Crímenes de honor: El derecho masculino de matar
Victoria Sau en el Diccionario ideológico feminista, define el patriarcado como el poder de los padres, es decir, “un sistema familiar y social, ideológico y político en el cual los hombres, a través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley o el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación, y la división del trabajo, determinan cual es o no el papel que las mujeres deben interpretar con el fin de estar en toda circunstancias sometidas al varón”.
Esta concepción ha sido legitimada en las diferentes etapas de la historia por el pensamiento religioso, filosófico y científico, en el cual se ha vilipendiado a la mujer considerándola pueril, irresponsable, incapaz de garantizar su seguridad física, económica o moral; motivo por el cual -desde esta perspectiva- amerita una permanente tutela masculina expresada en la figura del padre, los hermanos, el marido, los hijos o cualquier hombre del grupo familiar.
«La Comisión de Derechos Humanos de Pakistán afirma que, en lo que va del año 2016 se han cometido 262 asesinatos fundamentados en la “vergüenza” y el “deshonor” en ese país.»
Ahora bien, esta forma de organización social, fundamentada en el dominio e imprescindible tutelaje masculino sobre la mujer ha servido como justificación para perpetuar las desigualdades por razones de género; ha legitimado una distribución inequitativa de los roles, al mismo tiempo que, ha favorecido y promovido prácticas de violencia contra las mujeres que transgredan el orden social y rechacen supeditarse al poder que se les ha impuesto.
Pero en una sociedad en la cual se sigue otorgando a los hombres el poder y control sobre la vida de las mujeres, una de las consecuencias de estas concepciones y prácticas ha de ser el femicidio, entendido como la muerte violenta de una mujer por el hecho de ser mujer. Los hombres en la sociedad patriarcal, androcéntrica y falocrática se sienten en el derecho de agredir, violar y asesinar a las mujeres si no responden a sus expectativas; crímenes que son cometidos incluso en el contexto del grupo familiar –en la cual el parentesco puede ser por consanguinidad, afinidad o adopción- y que son justificados en el “honor” mancillado de la familia o de los hombres.
Estos llamados “crímenes de honor” -pese al escepticismo de muchos- continúan tan vigentes como en el pasado; permanecen amparados en la tradición y entre las motivaciones esgrimidas por sus victimarios con frecuencia aparecen el haber sido víctima de una violación, haber tenido relaciones sexuales antes del matrimonio, haber cometido adulterio o ser acusada de ello, solicitar el divorcio, ser lesbiana, entre otras. De acuerdo a ello, la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán afirma que, en lo que va del año 2016 se han cometido 262 asesinatos fundamentados en la “vergüenza” y el “deshonor” en ese país; de estos 149 se cometieron por mantener relaciones sexuales de forma “ilícita” y 84 por elegir pareja sentimental sin el permiso de la familia.
La atención sobre este tipo de femicidios cometidos por la misoginia en sociedades tradicionales, se han puesto nuevamente en la palestra pública por el reciente asesinato por parte de su hermano de Qandeel Baloch, una mujer pakistaní considerada una celebridad en las redes sociales. El asesino confesó en una conferencia de prensa que drogó y estranguló a su hermana, además de reconocer estar orgulloso de sus actos pues según este “ella estaba deshonrando a la familia” con sus publicaciones en las que desafiaba y transgredía las prácticas ortodoxas de la sociedad pakistaní; cuestionaba los matrimonios arreglados, vindicaba el derecho sobre el cuerpo y el empoderamiento de las mujeres, llegando inclusive a autodefinirse como feminista.
No obstante, el femicidio de Qandeel Baloch y el de otras muchas mujeres a nivel mundial en el seno de sus propios hogares a manos de sus padres, hermanos, hijos, esposos y compañeros; pone de manifiesto las desigualdades, el desequilibro de poder y el desprecio por la vida de las mujeres que impera en la sociedad contemporánea. Las mujeres continúan siendo consideradas inferiores, pero también, un activo; es decir, propiedad masculina, a las cuales es posible exhibir, usar, abusar, maltratar, desechar o asesinar sin que exista una sanción moral y social a este tipo de discursos y prácticas, así como, una real garantía por parte de los Estados en lo que respecta los derechos de las mujeres.
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