Mi encuentro con el Che
En el 1963 hice un viaje a Venezuela. Entonces era un joven reportero que trabajaba para la revista italiana Rinascita (el semanal del PCI). En una entrevista al Presidente Betancourt éste me habló de lo muy preocupado que estaba, como socialdemócrata, del surgimiento de una guerrilla en Venezuela. Me puse entonces a buscar su líder, Luben Petkoff, pero no pude dar con él. Sí pude charlar con algunos simpatizantes y de ello surgió un reportaje con los campesinos que Petkoff quería alistar, siguiendo el modelo cubano. Llegué a la conclusión que la realidad era profundamente distinta a lo que pensaba Petkoff y que la guerrilla no iba a tener éxito.
Desde Venezuela viajé a Cuba, donde conversé con varias personas que la Revolución cubana no se iba a replicar allí, cosa que no gustó a varios de mis interlocutores.
Estaba alojado en el hotel Nacional y una noche, mientras dormía, me despertaron unos insistentes golpes a la puerta. Eran las dos de la mañana. Un miliciano, en uniforme verde olivo, me dijo que el Comandante Guevara quiera verme. Me vestí, y el miliciano me llevó al Ministerio de Industria, del cual el Che era ministro. El edificio estaba totalmente a oscuras, a excepción del ultimo piso. El primer miliciano le dijo a otro que estaba de guardia que me esperaba el Che, y subimos al ultimo piso, donde un tercer miliciano me condujo hasta el despacho del Che. Abrió la puerta, me anunció y me invitó a entrar. Entré en el despacho y me encontré dentro de un gran cuarto, revestido de madera tropical y con una gran mesa llena de una buena cantidad de papeles. Al otro lado de esa mesa estaba sentado el Che.
El Che se levantó y sin rodeos me dijo: «¿Y por qué la guerrilla en Venezuela va a fracasar?» Se dio cuenta de que yo estaba desconcertado, y me dijo: « Antes de nada, a esta hora nos va a venir bien un café».
Abrió la puerta y le dijo al miliciano que volviera con dos cafés.
El miliciano apareció rápidamente con los dos cafés en una bandeja y se dirigió hacia el Che, que le indicó: «Chico, los huéspedes primero». El miliciano se acercó a mi por el lado izquierdo y giró la bandeja hacia mi. Al hacerlo, la metralleta que llevaba colgada en el lado derecho de su espalda vino a dar con mi sien izquierda. Un reflejo instintivo me hizo dar un brinco y golpear la bandeja. Estupefacto y horrorizado, vi cómo las dos tazas de café volaron, rebotaron sobre la mesa y mancharon una increíble cantidad de papeles. Si hubiera querido hacer algo así a propósito, no lo hubiera logrado.
Me quedé paralizado, y el Che dijo: «Por fin llega una persona que, de un solo golpe, me elimina tantos papeles». Y así fue como le tomé un gran cariño.
Conversamos hasta las cuatro de la mañana. Por cada explicación que le daba, él se mostraba poco convencido y me pedía mas detalles. Nunca aceptó ninguno de los argumentos que le presentaba y me quedé con la impresión de que se trataba de una persona de extraordinaria calidad humana, pero muy obcecada.
Al final de la noche el Che me regaló un libro suyo, La guerra de guerrillas, con una dedicatoria que decía: «A Roberto Savio, en recuerdo de una extensa noche de verano, sin pretensión de adoctrinamiento. El Che».
Pasaron muchos años. En 1973 realicé un largo documental en tres episodios, de una hora de duración cada uno, sobre el Che y su muerte. Trabajaba entonces como corresponsal jefe para la RAI, la Televisión italiana, en América Latina. La RAI destruyó mi trabajo y en su lugar retransmitió dos episodios de 50 minutos, totalmente diferentes a lo que yo había concebido, pero usando mi material y mi nombre. Cuando protesté por ello, me despidieron. Mi documental estaba hecho sólo de entrevistas irrepetibles, más de cien, desde la única que ofreció el Secretario del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monje, a la del sargento Mario Terán, que mató al Che en La Higuera, pasando por la de Sheldon, el ranger americano que entrenó a los soldados de la contraguerrilla, la Holleeder, jefe de los servicios de inteligencia americana en Bolivia, o la de Salvador Allende. Desde entonces no me ocupe más del Che.
En 1964 había creado IPS y el despido de la RAI me permitía ocuparme de la Agencia a tiempo completo. Pasó el tiempo, y un día mi secretaria me anunció la visita de un diputado venezolano, del cual desgraciadamente no recuerdo el nombre. Mientras le preguntaba a ella cuál era el motivo de su visita, el diputado abrió la puerta, irrumpió en mi despacho, y me dijo: «Oye chico, ¡qué mañana difícil nos hiciste pasar con el Che!», como si este hablara de algo que había pasado ayer…
Así supe que cuando yo abandoné el despacho del Che, entorno a las 4 de la mañana, el Che se dirigió a la casa donde estaba alojada una delegación de la guerrilla venezolana. Los despertó y les dijo: «Ha estado aquí un tano que me ha presentado una serie de razones por las cuales la guerrilla va a ser un fracaso». Y les fue refiriendo todas mis razones mientras les pedía una explicación para cada una de ellas. El diputado me dijo: «Fue una mañana difícil, porque estabas bien informado y con argumentos reales».
Descubrí así que Che Guevara, lejos de estar obcecado, como yo había pensado durante tantos años, había registrado todos mis argumentos y los había usado para cotejar con las respuestas de los guerrilleros venezolanos. No me queda ninguna duda de que el Che creía en la guerrilla. Y que escuchaba, mucho más de los que hacía ver.
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