlos. También hay que considerar a los miles de familiares que claman justicia ante las autoridades, quienes experimentan la violencia y la revictimización institucional, amenazas y represalias en un escenario cargado de corrupción e impunidad; donde según las estadísticas apenas un 22% de los femicidas y feminicidas en la región son condenados.
Pero pese a la gravedad del femicidio y el feminicidio, los gobiernos de la región optan por ignorarlos; se han conformado con tipificar el delito y aprobar penas ejemplificadoras sin realizar ningún esfuerzo para evitar la ocurrencia e incremento de estos crímenes. Las autoridades evitan a toda costa pronunciarse sobre y contra estos crímenes, se niegan a aprobar las alertas de género y continúan desmantelando los organismos dirigidos a la prevención y atención de la violencia contra la mujer; cierran casas de abrigo, eliminan políticas públicas, y sacrifican los ya exiguos y vergonzosos presupuestos dirigidos a la prevención y atención de la violencia contra la mujer.
El femicidio en Norteamérica: Una masacre silenciosa
Los elevados índices de ocurrencia del femicidio en América Latina han contribuido a instalar en el imaginario colectivo mundial la idea de que este tipo de crímenes son de una exclusiva naturaleza latinoamericana; más aún, cuya existencia y ocurrencia parece circunscribirse a Centroamérica, donde las mujeres son asesinadas en parajes desérticos, en el contexto de los conflictos armados, las guerras entre pandillas y el contrabando.
No obstante, esto ha coadyuvado a desestimar, invisibilizar y desatender la existencia de los femicidios en Norteamérica, por lo cual, estos crímenes ni siquiera han sido tipificados. Pero de acuerdo a las estadísticas oficiales disponibles entre los años 1995 a 2017 en Norteamérica ocurrieron un total de 21820 femicidios, de estos el 92% ocurrieron en Estados Unidos y el 8% restante en Canadá; sin embargo, de los altos índices de asesinatos de mujeres por violencia machista en los Estados Unidos no se habla, ni en el ámbito político, académico, mediático o activista.
Además, estas cifras podrían ser aún más elevadas debido a que, en Norteamérica se siguen contabilizando los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas en las estadísticas de violencia intrafamiliar, invisibilizando así, estos delitos cometidos en el contexto de otras formas de agresión machista y misógina.
El femicidio en Europa y la influencia de la lucha feminista latinoamericana
A nivel mundial el femicidio continua siendo considerado un problema predominantemente latinoamericano, sin embargo, la realidad es que al igual que la desigualdad, la discriminación y la violencia contra las mujeres, este fenómeno posee un carácter universal. Empero, esta situación ha sido sistemáticamente desatendida e invisibilizada, y según el informe “Administrative data collection on rape, femicide and intimate partner violence in EU Member States” publicado en el año 2017 por The European Institute for Gender Equality (EIGE), ningún Estado miembro de la Unión Europea (UE) tiene una definición legal de femicidio; pese a ello, en dicha región el concepto se entiende generalmente como el asesinato de una mujer en el contexto de la violencia de pareja.
Estos asesinatos de mujeres en el contexto de la violencia machista comenzaron a ser sistematizado en Italia en el año 2002, en España en 2003, en Francia en el año 2006, en Reino Unido durante 2008 y en Alemania en 2015; y según las estadísticas oficiales, entre los años 2002 a 2018 han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas en estos países un total de 5841 mujeres. Estas cifras podrían ser más numerosas, sin embargo, en el continente europeo prevalece una perspectiva pareja céntrica en la sistematización y tratamiento de los femicidios pues, se reconoce como violencia por razones de género solo aquella perpetrada por el agresor en el seno de la relación sentimental y de pareja; es decir, las formas de violencia ejercidas contra las mujeres por parte de sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia.
Este hecho contribuye a invisibilizar los múltiples casos de asesinatos de mujeres perpetrados por hombres motivados por el sexismo y la misoginia fuera de la relación conyugal; por ejemplo, los femicidios cometidos en el contexto los crímenes de honor o por incesto (aquellos perpetrados por padres, tíos, primos, hermanos o hijos de consanguinidad, afinidad o adopción para reafirmar su autoridad o encubrir la violencia incestuosa); así como, la muerte de una mujer por parte de un conocido o desconocido en el contexto del acoso sexual, violaciones, explotación sexual, trata, entre otros.
Esta situación ha limitado las posibilidades de intervención social y erradicación de esta problemática, sin embargo, la lucha contra el femicidio de los movimientos feministas latinoamericanos está influenciando significativamente a los movimientos feministas europeos. En los últimos años han comenzado a organizarse y movilizarse contra estos crímenes machistas, han incorporado a su lenguaje el término “femicidio”, han comenzado a contabilizar y sistematizar de forma independiente los asesinatos de mujeres por sexismo y misoginia; al mismo tiempo que, exigen a los Estados la atención del fenómeno y demandan la tipificación de estos asesinatos bajo la figura de femicidios.
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