Extrañando a Raúl Forlán Lamarque

Realmente uno no sabe cómo comenzar una nota de este tipo. Reflexionar sobre la partida de Raúl -hace ya un año- no resulta un tema grato. Se mezclan muchos recuerdos y algo de bronca porque el «muñeco» todavía tenía mucho para dar. En situaciones de duelo, muchas veces se dice «qué injusticia» y creo que dicho calificativo resulta exacto en esta oportunidad. Raúl fue un referente generacional aunque es probable que su aporte no haya sido debidamente reconocido en los círculos culturosos de nuestra comunidad. (Eso importa poco, en realidad). Creo que lo trascendente, por cierto, es todo aquello con lo que nos pueda haber enriquecido a través de su producción periodística, su breve obra poética («Puntos de apoyo» y «Diario del freak») o en el mano a mano donde Raúl también manejaba un discurso crítico tan implacable como certero.

De corte autodidacta, Raúl fue un lector atentísimo que siempre estaba al corriente de lo que importaba y generoso a la hora de difundir toda esa información que hacía a la cultura de los tiempos que corren (le debo la «noticia» de algún autor interesante que se me había pasado por alto, a modo de ejemplo). La música y el cine eran sus otras dos pasiones que degustaba con similar rigor y placer. (Escribo esto y recuerdo la ocasión que vimos «El estado de las cosas» de Wenders, fascinados y muertos de frío en la sala de Cinemateca de Fernández Crespo y cubiertos por el poncho de Andrea Blanqué, que nos acompañaba). Sobre estos tres ejes (el cine, la literatura y la música) disfrutó su experiencia vital y espero, de todo corazón, que dicha forma de vivir le haya resultado gratificante hasta el último minuto.

Hoy, muchas veces, me pregunto qué habría opinado Raúl sobre tal cosa (¿habría delirado con «Sin city» de Robert Rodríguez?; ¿qué habría dicho sobre la película «Alma mater» de Alvaro?; ¿qué reflexiones hubiera hecho sobre los cambios políticos en el ámbito de la cultura?, etcétera). Es que Raúl fue un crítico honesto, un periodista de raza que siempre dijo y escribió lo que pensaba aunque doliera (fue el primero que anticipó la separación de los Olimareños   tema tabú por aquellos tiempos – en una nota de frontalísima sinceridad, entre otras cosas). Extraño su opinión, la prosa perfecta de sus primeros tiempos, esa frase corta que resumía toda su inteligencia en alguna que otra imagen demoledora y  por qué no confesarlo  extraño esa filosa ironía con la que liquidaba alguna «batalla» periodística-intelectual en el territorio de los cronistas «especializados».

Salve, Raúl, donde quiera que estés y perdoname si alguna vez me enojé contigo por esos dichosos (y tontos) celos profesionales que surgen en la redacción de un diario. Te debía las disculpas. *

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