Cardozo Grande: lo que el agua se llevó
En el único almacén del pueblo, Siul Montesiglio, de 74 años, dice: «La represa iluminó al país pero mató a Cardozo Grande». Se aclara la garganta con un trago de cerveza y relata: «Inundó a casi todo el pueblo y ni siquiera nos dio luz, pese a que está tan cerquita». En su casa de madera y lata dirá después, mientras preparamos el guiso de la cena: «Este es un pueblo olvidado».
La memoria
Cardozo Grande, pequeño, modesto y ya centenario, sobrevive casi aislado entre inmensas estancias a unos 75 kilómetros hacia el noreste de Paso de los Toros.
En otros tiempos, recuerda Siul, fue una comunidad grande y potencialmente próspera: «Aquí se producían muchas cosas y se iba mejorando a puro trabajo», cuenta y muestra viejas fotografías que perpetúan escenas de aquel pasado.
Pero todo cambió abruptamente para Cardozo Grande con la construcción de la colosal represa hidroeléctrica en Rincón del Bonete, sobre el caudaloso Río Negro:
«La represa arruinó al pueblo y desde esa época estamos así, sin levantar cabeza. Pasa el tiempo y todo sigue igual», afirma Siul.
Fue hacia el primer tramo de los años 40 cuando Cardozo Grande comenzó a sufrir las más graves consecuencias detonadas por la represa. Casi 60 años después, Siul, memoria viva del pueblo, sostiene:
«Poca gente sabe qué sucedió aquí. No se sabe lo que le hicieron a este pueblo». Y para que se sepa, él y otras personas contaron la triste historia de Cardozo Grande.
Los golpes
Cuando los técnicos construyeron la represa formaron un enorme embalse de 11 millones 800 mil metros cúbicos de agua, uno de cuyos voraces tentáculos fue avanzando impetuosamente sobre el territorio de Cardozo Grande. Así nació y se nutrió el lago artificial que hoy tiene seis kilómetros de ancho frente a este pueblo, para el que es un recordatorio permanente de las calamidades que trajo la represa. El gran lago invadió Cardozo Grande, le tragó las tres cuartas partes del territorio sin que nadie pudiera hacer algo para evitarlo y tras la inundación inducida lo dejó reducido a escasas 50 hectáreas.
Bajo las aguas quedaron hogares y chacras de innumerables familias, gran parte de las cuales ni siquiera cobró indemnización por lo que había perdido, como le sucedió a Alejandrina Sosa, abuela de Siul:
«A mi abuela le dijeron que debía cobrar en Montevideo la plata de la indemnización. Ella sacó las cuentas y resultó que el viaje le salía más de lo que le iban a pagar. Y no fue a Montevideo. Perdió las tierras que le había inundado la represa y no cobró nada».
El abogado y ex juez Pedro Armúa, profundo conocedor de la historia de Cardozo Grande y autor de un espléndido libro sobre Paso de los Toros, señala:
«Eso le sucedió a muchas personas. Era tan poco lo que en esa época les iban a pagar que ni fueron a cobrar. Así ocurrió efectivamente».
Tampoco le fue mucho mejor a un gran sector de quienes sí cobraron, porque los gastos de reasentamiento superaban lo que le pagaron por sus tierras de acuerdo con la tasación oficial, explican en Cardozo Grande.
El lago también inundó grandes extensiones de fértiles tierras dedicadas a la industria lechera, que en aquella época elaboraba quesos, manteca y otros excelentes subproductos destinados al mercado regional y montevideano. Con ese durísimo golpe, como los otros jamás reparado, el lago destruyó la más importante y prometedora fuente de ingresos y trabajo que en ese momento y desde mucho tiempo atrás existía en Cardozo Grande.
Tampoco se salvó la vieja y sólida estación ferroviaria de piedra y madera construida por los ingleses a pocos metros del arroyo Cardozo, desde donde había nacido y comenzado a crecer pujantemente el pueblo.
Por esos días el gobierno había prometido construir un viaducto para evitar que sin su estación Cardozo Grande quedara aislado, pero muy pronto abandonó el proyecto porque costaba «mucho dinero», según dijeron voceros oficiales.
