Cómo destruir el futuro: la carrera de EEUU hacia el desastre
¿Qué es lo más probable que nos depare el futuro? Una actitud razonable sería intentar mirar a la especie humana desde afuera. Entonces, imagine que es un observador extraterrestre tratando de entendeR qué ocurre aquí, o, si vamos al caso, imagine que es un historiador de aquí a cien años –asumiendo que quede algún historiador dentro de cien años, lo que no es obvio—y está mirando hacia atrás para ver qué ocurría hoy. Vería algo bastante extraordinario.
Por primera vez en la historia de la especie humana, hemos desarrollado claramente la capacidad de destruirnos a nosotros mismos. Esto ha sido cierto desde 1945. Ahora, finalmente, se reconoce que hay procesos de mayor largo plazo como la destrucción ambiental que lleva en la misma dirección, tal vez no la destrucción total pero cuanto menos la destrucción de la capacidad de una existencia decente. Y hay otros peligros, como las pandemias, que tienen que ver con la globalización y la interacción. De manera que hay procesos en marcha e instituciones, como el sistema de armas nucleares, que podrían llevar a un golpe serio contra (o tal vez la eliminación total de) la existencia organizada.
Cómo destruir un planeta sin verdaderamente intentarlo
La pregunta es: ¿qué hace la gente al respecto? Nada de esto es secreto. Es todo perfectamente abierto. De hecho, hay que hacer un esfuerzo para no verlo.
Ha habido una gama de reacciones. Están aquellos que se esfuerzan por hacer algo contra estas amenazas y otros que actúan para intensificarlas. Si observara quiénes son, este historiador del futuro u observador extraterrestre vería algo realmente extraño. Tratando de mitigar o de superar estas amenazas están las sociedades menos desarrolladas, las poblaciones indígenas, o sus vestigios, sociedades tribales y las Primeras Naciones (N de la R: pobladores originarios) en Canadá. No están hablando de guerra nuclear o desastre ambiental, y realmente están tratando de hacer algo al respecto.
De hecho, en todo el mundo –Australia, India, América del Sur—se libran batallas, a veces guerras. En India, es una guerra importante contra la directa destrucción ambiental, con sociedades tribales tratando de resistir operaciones de extracción de recursos extremadamente dañinas en lo local, pero también en sus consecuencias generales. En sociedades en que las poblaciones indígenas tienen influencia, muchas están luchando con fuerte determinación. Lo más fuerte de ningún país en relación con el calentamiento global está en Bolivia, que tiene una mayoría indígena y requerimientos constitucionales que protegen los “derechos de la naturaleza”.
Ecuador, que también tiene una gran población indígena, es el único exportador de petróleo que conozco donde el gobierno busca ayudar a que ese petróleo permanezca en el suelo en lugar de producirlo y exportarlo –y es en el suelo donde debe estar. El presidente venezolano Hugo Chávez, que murió recientemente y fue objeto de burla, insultos y odio en todo el mundo occidental, participó de una sesión en la Asamblea General de la ONU hace unos años en la que se ganó el ridículo por llamar diablo a George W. Bush. También dio entonces un discurso bastante interesante. Por supuesto, Venezuela es un importante productor de petróleo. El petróleo es prácticamente su producto bruto interno completo. En ese discurso, advirtió sobre los peligros de la sobreutilización de los combustibles fósiles y urgió a países productores y consumidores a asociarse para encontrar manera de reducir el uso de combustibles fósiles. Esto era bastante sorprendente viniendo de parte de un productor de petróleo. Saben, él era parte indio, con raíces indígenas. A diferencia de las cosas risibles que hacía, este aspecto de sus acciones en las Naciones Unidas nunca fue siquiera reportado.[ed_azul]» las sociedades más ricas y poderosas de la historia del mundo, como los Estados Unidos y Canadá, corren a toda velocidad hacia delante para destruir el medioambiente lo más rápidamente posible»[/ed_azul]
Entonces, en un extremos tenemos a sociedades indígenas, tribales, tratando de detener la carrera hacia el desastre. En el otro extremo, las sociedades más ricas y poderosas de la historia del mundo, como los Estados Unidos y Canadá, corren a toda velocidad hacia delante para destruir el medioambiente lo más rápidamente posible. A diferencia de Ecuador, y las sociedades indígenas en todo el mundo, quieren extraer hasta la última gota de hidrocarburo de la tierra a toda la velocidad posible. Tanto los partidos políticos, el presidente Obama y la prensa internacional parecen esperar con gran entusiasmo lo que llaman “un siglo de independencia energética” para los Estados Unidos. Independencia energética es un concepto casi sin sentido, pero dejemos eso a un lado. Lo que quieren decir es: tendremos un siglo en el que maximizar el uso de combustibles fósiles y contribuir a destruir el mundo.
