A diez años de la muerte de Germán Araújo
Corría el invierno de 1986. Yo mantenía una entrevista con un jerarca ministerial. A las once de la mañana, mi interlocutor pidió que suspendiéramos la reunión por unos minutos. A continuación sacó una radio portátil de un cajón de su despacho y la encendió. Del aparato salieron las notas del Himno de la Alegría, seguidas por la voz ronca, amistosa, jovial, animadora que nos saludaba con un ¡Qué tal, amigos! El jerarca escuchó la introducción al tema del día, apagó la radio, pidió disculpas explicándome que quería saber si Germán trataría algún tema relacionado con él.
A esa altura de la historia, eran noventa y seis mil quinientas personas las que, diariamente, sintonizaban la radio a las once de la mañana para escuchar las reflexiones, la invitación a la acción política, el entusiasmo desbordante que transmitía Germán Araújo a través de su Diario 30.
Germán se hizo cargo de la dirección de la Radio Nacional, a partir del golpe de Estado. Con mucha mesura, trató de encaminarla hacia lo que luego fue: una voz de esperanza en el peor bache político de la historia de Uruguay. La dictadura lo supo desde el principio. Por eso, su primera jugada fue quitarle el nombre a la emisora.
La singladura de Germán y la radio 30 ambos se fueron identificando mutuamente como uno solo fue muy complicada. Conoció de prisiones preventivas, sanciones, clausuras, huelgas de hambre, fomento de la solidaridad internacional y muchas cosas más.
A partir de 1980, a los mensajes subliminales de los informativos y de las canciones, se agregó el espacio diario de veinte minutos (El Diario 30, mencionado), que se transmitía en directo a las once de la mañana y se retransmitía a las tres de la tarde y a las nueve de la noche. Con él, Germán proveniente políticamente de la Unión Cívica y periodísticamente de Canal 12 se fue transformando en el comunicador por excelencia. Ganó espacios, tuvo cuchicheos multitudinarios con cada uno de nosotros. Muchos compatriotas grababan religiosamente los comentarios y los enviaban a múltiples lugares del mundo. Su apuesta fue siempre a que volviera la democracia y funcionaran normalmente los partidos políticos todos así como todas las expresiones populares de las organizaciones sociales. Por transmitir en directo las deliberaciones de uno de los partidos tradicionales, fue clausurada la radio. A ver si me explico: los dictadores no se oponían a la realización de las convenciones partidarias; lo que no toleraban es que «la gente de Germán» las transmitiera por radio.
Junto con la apertura democrática aceptó la postulación para integrar el Senado, en la Lista 1001 del Frente Amplio. Su labor parlamentaria fue destacada, especialmente en lo que refiere a la defensa de los derechos humanos violados durante la dictadura y la exigencia de castigo a los culpables de muertes, desapariciones, torturas. Cuando se aprobó la ley de impunidad, su palabra, diariamente desde la radio – que ya había recuperado su nombre fue un acicate muy fuerte para obtener el objetivo de reunir las firmas necesarias y que aquella ley vergonzante se plebiscitara en la ciudadanía. El resultado fue adverso. El no cejó en sus intentos; reuniéndose con otros frenteamplistas independientes, fundó la Corriente de Unidad Frenteamplista (CUF) y relanzó su prédica; entonces fue expulsado del Senado, merced a un acuerdo político de blancos y colorados.
Sin embargo, tal como lo predijera su compañero de bancada Rodríguez Camusso, en la sesión que decidió la expulsión, una marea de votos lo volvió a elegir senador en 1989.
La defensa de Antel lo volvió a encontrar en una nueva batalla mediática, esta vez en radio Centenario. El resultado exitoso de esa campaña, que lo volvió a tener como protagonista, coincidió con un fuerte dolor de cabeza producto de un tumor cerebral que terminó matándolo el 9 de marzo de 1993, hace hoy diez años.
Fue un hombre lúcido, apasionado, amigo, líder y conductor. Lamentablemente, como ocurre con los conductores sobresalientes, no formó – ¿o no tuvo tiempo? – cuadros políticos que continuaran su prédica con tezón, dedicación, convencimiento y análisis crítico, combinados con el poder de la comunicación.
Pero no tengo ninguna duda de que su figura fue principal e insustituible, en el período que fue desde la implantación de la dictadura, hasta su muerte prematura.
Creo que será de justicia que un lugar o una calle de esta ciudad capital, lleve su nombre. *
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