Más mitos demócratas
-Mito de la Libertad de Expresión. Creencia absoluta en la idea de que una puede decir lo que quiera, cuando quiera, como quiera, sin ser objeto de la censura. Sin embargo, en la realidad los medios solo difunden discursos acordes con sus intereses, mientras otras perspectivas quedan silenciadas o condenadas al ámbito de las minorías. También existe la autocensura, que a menudo es inconsciente, y otras veces es de carácter comercial. Si bien proliferan los blogs y las webs de gente que transmite información y opinión, a menudo las “lenguas sueltas” son censuradas por jueces o hackeadas por gobiernos, empresas, etc.
-Mito del Derecho a la Huelga: en muchos países lo normal es que al trabajador le quiten un día de sueldo por su derecho a la protesta. Además, se penaliza a los y las huelguistas en el desarrollo de su carrera profesional, de modo que se les sanciona de alguna u otra forma porque se le señala como “desleal” a los intereses de la empresa. Muchos son los que no se atreven a ejercer este derecho por miedo a que no se le renueve el contrato o se le despida.
-Mito del Derecho al Trabajo. Los niveles de desempleo de cualquier sistema capitalista no permiten ejercer este derecho, porque los intereses de los empresarios están por encima de cualquier derecho ciudadano, de modo que los y las desempleadas tienen que asumir su marginación del sistema productivo y económico. Los emprendedores/as que desean montar un negocio propio tampoco lo tienen fácil, pues siempre priman los intereses de los grandes conglomerados empresariales, que tienen beneficios fiscales.
-Mito del Derecho a una Vivienda digna. Es uno de los peores mitos, porque el capitalismo no permite que la gente tenga un techo bajo el que cobijarse; muchos pasan toda la vida pagando hipoteca y muchos son los que caen en desgracia y se quedan sin hogar porque no pueden pagar los intereses de los préstamos. La tierra es un bien escaso en manos de unos pocos que venden muy caro el espacio; muchos son los que se asientan en lugares peligrosos y vulnerables a las catástrofes medioambientales porque no tienen otro lugar donde instalar su hogar.
-Mito del derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado. Los ríos están contaminados, los bosques talados, el aire que respiramos en las ciudades está envenenado, y el cemento arrasa con las playas y los bosques. Algunos animales son explotados en nuestro beneficio, para ganar dinero o para divertirse en circos o plazas de toros, y otros se extinguen por la desaparición de sus hábitats naturales. Los Estados no apuestan por el futuro, sino por los ingresos que les genera a unos pocos gobernantes la minería a cielo abierto, la explotación petrolera o las presas hidroeléctricas, aunque para ello tengan que exterminar a millones de seres vivos y a algunas poblaciones humanas.
-Mito de la Seguridad: Creencia en que los cuerpos policiales y militares cuidan de nuestra seguridad y se dedican a vigilar a los mayores delincuentes de cada país: diputados, alcaldes, concejales, presidentes, ministros, directores, empresarios o banqueros. Se vacían las calles de gente, se cree que enrejando y blindando los hogares podremos proteger nuestras propiedades privadas de los ladrones, se entiende que el enemigo son los otros. Se tiene fe en la idea de que los ejércitos sirven para defendernos cuando otros países nos atacan o cuando invaden nuestro territorio. Todas las democracias tienen enemigos que sirven para justificar la vigilancia y el control del poder sobre la mayoría. El terrorismo islámico ha servido para restringir aún más nuestros derechos y libertades en pro de la “seguridad” de la ciudadanía, que es la que muere en masa en las torres gemelas o en los trenes de Madrid. Los comunistas también sirven de enemigo para fortalecer a la derecha y al neoliberalismo. Otros enemigos son: los refugiados y desplazados que buscan desesperadamente asilo en otros países, las epidemias víricas, los dictadores caídos en desgracia, los homosexuales, los extraterrestres, etc.
– Mito del Progreso: es la gran promesa de la religión democrática, basada en la idea del paraíso. Juntos avanzamos hacia un país mejor, un país vencedor, un país desarrollado. De vez en cuando tropezamos en crisis, pero salimos de ellas pensando que vamos de nuevo hacia delante, hacia un mundo mejor, más rico y habitable. Sin embargo, la realidad es que las democracias son sistemas de explotación de los ricos sobre la gran mayoría, y que el capitalismo hace imposible la existencia de una verdadera democracia.
-Mito de la Soberanía popular y el Sufragio Universal: Creencia ciega en la idea de que el pueblo se gobierna a sí mismo a través de instituciones y representantes elegidos libremente. La realidad es que las opciones son muy limitadas, generalmente condenadas al bipartidismo, y solo suceden una vez cada 4 o cada 6 años. Además, como sucedía en Grecia, no toda la ciudadanía puede votar, pues una gran masa de gente es privada de este derecho (inmigrantes, presidiarios, adolescentes, exiliados). La raíz etimológica de la palabra democracia (demos: pueblo, cracia: gobierno) nos devuelve de golpe a una dura realidad: en pocas sociedades el pueblo ha podido gobernarse a sí mismo, son muy pocas las culturas las que no construyen líderes ni ídolos, y muy pocas sociedades en las que la gente se reúne en asambleas para tomar decisiones sobre su comunidad. En Occidente, la mayoría delega el trabajo político a unos pocos representantes, confiando en que sabrán gestionar bien nuestro dinero y que no se dedicarán a robarnos.
-Mito del poder político sobre el económico. La realidad es que mandan los mercados. Los que eligen en las urnas no somos consultados en las cuestiones de máxima importancia, y cuando decidimos expresar nuestras opiniones solo podemos hacerlo en las calles, mediante lemas, canciones y gritos que se desvanecen en el aire una vez que las manifestaciones acaban. Los gobiernos trabajan para los mercados, que no son abstracciones, sino personas poderosas con nombres y apellidos, y unos intereses propios que nada tienen que ver con los del bien común.
-Mito del Bien Común. La democracia es un sistema esencialmente corrupto que no garantiza en absoluto que esa parte de nuestros recursos que destinamos al bien común sean dedicados al bien común. A veces creemos firmemente que nuestro dinero va a la construcción de hospitales, escuelas, institutos de investigación, universidades, carreteras, alumbrado y alcantarillados, limpieza, sistemas de becas, asistencia social a los necesitados, etc. Sin embargo, los políticos usan ese dinero para financiar guerras, para ayudar a amigos y sobrinos, para montar negocios privados, para recibir al Papa, para regalar terrenos a la Iglesia, para festejar triunfos futbolísticos, para guardárselo ellos mismos. La cantidad de políticos y empresarios imputados en causas de desvío de dinero, malversación de fondos, evasión fiscal y otros delitos nos muestran que el producto del sudor de nuestra frente es utilizado por algunos para vivir a tope a nuestra costa. En la democracia cualquiera puede evadir impuestos o robar el dinero común si posee un poquito de poder en cualquier institución pública. Y aún así seguimos votando cada cuatro años, soñando con políticos honestos y cambios que nos permitan a todos vivir mejor, en condiciones de igualdad.
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