Y esto es prácticamente así en todas partes. Ciertamente, en materia de desarrollar energía alternativa, Europa está haciendo algo. Mientras tanto, los Estados Unidos, el país más rico y poderoso de la historia mundial, es la única nación entre tal vez cien que no tiene una política nacional para restringir el uso de combustiles fósiles, que ni siquiera tiene metas de energía renovable.
No es porque la población no lo quiera. Los estadounidenses están bastante cercanos a la norma internacional en cuanto a su preocupación por el calentamiento global. Son las estructuras institucionales las que bloquean el cambio. Los intereses comerciales no lo quieren y son abrumadoramente poderosos en fijar las políticas, de modo que se crea una gran brecha entre la opinión y las políticas en muchos asuntos, incluyendo este. [ed_azul]»Los Estados Unidos, el país más rico y poderoso de la historia mundial, es la única nación entre tal vez cien que no tiene una política nacional para restringir el uso de combustiles fósiles»[/ed_azul]
Entonces esto es lo que el historiador futuro –si hay uno—verá. También podría leer las publicaciones científicas de hoy. Prácticamente cada una de ellas contiene una predicción más funesta que la anterior.
“El momento más peligroso de la historia”
El otro asunto es la guerra nuclear. Durante mucho tiempo se ha sabido que si va a haber un primer golpe de un poder mayor, aún sin represalia, este probablemente destruiría la civilización simplemente por las consecuencias del invierno nuclear que sobrevendría. Puede leer sobre esto en el Boletín de Científicos Atómicos. Es bien sabido. Así que el peligro ha sido siempre mucho peor de lo que pensábamos.
Acabamos de pasar el 50 aniversario de la Crisis de los Misiles, que fue llamado “el momento más peligroso de la historia” por el historiador Arthur Schlesinger, asesor del presidente John F. Kennedy. Y lo fue. Se evitó por un pelo, y no fue la única vez. En algunos sentidos, sin embargo, el peor aspecto de estos eventos nefastos es que las lecciones no han sido aprendidas.
Lo que ocurrió en la crisis de los misiles de octubre de 1962 ha sido embellecido para hacerlo parecer como si hubieran abundado los actos de coraje y reflexión. La verdad es que el episodio entero fue casi demencial. Hubo un momento, cuando la crisis de los misiles alcanzaba su climax, en el que premier soviético Nikita Kruschev escribió a Kennedy ofreciendo resolverlo con un anuncio público de retiro de misiles rusos de Cuba y de misiles norteamericanos de Turquía. En verdad, Kennedy ni siquiera había sabido que los Estados Unidos tenían misiles en Turquía. Los estaban retirando de todos modos, porque estaban siendo reemplazados por submarinos nucleares Polaris, más letales e invulnerables.
Así que esa era la oferta. Kennedy y sus asesores la consideraros –y la rechazaron. En ese momento, el propio Kennedy estimaba la probabilidad de una guerra nuclear en entre un tercio y una mitad. Así que Kennedy estaba dispuesto a aceptar un muy alto riesgo de destrucción masivo con tal de establecer el principio de que nosotros –y sólo nosotros—tenemos derecho a misiles ofensivos más allá de nuestras fronteras, de hecho en donde sea que querramos, no importa cuál sea el riesgo para otros—y para nosotros mismos, si las cosas se escapan de control. Nosotros tenemos ese derecho, pero nadie más.
