Leandro Silva Delgado, el paisajista
Nelson Di Maggio
La orientación primera fue hacia la pintura al lado de José Cúneo y Alceu Ribeiro. Fue un lenguaje que nunca abandonó, en especial en la técnica de la acuarela, donde consiguió uno de sus mejores logros expresivos. Pero fundamentalmente fue un paisajista y los jardines acapararon, con creciente entusiasmo, su actividad creadora. Un entusiasmo trasmitido por el brasileño Roberto Burle Marx cuando lo conoció en Rio de Janeiro, quedando en la doble condición de discípulo y amigo.
Antes había ingresado a la Facultad de Arquitectura de Montevideo y allí estructuraría una sección de jardinería y paisajismo. En un viaje de estudiantes de arquitectura recorre Estados Unidos y Europa y se pone en contacto con varios centros de enseñanza de paisajismo. Luego de algunas exposiciones individuales y colectivas (Luis Camnitzer, Agustín Alamán) en Salto y Montevideo, se marcha a Europa donde reside por un año en Francia. Ingresa a la Escuela Superior de Paisaje en Versailles y en la Escuela Superior de Bellas Artes de París, donde también incursiona por el grabado. De ahí en adelante pasará a residir alternativamente en Montevideo y en España (Madrid, Segovia), aunque trabajando en los más diversos países del mundo.
Realizó una muestra retrospectiva en el Museo Nacional de Artes Visuales en 1987 y en el catálogo tuvo oportunidad de reseñar con precisión las pautas de su trayectoria y los referentes que la condicionaron. Burle Marx fue decisivo a lo largo de toda su vida («El diseño del jardín y la orientación del paisaje me permitieron incorporar mi experiencia pictórica e integrar el color en composiciones a escala territorial»), luego en California a fines de los años cincuenta, observó la relación con los aspectos ecológicos y ambientales y el concepto de diseño. La visita a la Universidad de Berkeley fue un hecho decisivo en su formación. Aunque será en Francia y especialmente en Versailles donde consiguió articular una actividad con mayor aprovechamiento y disciplina, en sus vagabundeos por espacios verdes cercanos (Vaux le Vicomte, Courence) y los contactos con Inglaterra, Holanda y en particular, con las villas italianas del Renacimiento.
En España, donde permanecerá largos años, se vincula a los escultores Pablo Serrano y Jorge Oteiza, pero su emprendimiento mayor será la restauración del real Jardín Botánico de Madrid creado en el siglo XVIII y abandonado y deformado por el tiempo y los hombres. Entre 1976 y 1985 el jardín estaba concluido.
«La actividad de mi estudio –escribió Silva Delgado– se ha ido consolidando con trabajos que responden a problemáticas muy variadas. Progresivamente me he ido comprometiendo en el estudio de todos los caminos de la percepción que de laguna u otra manera inciden en el fenómeno jardín, en su lenguaje, en su dinámica. desde hace algunos años he comenzado a sentir la limitación de ciertas actividades esteticistas y pintorescas en la creación de un paisaje y me ha llegado a molestar la distorsión que se produce al forzar todos los medios expresivos del jardín hacia los aspectos estrictamente visuales. Algunas experiencias llevadas a cabo ya hace años, como la creación para una institución de ciegos, me ha permitido indagar el campo sensorial más amplio (…) «teniendo en cuenta también los olores, los sonidos, el tacto, el gusto». Y agregó: «De esa manera fui descubriendo las numerosas variaciones a las que se puede llegar simplemente con el cambio de textura de los senderos de un jardín, la arena, el césped, la gravilla, el cemento… llegando así a la identificación de cada ámbito simplemente a través de la sensación producida por el suelo que se pisa. Las zonas frescas y sombreadas, las abiertas y cálidas, la textura de las hojas y las ramas, la elección de las especies utilizadas en setos y masas arbustivas, tan en contacto con el usuario del jardín, me permitieron controlar y modelar texturas a veces muy suaves y flexibles y otras veces más duras e hirsutas. El sonido del follaje de las diferentes especies arbóreas como parámetro ambiental me ha llegado a interesar hasta la obsesión. Todo lo que va desde el sonido del viento en un grupo de pinos o casuarinas al alegre roce de las hojas de los álamos, o el ruido de la lluvia sobre un filodendro o un bananero, debe estar rigurosamente controlado.» Pero también los viajes por el Oriente Medio fueron instructivos. «El conocimiento de algunos jardines del mundo musulmán al que he ido accediendo a través de mis viajes a Andalucía y a Mallorca, donde trabajo en forma regular y constante desde hace quince años, he tenido ocasión de constatar la vigencia y el ajuste de los elementos de la composición de los jardines hispano-musulmanes. Marruecos primero y Arabia Saudita después, fueron completando esta experiencia. Fue así como le he dado todo su valor al sonido del agua de los surtidores pero también al perfume de la rosa y del jazmín, del mirto y del romero, por ejemplo».
De esa sucesión de experiencias, donde tiempo real juega un papel esencial, pues un jardín nunca está terminado y se modifica a pesar de las intenciones de control del creador, se nutrió el talento de Leandro Silva Delgado, autor, entre otros muchos, del jardín del Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, curiosamente con un diseño rígidamente geométrico en un artista que se caracterizó por las composiciones abiertas.
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