Serrat dice hasta siempre en el Estadio Centenario
Joan Manuel Serrat se presentará este martes 22 a la hora 21.00 en el Estadio Centenario de Montevideo en el marco de su gira de despedida de los escenarios titulada "El vicio de cantar". Un día antes la Fundación Mario Benedetti le distinguirá con el Premio Internacional a la Lucha por los Derechos Humanos y la Solidaridad.
El gigante catalán que llegó por primera vez a nuestro país en 1969 y que cumplirá 79 años el próximo 27 de diciembre ha dicho que dejará los escenarios «pero no la vida. Seguiré componiendo canciones por el simple placer de la creación y sin la presión de tener que subir a los escenarios. Seguiré expresándome a través de canciones. aún no se cómo las haré llegar a la gente, pero sí, estoy seguro, seguiré escribiendo y componiendo».
Con la sabiduría que lo caracteriza, Serrat confesó que la decisión de no volver a trepar a los escenarios «fue tan sencilla como la necesidad de ser yo quien decidiera el momento de apartarme. Por qué ahora? -se preguntó- Porque todos los actores que somos, yo, yo y yo , estamos de acuerdo en que ya es la hora. Es la realidad la que manda. Si no lo haces tú, te saca la vida, un accidente, una enfermedad. Por lo tanto antes de esas eventualidades prefiero ser yo mismo quien toma la decisión».
La fiesta ante la tribuna Olímpica del Monumento Mundial del Fútbol organizada por AM Producciones será con dos docenas de canciones y varios bises, aunque seguramente tanto el artista como el público gustarían de quedarse cantando hasta el amanecer. Será una noche de celebración en donde la emoción y cierta melancolía no estarán ausentes. Varias generaciones de uruguayos crecimos acompañados por la banda sonora de sus canciones. Es que Serrat no es solamente un artista, es parte medular de las luchas por la libertad, por la justicia social, por los Derechos Humanos. Defensor de su idioma y su cultura, frontal opositor a la dictadura de Franco y a las dictaduras cívicas-militares que asolaron nuestra América Latina y opositor a todo tipo de autoritarismo.
Es así que la Fundación Mario Benedetti decidió otorgar la edición 2022 del Premio Internacional a la Lucha por los Derechos Humanos y la Solidaridad a Joan Manuel Serrat y también a la tribu Mundurukú de Brasil.
La cantante Diane Denoir, integrante del Consejo de la Fundación expresó que la distinción se otorga a Serrat por la «consecuente defensa de las causas justas y la resistencia al franquismo de un artista imprescindible que permanentemente ha puesto en el tapete las injusticias del mundo, así como también de quien gracias a sus magníficas musicalizaciones de poetas nos ha permitido conocer mucho mejor a Miguel Hernández, a Antonio Machado, a León Felipe, al trabajo conjunto con nuestro querido Mario Benedetti»
Denoir también mencionó a la tribu Mundurukú destacando que esta «resiste con mucha valentía a las invasiones de los madereros que talan los árboles de su territorio. Ellos se han organizado para enfrentar y resistir a estas invasiones. En primer lugar, desde 2006 han iniciado un proceso de demarcación de su territorio ante todas las instituciones oficiales, de modo que quede oficializado cuáles son las tierras que les pertenecen», señaló.
Le llamaban Manuel, nació en España
Entre el manojo de canciones que ofrecerá ante los uruguayos estarán Mi niñez, El carrousel del Furo, Señora, Lucía, Romance de Curro El Palmo, Hoy por ti mañana por mí, No hago otra cosa que pensar en ti, Algo personal, Las nanas de la cebolla, Para la libertad, Canco de bressol, De cartón piedra, Tu nombre me sabe a hierba, Hoy puede ser un gran día, Pare, Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Cantares, Penélope, Esos locos bajitos, Fiesta.
Mucho hemos escrito sobre Serrat durante varias décadas, anunciamos su gira mundial de despedida el año pasado (ver enlace al final de esta nota), nos conocemos desde sus primeros pasos por Montevideo, ciudad a la que le juró amor eterno. Hemos conversado en varias ocasiones, aunque nunca lo suficiente. Nos acompañó durante las buenas, las malas y las peores también. Esta será su despedida de los escenarios pero no la despedida de nuestro Uruguay, no será jamás la despedida de sus afectos. Algún día nos volverá a sorprender en suelo oriental exclamando como Pichuco» no digan que estoy volviendo, si en realidad nunca me fui».
Carta de Serrat a Montevideo
Querido Montevideo:
Ayer hablé por teléfono con Galeano y me contó que el tiempo está muy inestable por ahí.
El invierno empieza a mostrar su cara de palo y los plátanos de sombra ya están arreglando sus cosas antes de echarse a dormir.