Kennedy, sin embargo, aceptó un acuerdo secreto para retirar los misiles que los Estados Unidos ya estaban quitando, siempre que nunca se hiciera público. Kruschev, en otras palabras, debía retirar públicamente los misiles rusos mientras que los Estados Unidos retiraban secretamente los suyos obsoletos; es decir, Kruschev debía ser humillado y Kennedy tenía que mantener su imagen de macho. Es muy elogiado por esto: coraje y aplomo bajo presión, y todo eso. El horror de sus decisiones ni siquiera es mencionado –trate de encontrarlo en los documentos. [ed_azul]»Nosotros –y sólo nosotros— tenemos derecho a misiles ofensivos más allá de nuestras fronteras, de hecho en donde sea que querramos, no importa cuál sea el riesgo para otros»[/ed_azul]
Y para agregar un poco más, un par de mes antes de que estallara la crisis, los Estados Unidos habían enviado misiles con cabezas nucleares a Okinawa. Apuntaron a China durante un período de gran tensión regional.
Bueno, ¿a quién le importa? Tenemos el derecho de hacer lo que querramos en cualquier parte del mundo. Esta fue una nefasta lección de aquella época, pero había más por venir. Diez años después, en 1973, el secretario de Estado Henry Kissinger impuso un alerta nuclear de alto nivel. Era su manera de advertir a los rusos que no interfirieran con la guerra árabe israelí en curso y, en particular, que no intervinieran después de que él hubiera informado a los israelíes de que podían violar el cese del fuego que los Estados Unidos y Rusia acababan de acordar. Afortunadamente, no ocurrió nada.
Diez años más tarde, el presidente Ronald Reagan estaba en el poder. A poco de entrar en la Casa Blanca, él y sus asesores hicieron que la Fuerza Aérea penetrata del espacio aéreo ruso para obtener información sobre los sistemas de alerta rusos –se llamó la Operación Able Archer. Esencialmente, se trataba de simulacros de ataques. Los rusos no estaban seguros, algunos oficiales de alto rango temían que fuera un paso hacia el primer ataque real. Por fortuna, no reaccionaron, aunque estuvo cerca. Y así sigue…
Qué conclusión sacar de las crisis nucleares iraní y norcoreana
En este momento, el asunto nuclear está frecuentemente en las primera planas en los casos de Corea del Norte e irán. Hay maneras de lidiar con estas crisis en curso. Tal vez no funcionarían, pero al menor se podría intentar. Sin embargo, ni siquiera son consideradas, tampoco reportadas.
Tomemos el caso de Irán, que es considerado en Occidente –no en el mundo árabe, no en Asia— la más grave amenaza a la paz mundial. Es una obsesión occidental, y es interesante examinar las razones de ello, pero lo dejaré de lado aquí. ¿Existe alguna forma de lidiar con esta supuesta amenaza gravísima a la paz mundial? En realidad hay varias. Una de ellas, una sensata, fue propuesta hace un par de meses en una reunión de los países no alineados en Teherán. De hecho, estaban apenas reiterando una propuesta que ha estado dando vueltas por décadas, impulsada en particular por Egipto y que ha sido aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La propuesta es ir hacia el establecimiento de una zona libre de armas nucleares en la región. No sería la respuesta a todo, pero sería un paso bien significativo. Y hay vías para proceder. Bajo los auspicios de Naciones Unidos, iba a hacerse una conferencia internacional en Finlandia, en diciembre último, para intentar implementar planes para marchar hacia ello. ¿Qué pasó?
No lo leerán en los diarios, porque no fue informado –sólo en revistas especializadas. A principios de noviembre, Irán acordó asistir a la reunión. Un par de días más tarde, Obama la canceló diciendo que no era la oportunidad adecuada. El Parlamento Europeo emitió una declaración pidiendo que se hiciera, como hicieron los Estados árabes. Sin resultado. Así que iremos hacia sanciones todavía más duras contra la población iraní –no lastiman al régimen— y quizás la guerra. ¿Quién sabe qué ocurrirá?
En el noreste de Asia es la misma cosa. Corea del Norte puede ser el país más loco del mundo. Es ciertamente un buen competidor por el título. ¿Por qué se comportan del modo en que lo hacen? Sólo imagínense en su situación. Imaginen lo que significó, en los años de la guerra de Corea, a principios de los ‘50, que tu país sea totalmente arrasado, destruido por una gran superpotencia, que a posteriori se enorgulleció de lo que había hecho. Imaginen la impronta que eso deja detrás.
