En el piano, ¡Don Rubén González!
Rubén González se sentó frente al piano aquel sábado de 1999 en el viejo estudio de grabaciones de la calle San Miguel, en Centro Habana, y como por arte de magia la proximidad del teclado le devolvió la frescura al rostro enjuto, cubierto por la barba y el bigote canos. No se levantó ni cesó de tocar, ni siquiera durante nuestro diálogo, que tuvo lugar en un receso de la Banda Gigante creada para rendir homenaje a Benny Moré en el disco Buena Vista Social Club presenta a Ibrahín Ferrer.
En busca de un sonido lo más cercano posible al de los tiempos del Bárbaro del Ritmo, Nick Gold, productor ejecutivo del sello World Circuit, y Juan de Marcos González, coordinador entonces del proyecto, le pidieron al trombonista Jesús (Aguaje) Ramos que trajera a Generoso Jiménez, ex arreglista de la orquesta del Benny para que dirigiera esa grabación.
Mientras Aguaje regresaba, unos músicos se agruparon en la cafetería para consumir alimentos y otros sencillamente contaban anécdotas y bromeaban.
Sólo Rubén permaneció en el estudio, tocando incesantemente el piano, fuente de la reanimación de su cuerpo y de su mente, mientras me contaba diversas facetas de su vida.
Para entonces ya era uno de los cubanos más famosos en todo el mundo, tras el éxito de los álbumes Buena Vista Social Club (título también de la película realizada por Win Wenders), Buena Vista Social Club Introducing Rubén González y el anuncio de que pronto aparecería su segunda y última producción para World Circuit, como solista: Chanchullo.
Me impresionó la humildad de su sonrisa permanente y la lucidez de su memoria, cuando al comenzar el diálogo se refirió a Radio Progreso y al locutor Eduardo Rosillo.
«Nunca esperé tanto de la vida. Por eso ahora recuerdo con cariño a quienes creyeron en mí. Rosillo, el cantante Raúl Planas y el tresero Arturo Harvey (Alambre Dulce) vinieron a mi casa de la calle Lucena a sacarme de mi jubilación en 1994 cuando se les ocurrió la idea de rendir homenaje a Luis Martínez Griñán (Lilí) en un disco que es el antecedente directo de Buena Vista Social Club: El son inconcluso, de Luis Martínez Griñán.
Desafortunadamente el disco no salió al mercado hasta hace muy poco. Para mí eso fue muy grande, figúrate, yo fui el que encontré a Lilí tocando música americana y alguna que otra pieza de Chopin en el bar Panamerican, en Guantánamo; y en 1943, cuando se me presentó un contrato por varios meses para Panamá, se lo propuse a Arsenio para que me sustituyera.
No me atrevía a marcharme sin cumplir mi compromiso con el ‘ciego maravilloso’.
Me fui, y a los tres meses cuando regresé, ya Lilí era uno de los padres de ese estilo que le debe mucho a Arsenio, en el que se combinan la tristeza, el sentimentalismo que nos viene de Chopin, con el tumbao del son cubano. Porque, eso sí, nuestro éxito ha sido siempre sonar a son, sonar a cubano».
-Usted insiste mucho acerca de la influencia de Arsenio Rodríguez sobre dos de los pianistas más virtuosos de la música popular cubana, ¿por qué?
-Porque soy justo y agradecido. (…)Mi mayor suerte fue que aquí, en La Habana, alquilé una casa colindante con el local donde ensayaba el conjunto de Arsenio Rodríguez. Me oyó tocar y fue a buscarme para que fuera su pianista. Era un tresero bárbaro, y me dijo: «Cuando hagas un solo, tu terminas la idea tuya completamente, pero cuando vas a entrar de nuevo al acompañamiento que venías haciendo, paras, te detienes un ratico, oyes la música por donde va, y entonces entras, todo eso sin que la gente se de cuenta.
Eso es para que entres bien porque, si lo haces mal echas, a perder todo lo que hiciste antes, y de nada te vale entonces haber realizado el mejor floreo del mundo.
Esa fue la más grande lección de piano que recibí en mi vida. Cada vez que toco con un grupo y hago un solo, me acuerdo de Arsenio Rodríguez.
Los jóvenes pianistas me dicen que no entienden cómo yo hago estas cosas en el piano, y yo les respondo: «Es que ustedes siempre repiten lo mismo.
El piano, a diferencia de la guitarra y otros instrumentos acompañantes, es un instrumento de ataque, que al mismo tiempo de acompañar, canta».
De esta forma sencilla, Rubén González explicaba su estilo propio.
Muchas preguntas quedaron en la agenda aquella tarde, pero con la llegada de Generoso Jiménez, la Banda Gigante se recompuso, y la entrevista se interrumpió. Permanecí junto a Rubén y su piano, y tuve el privilegio de verlo rejuvenecer como pianista acompañante, sonriente, mientras Ibrahín Ferrer desgranaba sus improvisaciones con el arte de los grandes soneros en «Qué bueno baila usted», de Benny Moré.
Y mientras un coro de ángeles integrado por Manuel Licea (Puntillita), Pío Leyva y José Antonio Rodríguez (Maceo) dejaban registrado el famoso estribillo que popularizó en los años cincuenta la Banda Gigante del Bárbaro del Ritmo, en mi interior resonaba la misma frase que recuerdo ahora con emoción cuando escribo estas líneas, al saber inertes las manos de aquel genio de inmensa sencillez: ¡Don Rubén, qué bueno toca usted! *
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