Cuando nos vimos las caras por primera vez, Montevideo, verdeabas por los cuatro puntos cardinales y las muchachas se desparramaban adormiladas en los pastos del Parque Rodó, robándole el brillo al Sol del mediodía para llevárselo puesto. Era noviembre de 1969. Aquel año fue el primero de mi vida que tuvo dos primaveras.
Viajé desde Buenos Aires con Edmundo Rivero, el de las manos como capazos y la voz de trueno; con él compartía cartel en el Parador del Cerro. Vine para un par de días, con urgencias, como siempre, y, nada más llegar, después de atender un par de periodistas tan convencidos como yo de lo efímero del éxito, en especial el mío, salí del hotel con la intención de bajar al puerto a cumplir con una antigua promesa: encontrar la sombra perdida del Graf Spee.
De niños, el Tito y yo, conmovidos por el heroísmo de aquellos marineros, rubios como la cerveza, que hacían de buenos en la película, nos juramentamos, al salir del cine, que, en cuanto fuésemos mayores, iríamos a Montevideo a echarles una mano a aquellos desventurados tipos, aunque fuesen alemanes; así que aprovechando la ocasión, aun a sabiendas de que era demasiado tarde para hacer nada por ellos, eché a andar con moderado entusiasmo al encuentro de mis fantasmas infantiles.
De cualquier modo, aunque no sacase nada en claro del Graf Spee, siempre me quedaba el Tito quien, en nuestra anual conversación en el bar Juanito, escucharía generoso el relato ampliado y aderezado de este rescate de recuerdos. Pero tú querías llamar mi atención con otras cosas, Montevideo. Calles donde los diarios voceaban nombres desconocidos.
Querías que te viera, que me fijara en ti, que me dejara de pavadas de Graf Speeses y marineritos heroicos y que me enredase en tus redes. Por eso abriste para mí la cajita de los asombros y, justo al salir del hotel, aprovechando mi torpeza habitual, me hiciste pisar una bosta de caballo en la puerta del Hotel Victoria Plaza, antes de Moon. Yo, que había salido a buscar perfumes de niñez me di de morros con ella. Qué admirable y qué insólito se veía en el asfalto aquel trofeo verde y oro. No por el hecho en sí, claro, no por el lugar elegido por el animal para cagar, sino porque aún rondas en caballos por el centro. Aquella bosta le dio una vuelta de tuerca al destino. Me devolvió a los cuarteles de invierno de los años idos. Encendió mi curiosidad empujándome a buscar debajo de tu vestido. Me llamaste y yo atendí y me dejé llevar.
Olvidé el asunto del Graf Spee y a Tito. Olvidé el programa previsto. Incluso olvidé una visita concertada al Estadio Centenario – por cuyas tripas, si uno le pone atención, al atardecer, se escucha el tintineo metálico de los tacos – y caminé a donde quisieron llevarme mis zapatos.
Como un gurí por la murga, me dejé llevar por calles engalanadas de forchelas; calles en las que aún estaba caliente el recuerdo de Xirgú y donde los diarios voceaban nombres desconocidos que iban a tardar poco en serme cotidianos; calles que aguardaban todo el año la vuelta del Carnaval, agotadas sus existencias de longanizas para atar perros; veredas por las que los hinchas de Nacional caminaban agrandados con títulos libertadores e intercontinentales bajo el brazo como quien se exhibe con el termo para cocer el mate de la gloria.
El termo y el hombre – Insólito espectáculo para ojos profanos. El termo. ¿Quién dijo el termo…? El termo y el hombre. El termo y la cancha. El termo y Dios.
Qué insólito espectáculo, querida, para unos ojos profanos, contemplar a unos ciudadanos comunes, en su mayoría tipos respetables, yendo y viniendo de sus quehaceres cotidianos con ese artefacto que uno cree reservado a situaciones de emergencia, con la mayor de las naturalidades, enganchados a él como un yonki a la heroína.
Aun reconociendo el aporte tecnológico que el termo representa para la cultura de la yerba, no deja de ser chocante para unos ojos profanos, repito.
Aquél día, caminé tus calles como nunca he vuelto a caminarlas mientras tú, Montevideo, hacías todo lo posible por deslumbrarme.
Unas veces de frente y otras por sorpresa. Me llevaste a comer achuras al Mercado del Puerto, nos tumbamos en la tarde de Pocitos y juntos amanecimos en el Cerro.
Me trajiste a Alfredo y a Daniel y al loco del Sabalero y a la dulce Vera y yo te llevé conmigo al Este, a comernos las noches con Nana, con Manolo, con la Camerata.
Me gustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más tarde cuando me enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a mi casa con lo puesto. Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnes torturadas; ahí te conocí, Montevideo; ahí te sentí como algo mío, y ahí nos juramos amor eterno»
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