Tengan en mente que los líderes de Corea del Norte probablemente leyeron los periódicos militares y públicos de esa superpotencia en la época, explicando que, dado que todo lo demás había sido destruido en Corea del Norte, la Fuerza Aérea fue enviada a destruir las represas, enormes represas que controlaban la provisión de agua –un crimen de guerra, por cierto, por el cual algunas personas fueron colgadas en Nüremberg. Y esos periódicos oficiales hablaban con excitación de cuán maravilloso era ver el agua derramándose, saliendo de los valles, y los asiáticos corriendo de aquí para allá para sobrevivir. Estaban exultantes por lo que esto implicaba para esos “asiáticos”, horrores más allá de nuestra imaginación. Significaba la destrucción de la cosecha de arroz, lo que, a su vez, significa el hambre y la muerte. ¡Qué magnífico! No está en nuestra memoria, pero está en su memoria.
Volvamos al presente. Hay una interesante historia reciente. En 1993, Israel y Corea del Norte marchaban hacia un acuerdo por el cual Corea del Norte dejaría de enviar misiles o tecnología militar a Oriente medio e Israel reconocería a ese país. El presidente Clinton intervino y lo bloqueó. Poco después, en represalia, Corea del Norte realizó una prueba menor de misiles. Los Estados Unidos y Corea del Norte llegaron entonces a un acuerdo marco en 1994 que detuvo el trabajo nuclear y fue más o menos honrado por ambos lados. Cuando George W. Bush llegó al poder, Corea del Norte tenía, quizás, un arma nuclear y no estaba produciendo más en forma verificable.
Inmediatamente Bush lanzó su agresivo militarismo, amenazando a Corea del Norte –el “Eje del Mal” y todo eso–, de modo que Corea del Norte volvió a trabajar en su programa nuclear. Para cuando Bush dejó el cargo, tenían ocho a diez armas nucleares y un sistema de misiles, otro gran logro neoconservador. En el medio ocurrieron otras cosas. En 2005, los Estados Unidos y Corea del Norte alcanzaron, de hecho, un acuerdo por el cual Corea del Norte acabaría con todo su desarrollo de armas nucleares y misiles. A cambio, Occidente, pero sobre todo los Estados Unidos, proveería un reactor de agua liviana para sus necesidades médicas y terminaría sus declaraciones agresivas. Luego se establecería un pacto de no agresión y se iría hacia una convivencia.
Era bastante prometedor, pero casi de inmediato Bush lo socavó. Retiró la oferta del reactor de agua liviana e inició programas para obligar a los bancos a que dejaran de manejar toda transacción norcoreana, incluso las perfectamente legales. Los norcoreanos reaccionaron reviviendo su programa de armas nucleares. Y así es como ha marchado la cosa.
Es bien sabido. Se puede leer en los estudios académicos corrientes. Lo que dicen es: es un régimen muy loco, pero también sigue una política de quid pro quo. Ustedes hacen un gesto hostil y nosotros respondemos con un gesto loco. Ustedes hacen un gesto de convivencia y nosotros respondemos con reciprocidad.
Últimamente, por ejemplo, ha habido ejercicios militares de Corea del Sur y los Estados Unidos en la penísula coreana que, desde el punto de vista del Norte, tenían que lucir amenazadores. Nosotros los veríamos como amenazadores si ocurrieran en Canadá y nos tuvieran como blanco. En el curso de ellos, los bombarderos más avanzados de la Historia, los Stealth B-2s y los B-52s, ejecutaban ataques nucleares simulados en la frontera de Corea del Norte.
Esto, sin duda, despierta alarmas del pasado. Ellos recuerdan ese pasado, así que reaccionan de una forma muy agresiva y extrema. Bien, lo que llega a Occidente de todo esto es qué locos y qué horribles son los líderes de Corea del Norte. Sí, lo son. Pero esa difícilmente es toda la historia, y así es como marcha el mundo.
No es que no haya alternativas. Las alternativas no se toman. Eso es peligroso. Así que si uno pregunta a qué se va a parecer el mundo, no es una imagen muy linda. A menos que la gente haga algo al respecto. Siempre podemos.
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