Zabalza, el cátaro de la izquierda uruguaya
Ayer Bonomi, hoy Zabalza, no me quedan ya reservas anímicas para seguir escribiendo sobre la melancolía humana.
El Hades se está ensañando con seres humanos ejemplares que sacrificaron sus vidas por hacer más justa e igualitaria la existencia de los desamparados.
Hoy se nos fue Jorge Zabalza Waksman, portador de una hazaña de la inconformidad contra todo aquello que disintiera con sus ideales, sus estrategias y sus tácticas, con pocos precedentes en la izquierda uruguaya.
Nacido en una familia de holgado porte económico, renunció a todo lo que le ofrecía la buena vida burguesa de su linaje y se lanzó al asalto del cielo, portando en sus alforjas, solo su pureza y el voluntarismo idealista de sus genes.
Sufrió las sevicias más terribles, como uno de los rehenes tupamaros, que la legión de golpistas inhumanos eligieron para saciar sus instintos sádicos e inmisericordes.
Fue un revolucionario en el sentido estricto de la palabra. Nunca defeccionó de ese objetivo estratégico. Fue coherente en todo. Incluso en sus errores tácticos y en su aislamiento ideológico que de nada le sirvió para instalar en la realidad política alguna de sus ideas.
Recuperada su libertad y luego de su brillante discurso antiimperialista espetado en las propias barbas del presidente francés Jacques Chirac y culminada su exitosa gestión como presidente de la Junta Departamental de Montevideo, en representación del Frente Amplio, hizo prevalecer su inconformidad, con todo y con todos. Y se fue del Frente Amplio, la gran fuerza reformista del país de los uruguayos.
Se convirtió en el cátaro de la izquierda uruguaya. En el purista, cuya pureza no solo era el fin sino también el medio empleado. Cátaro y puro, casi sinónimo, lo transformó en un líder meramente testimonial, sin incidencia en los hechos que durante 15 años transformaron el rostro del país, la vida de los postergados y la derrota del bipartidismo conservador.
Se olvidó de que lo esencial es la contradicción principal y el estado de la correlación de fuerzas. Ese olvido lo llevó a ser muy injusto con sus compañeros, rehenes del mismo cautiverio, ellos sí, transformando el radicalismo verbal que no conduce a nada, en acción política inteligente que realiza cosas radicales. Dejemos también claro que no identificamos a Zabalza con el radicalismo verbal sino con el radicalismo testimonial que es otra cosa, insuficiente pero respetable.
Pero más allá, de lo que considero sus desaciertos estratégicos y tácticos, nadie puede dejar de reconocerle su coherencia ideológica, su modo de vida ejemplar como el de su criticado compañero Mujica, y su vocación revolucionaria en una época donde hasta ese vocablo ha sido erradicado del diccionario de la izquierda mundial.
Así como dije ayer, que su compañero de las luchas guerrilleras, Eduardo Bonomi, fue el mejor Ministro del Interior desde que Luis Batlle designó en 1951 a Dardo Regules en esa cartera y había que honrarlo como tal, hoy culmino estas líneas con la misma convocatoria.
De pie, entonces, uruguayas y uruguayos para rendirle también honores a este guerrillero de la vida, a este revolucionario que abandonando todo lo que le ofrecía su linaje, dedicó su peripecia vital a construir una de las hazañas de la inconformidad más polémicas de los últimos años.
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