Cuando militares y civiles dieron el hachazo final a la democracia
Aquella mañana amaneció nublada. Los hechos se precipitaban. Era el miércoles 27 de junio. Lo opuesto al paraíso estaba por ocupar todos los espacios de nuestra sociedad. En una jornada gris, fría (apenas 3 grados de temperatura) y cargada de densos nubarrones los hechos se sucedían sin solución de continuidad.
Moría el entrañable escritor maragato Francisco Paco Espínola. Para los más avisados, la noticia de su muerte era esperada, como también era esperada la escueta información que anunciaría el último brutal hachazo contra la institucionalidad democrática ya que faltando apenas veinte minutos para las 2 de la madrugada de ese miércoles 27 había finalizado la que muchos suponían que sería la última sesión parlamentaria.
Con pocas horas de sueño, despertamos con la salida del sol cerca de las 8 de la mañana, alertados por el ruido que provocaba el vuelo de helicópteros. Encendimos una antigua radio a válvulas con forma de capilla e inmediatamente escuchamos marchas militares.
Entonces supimos que desde las cinco de la madrugada una cadena radial con base en CX 20 transmitía marchas militares y alguna que otra canción folclórica, al tiempo que se emitía el decreto por el cual se disolvían las Cámaras de Representantes y las Juntas Departamentales.
Al amparo de la noche, una maquinaria de guerra, con tanques y blindados M 113, y tropas de la infantería del ejército dirigidas por el coronel Luis Queirolo junto a los también generales Esteban Cristi y Gregorio Álvarez, irrumpieron en el Palacio Legislativo, ocupando el Senado y luego invadiendo todos los espacios, derribando de manera completa la institucionalidad democrática.
Con escasa ropa, pese al frío, antes de salir para tomar contacto con algunos compañeros, con mi padre —italiano, librepensador y anarquista— subimos a la azotea observando las evoluciones de los helicópteros y pensando que apenas a unos cuarenta metros de nuestra casa, las compañeras presas por razones políticas en la Cárcel de Cabildo estarían preguntándose la razón de tal alboroto, aunque suponíamos también que —por las visitas— estarían avisadas de lo que tal vez podría ocurrir.
Ese mismo día, el por entonces ministro de Cultura, Robaina Ansó, presentaba su renuncia al cargo, luego de reunirse con Juan María Bordaberry. También renunciaban a sus cargos los ministros de Obras Públicas, Angel Servetti, de Industria y Energía Jorge Presno, y de Salud Pública, Pablo Purriel. Casi al mismo tiempo, Zelmar Michelini viajaba a Buenos Aires y, al llegar al aeropuerto porteño, alcanzó a divisar a Enrique Erro que se aprestaba a ascender a otro avión para retornar a Montevideo. Zelmar, casi junto a la escalerilla del aeroplano, le tomó de un brazo y se lo impidió, evitando así que cayera en las garras de las Fuerzas Conjuntas. En otros ámbitos, la vida seguía su curso y la nota frívola (sin responsabilidad de la protagonista) se constituía la elección de Miss Uruguay que recayó en Yolanda Ferrali.
Ese mismo día la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) declaraba una huelga general llamando a la población a ocupar los lugares de trabajo y la Federación de Estudiantes Universitarios de Uruguay decidía ocupar las Facultades y los centros de estudio.
Aquel miércoles, luego de escucharse en la mañana a través de las radios la marcha militar y los primeros siniestros comunicados, comenzaba la resistencia a una pesadilla que se prolongó durante una docena de años. Se iniciaba la dictadura militar con el apoyo de civiles como el del presidente Juan María Bordaberry.
Esa jornada, entre quienes en pocos días más iban a pasar a ser rehenes de la dictadura militar, se encontraban presos en el Penal de Libertad el luchador social y escritor Mauricio Rosencof, José Mujica; Eleuterio Fernández Huidobro, Raúl Sendic Antonaccio y otros integrantes del MLN Tupamaros.
Recordando aquel aciago día, Rosencof —quien cumplirá 90 años el próximo viernes 30 y que presentará su nuevo libro “Con las raíces al hombro” el jueves 6 de Julio a la hora 19.00 en la librería Puro Verso (18 de Julio 1159)— recuerda que Paco Espínola fue en 1932 uno de los “alzados con Basilio Muñoz contra la dictadura de Terra. Estaban juntos Justino Zabala Muniz, batllista de ley y Paco un blanco de ley.
“Paco muere como blanco y como militante del Frente Amplio”, dice Rosencof, agregando que el 27 de junio “fue la disolución de las Cámaras ya que el Golpe había sido dado el 9 de febrero. Los acontecimientos de ese día están borroneados –prosigue Rosencof- porque cuando el Partido Colorado proclama la candidatura de Bordaberry ya se conocía su pensamiento. Bordaberry era un importante patrón de pastoreo y ya se sabía que su pensamiento era franquista, era partidario de los militares participando en el gobierno.
Esto lo dijo él mismo en el libro de Campodónico y en un reportaje que le realizaron en Búsqueda. Ya era partidario de la disolución de los partidos y del corporativismo. Que él disolviera las Cámaras era lógica pura. Esa fue la pata cívica de los militares, expresa Rosencof detallando que los integrantes del Consejo de Estado de la dictadura, Pablo Millor y Juan Carlos Blanco, fueron luego senadores de ese mismo Partido Colorado y que la dictadura tuvo luego como presidente a Aparicio Méndez del Partido Nacional.
“Ese espíritu franquista de Bordaberry es el mismo del doctor Luis Alberto Lacalle Herrera que en el año 1975 en la embajada de España en nuestro país, cuando en la muerte de Franco hizo el saludo fascista y cantó emocionado el himno falangista ‘De cara al sol´. En el año 1971 el candidato a la presidencia del sector de Luis Alberto Lacalle fue el general Aguerrondo, el golpista que había fundado en 1966 la logia de los Tenientes de Artigas», subraya Rosencof quien en aquel aciago día, junto a otros compañeros, a modo de parte diario, se informaban sobre la huelga general decretada por la CNT observando que la llama de la planta de la refinería de Ancap de La Teja seguía apagada.
Aquel 27 de junio de 1973, luego de escucharse en la mañana a través de las radios la marcha militar y los primeros siniestros comunicados, comenzaba la resistencia a una pesadilla que se prolongó durante una docena de años antes de ser recuperada una democracia que, en sus primeros tiempos fue tutelada y cuyos perjuicios y daños continúan hasta el presente.
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