Uruguay, el país de los sánguches de mierda
Hace unos meses, la mayoría de la sociedad uruguaya se indignaba porque Martín Lema quería tener empleados públicos dedicados a controlar lo que consumían los pobres con los mil doscientos pesos de lo que llama canasta o algo así.
Por Guillermo Amoroso
Fue mucho peor.
En una empresa, Devoto, un trabajador que cobra en mano nueve mil pesos, comió un sánguche que iban a una bolsa de basura negra.
La empresa despidió al trabajador y Mieres se tomó vacaciones.
Pasa en Devoto, en la ANEP y las ONGs de ricos que viven en La Tahona, que lucran, material y simbólicamente, con el hambre de la gente.
Muchos, muchísimos uruguayos tienen hambre.
Tan simple y tan dramático como que te chifle la panza.
Tan simple y tan dramático como que te quieran aleccionar para que ni siquiera puedas comer de la basura.
Comida que hasta un ratito antes le ofrecía la empresa a sus trabajadores a un precio “subsidiado”.
En Uruguay, ese país en que unos cuantos militan para que el hambre se vuelva ideología.
Porque con hambre no se puede pensar.
Y cuando no se piensa puede pasar cualquier cosa.
No les importa el sánguche.
Lo que quieren es que la gente coma mierda.
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