Revolución educativa: Desarrollo de la inteligencia emocional

Foto: Flickr / Nicolas Celaya
Foto: Flickr / Nicolas Celaya

La educación debe formar ciudadanos capaces de ser felices.

Hace unos días, la directora del Liceo mexicano-japonés me contó que en varios colegios de Japón, tras el almuerzo, los niños lavan su propia vajilla y entre todos se encargan de limpiar los pisos. Por otra parte, un día visité un colegio en Ecuador. Mientras el director me enseñaba las instalaciones, vi un grupo de adolescentes pintando bancos en una zona y a otros podando el césped y las plantas del jardín. Ellos mismos controlan que nadie raye los bancos. En ambos lugares me llamó gratamente la atención cómo todos saludaban al pasar y en ambos noté que no había un solo papel tirado en el piso.
Alguien pensará que en estas instituciones lo que se busca es explotar a los menores para evitar gastar más en personal de limpieza; pero me consta que no. Aquellas tareas, incluyendo la de cuidar algunas mascotas, era parte de un plan para que crecieran con valores.

Cuando con Edgardo Martínez Zimarioff visitamos alguna institución educativa, tenemos una manera de adivinar si es buena o no: miramos el piso. Allí donde el mismo está plagado de papeles y puchos, podemos saber cómo funcionan las mentes de quienes la dirigen. Sucede que todo esto tiene que ver con la programación mental. En una época donde las palabras orden, disciplina y respeto han pasado a ser malas palabras, contar esto no es fácil; pero si queremos comprender el derrumbe de los valores de las últimas décadas, tenemos que buscar en los pequeños detalles la respuesta.

Revolución educativa: El modelo finlandés

Para comprender el mundo el ser humano debe primero comprenderse a sí mismo. Debemos insertar una nueva materia en el sistema educativo que haga comprender al estudiante por qué piensa como piensa, siente como siente y actúa como actúa. Qué influencias de su educación, experiencias y medioambiente han determinado dicha manera de percibir la realidad.

Los test de Coeficiente Intelectual que no evalúan la inteligencia emocional mal pueden predecir la posibilidad de éxito de un individuo de acuerdo a sus objetivos. Este tipo de inteligencia es la que nos permite:

* Comprender nuestros propios sentimientos.

* Comprender las motivaciones y emociones de los demás.

* Dominar impulsos y canalizarlos de manera conveniente.

* Ser capaces de actuar de manera corporativa.

* Ser objetivos en el análisis de nuestra conducta y las conductas ajenas.

* Hacer elecciones adecuadas.

* Controlar la ira, el miedo, la ansiedad, la depresión y todo aquello que nos pueda llevar a cometer actos inconvenientes.

* Manejar las emociones ajenas a efectos de evitar desvíos negativos en la relación grupal.

* Canalizar nuestras pasiones y no ser esclavos de ellas.

Revolución Educativa (Tercera Parte): Corea del Sur, cosas a imitar y cosas a evitar

Tanto Finlandia como Corea del Sur han convocado la atención mundial por su revolución educativa….

Utilizar estos dones para organizar un grupo, coordinar esfuerzos y llevarlo a la conclusión de una meta común, requiere dominar el arte del liderazgo, saber cómo motivar a sus integrantes, conocer qué cosas los impulsan a la acción, qué palabras o gestos los conmueven, qué les irrita o provoca incomodidad, temor, entusiasmo, serenidad o seguridad.

Esta es la inteligencia que impulsa al líder a compenetrarse honesta y sinceramente de los problemas de sus congéneres. Es la inteligencia que le permite relacionarse fácil y adecuadamente con sus semejantes. Le permite también ahogar un conflicto desde su primera fase; es decir, puede prever las fricciones y atemperar los ánimos a tiempo, resaltando las coincidencias por encima de las discrepancias sin convertirse en un hipócrita para el cual todo está bien, en todo momento y con toda persona.

La capacidad de manejar la hostilidad propia y ajena es uno de los indicadores más notables de la inteligencia emocional.

Si enseñáramos a la humanidad, desde la escuela primaria, a combatir los desbordes emocionales, podríamos llegar a contabilizar una cantidad de homicidios, suicidios, enfermedades, accidentes, guerras y rupturas conyugales muy inferior a la actual. Se puede aprender a regular o aliviar las emociones alteradas, propias o ajenas. Ése es el gran desafío que la humanidad deberá enfrentar en el siglo XXI si no quiere continuar sumida en el caos de la mediocridad generalizada.

