Biografía de Juana de Ibarbourou devela el calvario de la poeta
De una belleza superlativa, consagrada en 1929 como Juana de América, hasta ahora sólo se sabía que la poetisa alcanzó el éxito antes de cumplir los 30 y que en los últimos años de su vida permaneció encerrada, contemplando el mundo a través de la ventana.
Sin embargo, a partir de una carta de 1952 que llegó a manos de Fischer, en la que Juana revela a un médico su romance secreto con un exitoso médico argentino 20 años menor, el autor inicia una investigación y logra desvelar el calvario de esta mujer, sobre la cual sólo se habían escrito noticias biográficas que «alimentaban el mito e ignoraban al ser humano».
El amante era Eduardo De Robertis, casado y con hijos, que había cruzado el Río de la Plata en 1949 huyendo del gobierno de Juan Domingo Perón, y que conoció a Juana en 1951. Él tenía 38 y ella 59.
Fischer tuvo «largas charlas con médicos para entender la psicología y el sufrimiento de Juana». «Tener esos referentes me ayudó a entender la psicología del personaje, a interpretar», contó Fischer a la AFP.
A partir de esa carta «desaforada, sin puntos ni comas», Fischer revisa toda la correspondencia, muy prolífica, de Juana, así como toda su obra: «En sus versos está reflejada toda su vida». Además, apela a los recuerdos y testimonios de quienes la conocieron y «guardaron silencio por muchos años».
En Uruguay, a veces ingrato con sus hijos dilectos, «es muy difícil conseguir la obra de Juana, porque no se ha vuelto a editar, está en el olvido. Afuera, en cambio, se sigue estudiando y los mejores archivos de Juana están en las universidades de Stanford y Harvard, en Estados Unidos», dijo Fischer.
Víctima de la violencia de su marido, Lucas de Ibarbourou (muerto en 1942) y de su hijo Julio César, adicta a la morfina, Juana tenía «rendidos a sus pies a los Miguel de Unamuno, a los Juan Ramón Jiménez, a los Federico García Lorca», dice Fischer, por su talento, por la audacia de sus poemas.
Su primer libro, ‘Las lenguas de diamante’, con una carga erótica muy grande, publicado en 1919, se lo envió a Unamuno, por entonces rector de la Universidad de Salamanca, junto a una carta escrita con desparpajo y ejemplares para que le diera a Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
Unamuno le responde que leyó su libro «primero con desconfianza y después con interés».
El ascenso de Juana fue tan vertiginoso que apenas 10 años después era «coronada» Juana de América en el Palacio Legislativo, el 10 de agosto de 1929, idea que se gestó en la Universidad de la República y rubricada por figuras del continente como el mexicano Alfonso Reyes, el colombiano José Vargas Vilas, los peruanos Ventura García y José Santos Chocano, que desde hacía años ya la llamaba Juana de América en sus artículos periodísticos.
Fischer también esboza la rivalidad entre Juana, la chilena Gabriela Mistral y la argentina Alfonsina Storni.
«Lo que había entre ellas en primer lugar eran problemas de cartel, un divismo de las tres», dice.
«Juana era la más linda, la más feliz, entre comillas, con matrimonio, una familia correctamente constituida para la época, buen pasar económico y (tenía) a los hombres y poetas de la época rendidos a sus pies», agrega.
«Gabriela era fea y Juana, que cuando quiere ser mordaz no la para nadie, lo dice con una ironía y maldad espantosas: ‘había que conocerla en la intimidad para verle su belleza'», dice Fischer.
En tanto, Alfonsina era una «madre soltera, que tuvo que salir a ganarse el sustento», en una época donde esas cosas eran muy mal vistas.
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