Los olvidados (7): Pintor Alberto Abdala
El pintor Alberto Abdala (1920-1986) integra el grupo de artistas uruguayos (Cyp Cristiali, Magalí Herrera, Lucho Maurente, Salustiano Pintos) surgidos en las décadas del 60 y 70, al margen de los circuitos y estudios tradicionales: los singulares del arte.
Pocos pintores aceptan reconocer con precisión el comienzo y el fin de la elaboración de su obra. Alberto Abdala empezó a pintar en diciembre de 1968 y abandonó los pinceles de la misma manera súbita con que comenzó, en 1976. Un lapso que coincide con las muertes de sus hermanos Luis y Manuel, respectivamente. Lo consideró una evasión a las tensiones de la vida. Quizá no fueron muy distintos los motivos que impulsaron al doctor Pedro Figari en la madurez de una trayectoria pública y notoria a pergeñar sus cartones iluminados a la luz del recuerdo.
Alberto Abdala, más que un pintor olvidado, es un pintor desconocido. Nunca realizó una muestra individual, pero dejó cerca de 600 obras realizadas al óleo con colores Lefranc sobre diversos soportes (tela, fibra, papel, cartulina,vidrio). Pocos cuadros están firmados y fechados. Utilizó tamaños de mediano y pequeño formato, cuyas dimensiones mantuvo de manera constante. Todos los recursos operativos le sirvieron: el pincel, la espátula, el chorreado o dripping, las manos y los dedos.
Hijo de inmigrantes libaneses, Alberto Abdala nació en Maldonado y en la misma ciudad hizo estudios secundarios. En Montevideo continuó preparatorios de derecho y obtuvo el título de abogado en 1946. Ejerció su profesión y la docencia en la misma institución en que se recibió y en la Universidad de Trabajo, cargos que abandonó al ser designado secretario de la presidencia de la República. Electo diputado por Montevideo y Canelones en 1950, mantuvo una intensa actividad política en el ámbito parlamentario propiciando numerosas iniciativas, dentro del Partido Colorado, ministro del interior, Consejero Nacional de Gobierno y vicepresidente de la República. Comentarista radial desde El Espectador en la audición Dialogando con usted, entre 1967 y 1969 y una segunda etapa entre 1972 y 1973, algunas veces hablando directamente desde el Senado, puso de manifiesto un enérgico discurso en defensa de la justicia social, la paz, la defensa de la soberanía, las instituciones y la democracia en momentos sumamente difíciles para el país, con valentía, franqueza y lucidez, notas que caracterizaron su trayectoria de político y ciudadano.
Para no desmentir sus ancestros árabes, tenía la capacidad de amistar con espontaneidad y la vehemencia comunicativa. Un físico sólido y dinámico concentraba su enorme expresividad en los ojos enormes y de mirada intensa, acompañada de una gestualidad y una palabra que se correspondían con el pensamiento. Se multiplicó en un activismo político en el sentido helénico, como atento servidor de los problemas de la polis y de sus habitantes. Todo en él pareció ser una fuente inagotable de energía disparada en varios sentidos.
Uno de esos sentidos se orientó hacia la creación artística. Aunque no se consideraba pintor y su actividad pictórica fue «una evasión del espíritu, como la de un hombre que se pone a carpir», no fue al acto de pintar un recurso liberador a su ajetreada vida. Tampoco una gratificación temporaria de una postergada vocación. Menos aún, un trampolín para ampliar socialmente su personalidad política. Su actitud creadora, breve y acotada, se aparta de los cánones habituales de otros hombres públicos en circunstancias similares.
Es que a su condición de autodidacta, su falta de oficio y de práctica, las compensó con una experiencia directa por museos y galerías que sin duda tuvo ocasión de visitar en sus numerosos viajes por el mundo. Quizá lo hizo a pesar suyo («viví de espaldas a la pintura», escribió) como una necesidad interior donde, por breve lapso, se encontró a sí mismo en el ojo de la tormenta de la creación. No sólo estuvo rodeado de amigos y correligionarios. También algunos pintores (Juan Sarthou, Zoma Baitler, José Trinchín, Eduardo Vernazza) y fotógrafos (Rómulo Aguerre) compartieron sus inquietudes en diálogos frecuentes y hasta, en un primer momento, dejaron la huella de una influencia rápidamente asimilada y superada.