Cambio en los programas educativos

Proponemos incluso algo que se puede implementar de inmediato: involucrar a todas las instituciones educativas para movilizar a los estudiantes en una gran campaña nacional contra la violencia doméstica.

Somos ineptos para manejar nuestras actitudes y relacionarnos adecuada y positivamente con los demás. El cambio debe ser urgente. No faltará quien diga que la educación emocional es tarea de la familia, pero esta célula social ha tenido a través de los siglos en ese terreno un rotundo e indiscutible fracaso.

La sociedad prepara cada vez mejor a niños y jóvenes en el plano científico y tecnológico; pero los deja librados a su suerte en cuanto al desarrollo de su personalidad, lo cual es grave, puesto que de poco les servirá acumular títulos profesionales o técnicos si arruinan su vida con los desbordes emocionales en vez de encauzar sus emociones y ponerlas al servicio de sus objetivos.

La disciplina mental

Difícilmente analizamos los datos que llegan a nuestro cerebro con objetividad; por lo general nuestras pasiones (celos, envidias, odios, temores o dogmas) ofician de filtro a la información recibida. Aceptamos sólo lo que queremos creer. Nos apoderamos de un sentimiento o prejuicio antes de analizar los argumentos que apoyan diversas posturas y de éstos solo adoptamos los que justifican nuestra tendencia.

En el caso de Venezuela, resulta desgastante aportar información en las redes sociales para fundamentar porqué estamos a favor o en contra del gobierno o de la oposición. La mayoría de los destinatarios de nuestros mensajes ya tienen una opinión formada y aceptarán como válidos los datos que se les provea solo si sustentan sus ideas, así como rechazarán toda información que vaya en contra de sus rígidas conclusiones. El intercambio de información u opiniones con otra persona suele convertirse en una batalla donde es menester destrozar al adversario. Campean el desborde emocional, la ceguera mental, la crítica, el insulto y el tono elevado de la voz en relación directa al desprecio de la objetividad.

Los errores más frecuentes en este terreno son:

1) Elevar la voz.

2) Hacer gestos despreciativos, indiferentes o insultantes.

3) Usar la ironía.

4) Criticar a otra persona en público.

5) No escuchar al interlocutor.

6) Interrumpir y estar obsesivamente a la espera de meter una frase más en el debate.

7) Poner el énfasis en las discrepancias y no detenerse a valorar los puntos en común.

8) No dar marcha atrás cuando nos damos cuenta de nuestro error.

9) Dejarse dominar por el orgullo.

10) No pedir disculpas cuando corresponde y no darlas cuando nos las piden.

12) Sentir satisfacción al ganar una discusión como si se tratara de un evento deportivo.

13) Refregarle al contrario nuestro triunfo en la cara.

14) Discutir en vez de dialogar. Discutir por temas menores. Discutir por discutir.

Con esta propuesta (que incluye talleres de mediación) en lugar de tener que colocar detectores de metales tendremos detectores de problemas. No estamos usando muy bien que digamos esa fabulosa computadora que es el cerebro; pero así como es posible aprender a dibujar, tocar la guitarra o andar sobre patines…también podemos aprender a actuar de manera positiva, mesurada o conveniente. Para hacerlo se requiere algo imprescindible: reconocer lo inadecuado de nuestras reacciones y decidirnos a combatir los malos impulsos.

También contemplamos con esta medida la solución a los problemas de timidez y carencias de habilidades de comunicación que padecen cientos de miles de estudiantes, lo cual hipoteca sus posibilidades de inserción laboral y progreso social y económico.

La inteligencia puede desarrollarse; y si la inteligencia puede desarrollarse –como decía el ex ministro venezolano Luis Alberto Machado-, entonces la inteligencia debe desarrollarse y ser considerada una cuestión de Estado.

Aprender a observarse a sí mismo es indispensable. ¿Por qué siento esto? ¿Lo que voy a hacer es lo más inteligente que se me ocurre? ¿Estoy siendo dirigido por un prejuicio? ¿Estoy siendo un títere de mis emociones negativas? ¿Cuál es la mejor actitud a adoptar? ¿Qué me impide ejecutarla?

Cuando una persona lucha consigo misma, esa persona vale algo.

Desarrollar la inteligencia es liberarse del dominio de las emociones negativas.

Liberarse del dominio de otras personas. Ser libre. Ser feliz.

Ser.

Leé más de Enrique Ortega Salinas
Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje