La cara oculta del éxito económico alemán
El éxito y gran rendimiento de la economía alemana en los últimos años, incluso en medio de una crisis global tan fuerte como la que hemos vivido, es indiscutible. Y no cabe duda de que se debe a que ha conseguido consolidarse como una gran potencia exportadora.
En estos momentos, Alemania es el tercer exportador mundial (tras China y EEUU) y también el tercer importador. En 2014 representó el 7,2% del comercio mundial (frente al 11,3% y 10,6% de China y EEUU, respectivamente). El porcentaje que representan sus exportaciones sobre el PIB alcanzó el 45,7% en 2014 y las importaciones el 39,1% (frente al 32% y 29,6% de España, por ejemplo). Eso significa que su grado de apertura (medido como el porcentaje del PIB que representa la suma de sus exportaciones e importaciones) es del 84,8%, el más alto de todos los países más ricos del mundo y 23 puntos porcentuales más que el de España.
Alemania tuvo un superávit comercial equivalente al 8% de su PIB en 2014, a diferencia de lo que ocurre en las demás grandes potencias económicas. China, muy por detrás, lo tuvo del 3,5%, pero otras tuvieron déficit, como el Reino Unido (-6%), Estados Unidos (-4,5% del PIB), Francia (-3,4%) o España (-2,4%). La magnitud de este excedente se percibe teniendo en cuenta que desde 2000 hasta finales de 2015, según las últimas previsiones, habrá sumado unos dos billones de euros.
La buena marcha de la economía alemana en su conjunto se manifiesta también en la evolución de la deuda pública que, al contrario de lo que está sucediendo en la casi totalidad de las demás grandes economías, se va reduciendo, habiendo bajado en plena crisis (de 2010 a 2014) cinco puntos y medio (del 80,5% al 74%).
En el imaginario colectivo, los éxitos alemanes se suelen explicar recurriendo a la idea de que su pueblo es especialmente laborioso y ahorrador a diferencia de lo que ocurre con otros, y en especial con los del sur de Europa, de quienes siempre se dice que trabajamos menos, que dependemos de las ayudas alemanas y que gastamos más, viviendo por encima de nuestras posibilidades.
No se suele señalar, sin embargo, que la economía alemana ha llegado a ser una gran potencia gracias a las ayudas y generosidad de otros pueblos. Concretamente, gracias a las deudas que nunca devolvió, es decir, a que cientos de miles de trabajadores de otros países trabajaron gratis para levantar a una Alemania entonces destrozada por su propia responsabilidad. Una generosidad que luego los poderosos alemanes niegan a otros pueblos. Y, sobre todo, se oculta que el éxito de la economía alemana se reparte muy desigualmente entre los propios alemanes, de modo que una gran parte de ellos (y sobre todo de ellas, como mostraré enseguida) soporta condiciones laborales y sociales cada vez peores y menos satisfactorias.
La superioridad de la industria alemana sobre sus competidores se suele explicar por dos tipos de factores. Por un lado, por sus salarios reducidos, algo que se ha podido conseguir gracias a las reformas orientadas a disminuir la capacidad negociadora de los trabajadores que se vienen realizando desde la reunificación; y gracias también a la llamada ley Hartz que consolidó los trabajos basura o minijobs. Por otro, por la mejor relación calidad/precio de las exportaciones alemanas que se deriva de su especialización en productos de alta gama o “nobles”, que se pueden vender incluso aunque su precio aumente. Y, finalmente, porque además de eso la industria alemana externaliza (es decir, produce fuera de sus fronteras) un buen porcentaje de los componentes de su producción (el 52% en 2012).
Un estudio reciente muestra concretamente que los bajos salarios explicarían el 40% de la ventaja de Alemania respecto a Francia y las demás razones el resto (France et Allemagne : une histoire du désajustement europeen).
Gracias al establecimiento de condiciones de negociación laboral cada vez más asimétricas, los trabajadores alemanes siguen cobrando como media un 3% menos que en 2000 en términos reales, es decir, teniendo en cuenta la subida de precios, y se ha calculado que gracias a ello la masa salarial ha perdido alrededor de un billón de euros en esos últimos euros, en beneficio lógicamente de las diversas rentas del capital.
Como he dicho, la ley Hartz abrió paso a la generalización de los minijobs, auténtico trabajo basura que disimula la realidad del empleo alemán. Hoy día hay unos 7 millones de este tipo de empleos y unos 4,5 millones trabajadores ganando menos de 450 euros mensuales por 24 horas de trabajo a la semana, con un salario/hora de unos 5,6 euros de media. El 90% de quienes ocupan estos empleos trabajan menos de 20 horas semana y en el 75% de los casos tienen un salario menor a 8,5 euros por hora.
Estos minijobs se caracterizan porque en ellos el salario bruto es igual a salario neto, es decir, que no comportan ningún tipo de cotización y, por tanto, prácticamente ninguna cobertura de derechos sociales. No hay bajas remuneradas por enfermedad ni por cualquier otro tipo de situación. Y los derechos pasivos que generan son ridículos: la pensión a que daría derecho el haber trabajado 45 años en uno de estos minijobs sería de 150 euros mensuales.
Las mujeres soportan de modo especial este trabajo precario. Ocupan las dos terceras partes de todos los minijobs y para tres de cuatro mujeres empleadas en ellos ese empleo es la única fuente de ingreso.
La intensidad del empleo femenino en los minijobs significa que las mujeres son totalmente dependientes de los hombres a la hora de recibir prestaciones sociales. Eso explica que el 84% de las mujeres que sólo tienen estos empleos basura estén casadas (frente al 60% de todas las mujeres alemanas). Y es de destacar también que este tipo de empleo basura tiende a ser permanente, es decir, que frena casi completamente la movilidad social ascendente: un tercio de las personas empleadas en minijobs siguen estándolo después de 10 años y el 50% después de seis años.
Aunque es verdad que los minijobs han hecho que aumente la tasa de empleo de los mujeres (del 62% en 2002 al 71,5% en 2012) lo cierto es que se reparten el mismo volumen de trabajo porque una gran parte están empleadas a tiempo parcial, con una media de 19 horas semanales y con un salario de 5,6 euros de media.
La consecuencia de todo ello es que Alemania se ha convertido en uno de los países europeos con mayor desigualdad y que se alcancen niveles récord de pobreza. Actualmente hay unos 12,5 millones de pobres (que ganan menos de unos 900 euros mensuales), y un millón más de alemanes pobres en 2013 que ocho años antes. Y también destaca en este ámbito el mayor sufrimiento de las mujeres, destacando la situación de las madres no casadas, pues el 40% de ellas son pobres. En una gran potencia económica como Alemania, el 20% del total de sus ciudadanos y los dos tercios de los desempleados no tienen ningún patrimonio.
Pero para garantizar el éxito exportador alemán no sólo ha hecho falta disminuir los salarios de sus trabajadores sino también imponer una regla de moderación salarial a los países de su entorno, bien porque compite con ellos o porque en ellos externaliza parte de su producción, como señalé. Y de esa manera resulta que el “éxito” de la economía alemana se convierte en el principal factor de inestabilidad de la economía europea: al ser una economía excedentaria debería subir salarios y al no hacerlo lo que hace es obligar a que los tengan que bajar los países deficitarios, que necesitarían subirlos para mejorar el rendimiento de su economía.
Para terminar, resulta que Alemania tampoco coloca el excedente que genera en su propia economía y eso no sólo impide limitar la desigualdad y la pobreza, sino que también provoca otras grandes deficiencias en materia de infraestructuras y de capital social. El excedente lo dedica a financiar a los demás países para que puedan comprar sus productos (190.000 millones de euros en 2014) o, como antes de la crisis, a que sus bancos hagan negocio alimentando burbujas especulativas.
En definitiva, el éxito de la economía alemana tiene unos claros paganos: los asalariados alemanes y especialmente las mujeres, sus grupos sociales de rentas más bajas, las economías y países que la rodean y que han sido tan torpes de aceptar el predominio político e institucional de sus grandes grupos económicos y financieros. Y no sólo eso: el modelo que Alemania impone al resto de Europa acabará con el proyecto europeo en su conjunto porque éste no puede sino naufragar cuando se basa en la asimetría y en la divergencia, como viene ocurriendo. Y, sobre todo, porque para favorecer constantemente a los grandes grupos económicos y financieros hace falta desmantelar la democracia.
El éxito económico alemán es la ruina para millones de alemanes y para el resto de Europa y el principio del fin de la democracia en Europa. Y lo lamentable es que esto no es la primera vez que ocurre.17 sep 2015
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