Lo cierto es que, luego de unos tanteos primarios, donde se advierte la dificultad en resolver los problemas plásticos, casi de repente, nace el pintor seguro, sin asomo de titubeos en la composición, inventando técnicas y descubriendo sonoridades cromáticas nada frecuentes en el arte nacional. Pero además, en esos ocho años de labor, su obra, tiene una unidad de elaboración como si una mano segura de lo que quiere hubiera cosechado en un acto único la diafanidad y transparencia de sus trabajos sobre vidrio. Trabajos que evocan la suntuosidad de las lámparas sirias, las cerámicas turcas, los tejidos del Medio Oriente, las miniaturas persas, las joyas del Museo Topkapi, esa sensualidad clara y rotunda, directa y sin titubeos, patrimonio del arte musulmán.
Los años sesenta fueron definitivos y definitorios para la sociedad uruguaya. Acompasando los cambios profundos a escala internacional, el Uruguay sintió el sacudón transformador en lo político-económico y cultural. Fue la antesala de los años de plomo de los setenta.
En las artes visuales los códigos se modificaron con rapidez. Del informalismo y la virulencia de la subjetividad, de la paleta concentrada en el dramatismo opositor del blanco y el negro, una suerte de anticipo de la atmósfera espiritual que vendrá, se pasó a la neofiguración procedente del pop-art angloestadounidense, una zona de influencia cultural que empezó a gravitar con fuerza creciente. Una complejidad estética en permanente ebullición y metamorfosis.
Es posible conjeturar que hay dos tendencias en la obra de Abdala. Una, figurativa, de los comienzos y otra posterior abstracta. Una abstracción orgánica teniendo al vidrio como único soporte. Es el período más fecundo y original. Llevan el título genérico de Composiciones abstractas, Composición o Abstracto, miden entre 40 x 30, 50 x 70 y 34 x 24 centímetros, excepcionalmente se encuentran de 32 x 28 centímetros. Rara vez están fechadas (en casos aislados estampa las fechas 1973 y 1974). Tampoco se preocupó por firmarlas. Sin esfuerzo, recuerdan a los informalistas europeos (Sonderborg, Degotex, Fautrier) y uruguayos (Pavlotzky) de gran difusión en su época.
Aunque su paleta es variable y pasa de los contrastes de blanco y negro, al color, es el fuerte cromatismo, el vértigo de manchas o gotas que agrupan en remolinos, corrientes que arrastran vegetales, más intuidos que figurados, ritmos orgánicos que convocan al receptor a seguirlos en su atrapante entramado de rojos, verdes, violetas, amarillos, naranjas surgidos directamente de los tubos Lefranc. Al trabajar de un lado del vidrio, sobre el cual pega (no en todos) un papel de diario, el cuadro final se lo ve del otro lado, al revés. Y como si hubiera calculado al máximo el efecto, esos vidrios, convenientemente iluminados, adquieren una intensidad cromática de contagiante energía. Hay series en las cuales predomina un color y así establece una unidad visual, momento de una intensa subjetividad. Es siempre una pintura solar y espontánea, fresca como el agua que cae, y que por eso elude, automáticamente, las trampas de lo decorativo. Seguir las variaciones de esos vidrios o de las monocopias, nunca repetidos, aunque de una gran unidad interior y férrea concepción plástica, es asistir a la gratificante sensación de descubrir una personalidad auténtica, hasta ahora desconocida del gran público y los especialistas. (Fragmentos de un ensayo inéd
ito). NDM
Te recomendamos
Falleció a los 89 años Günther Drexler, padre de Daniel, Diego, Paula y Jorge Drexler
El médico y escritor nació en Berlín y escapó con su familia a Bolivia, huyendo de la guerra. Se instaló en Uruguay en 1945 y construyó una familia de médicos y músicos con su esposa, Lucero Prada.
Compartí tu opinión con toda la comunidad