Sobre el Hambre
Doy por supuesto que el lector o lectura nunca ha pasado hambre. Que, como máximo, tuvieran el apetito estimulado… Por fuerza de las circunstancias yo sí sé lo que es pasar hambre. Destituido arbitrariamente de mis derechos de preso político, garantizados por convenciones internacionales firmadas por el Brasil, fui puesto entre presos comunes los últimos dos años de los cuatro que estuve preso bajo la dictadura (1969-1973). Como protesta hice huelgas de hambre. La primera, de seis días; la segunda, de treintaitrés. Sin ingerir ningún alimento sólido.
“El hambre es amarilla”, escribió Carolina María de Jesús en su relato autobiográfico Cuarto de basura. Añado: es también humillante. La humillación proviene de ver tanta comida almacenada en supermercados, tanto desperdicio, y por el contrario ver a una persona que no tiene seguridad de que al día siguiente no tendrá que mendigar para obtener el más básico de todos los derechos animales.
A un ser humano le puede faltar todo, incluso la ropa y la vivienda, dependiendo de las condiciones climáticas (como es el caso entre los indígenas aislados en la Amazonía), menos comida y bebida, porque son los nutrientes esenciales.
El 16 de setiembre la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) divulgó que en el Brasil, entre el 2001 y 2012, la miseria bajó del 14% de la población al 3.5%, y la pobreza del 24.3 al 8.4%.
Eso gracias al programa Hambre Cero y a la Bolsa Familia, al bajo índice de desempleo y al aumento anual del salario mínimo por encima de la inflación. Y gracias también al Programa Nacional de Alimentación Escolar, que proporciona comidas gratuitas a los alumnos de las escuelas públicas y que benefició en el 2012 a 43 millones de niños.
Hoy día en el Brasil -cuarto productor mundial de alimentos- hay 3.4 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria. Es como si toda la población de Uruguay estuviera excluida del derecho a tener tres tiempos de comida diarios. Pero según Walter Belik, especialista de la UNICAMP en seguridad alimentaria, son 16 millones los brasileños que, cada día, duermen con el estómago vacío.
“El combate al hambre es una cuestión política, de voluntad e interés de los gobernantes”, afirma Jorge Chediek, representante en el país del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Proud).
En el mundo los datos son alarmantes. Pasan hambre 870 millones de personas, o sea el 12.5% de la población del planeta. ¿Por falta de alimentos? No. Se produce lo suficiente para alimentar a 12 mil millones de bocas, y somos apenas 7 mil millones. Lo que falta es justicia, compartimiento, sensibilidad para con los derechos ajenos.
Se calcula que, en todo el mundo, el desperdicio anual de alimentos es de 1,300 millones de toneladas. Lo cual causa un perjuicio, según la FAO, de 750 mil millones de dólares, sobre todo por falta de reutilización (como abono orgánico, por ejemplo) y de reciclaje.
Por otra parte, al lado de los hambrientos están los que tienen hambre excesiva, o sea que comen desmesuradamente, volviéndose obesos. Se calcula que el 15% de los niños brasileños sufre de obesidad precoz. Consumen excesivos azúcares, grasas saturadas, alimentos “sabrosos” de poco valor nutricional.
Es hora de que nuestras escuelas introduzcan la Educación Nutricional: cómo alimentarse, cómo reciclar, cómo compartir y no desperdiciar.
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