Lo que se hizo fue otra estación, seguramente más «barata» que el viaducto, pero al otro lado del omnipresente lago, lejísimo del castigado pueblo que la necesitaba para seguir viviendo.
Para llegar a esa nueva estación era necesario atravesar en balsa los seis kilómetros del lago y después caminar o hacer en carro una legua larga, casi dos. Bonita solución.
Esta estación finalmente también desapareció y Cardozo Grande ingresó a una etapa de aislamiento que multiplicó los dolorosos y profundísimos daños que le había causado la represa.
Completado el operativo de despedazamiento, Cardozo Grande empezó a tocar fondo. Con su territorio ferozmente mutilado y ya sin el sostén de la industria lechera, los buenos tiempos que esperaba se ahogaron en el lago. De esa catástrofe provocada dio cruel testimonio el éxodo masivo de familias sin hogares, gente que ya no tenía dónde ni de qué vivir y productores fundidos, que emigraron a Dios sabe dónde.
De allí en adelante Cardozo Grande siguió con las venas abiertas. Nunca integrado a los tan pregonados planes de desarrollo rural, continuó sufriendo. Sin energía eléctrica y con escasas fuentes de trabajo, huérfano de apoyo gubernamental, no cesó de sangrar por las heridas que le abrió la represa.
El progresivo vaciamiento ha sido en todo este tiempo la señal más reveladora del dramático proceso que desde la construcción de la represa afecta a Cardozo Grande, donde muy poco retiene a la gente. Antes de que se construyera la represa, Cardozo Grande llegó a tener 2 mil 200 habitantes y hoy tiene apenas 85.
A oscuras
«Sin energía eléctrica no puedo hacer ni siquiera nebulizaciones», dice Stella Camarán, quien tiene a su cargo la policlínica de Cardozo Grande, construida por la Intendencia de Tacuarembó.
Sin energía eléctrica, Camarán hace maravillas a pura voluntad pese a que la policlínica está equipada sólo con lo mínimo y en buena parte gracias a donaciones. La policlínica no cuenta con médico permanente. Cada dos semanas, más o menos, llega uno, atiende y se va. Entre visita y visita del médico, Camarán se ocupa de cuidar la salud de sus vecinos.
Camarán debe derivar a Paso de los Toros todo caso serio o urgente y también los partos. Eso exige un largo viaje en ambulancia o automóvil contratado y aunque el traslado puede provocar obvios problemas no hay otra solución a mano.
El chiste de que en Cardozo Grande la gente debe enfermarse de día, hace sonreír levemente a Camarán, obligada a luchar contra la falta de energía eléctrica cuando cualquier dolencia, por leve que sea, agrede a alguien del pueblo. Pero es innegable que sin energía eléctrica una bomba de tiempo está amenazando la salud de quienes viven en Cardozo Grande.
El local de la policlínica incorpora otro foco de notorios peligros. Aunque todavía no cumplió dos años ya tiene las paredes resquebrajadas, las balsosas flojas, parte del cielorraso a punto de derrumbarse y se inunda cuando llueve porque le hicieron el piso a nivel más bajo que el de la calle.
Nadie se molesta en averiguar cómo se las arregló la Intendencia para hacer con una buena partida de dinero esta policlínica tan mala, oscilante sobre cimientos vaporosos, que al parecer sólo está esperando un vendaval para terminar su débil vida. Lo que sí resulta evidente es que esta ya carcomida policlínica no refleja interés alguno de las autoridades en al menos disminuir las aflicciones de Cardozo Grande, condenado a cuidar sin energía eléctrica a sus enfermos.
Gracias, Sol
Cardozo Grande obtiene agua de un gran tanque que h
ace dos años instaló OSE frente al almacén. Un molino de viento alimenta al tanque, que puede acumular hasta unos 12 mil litros. Luis Alberto Vigo, copropietario con su esposa, Camarán, del almacén, supervisa el mantenimiento de este antiguo y eficaz sistema, muy usado en zonas rurales.
Ni el molino ni el tanque funcionan bien siempre y la propia población debe repararlos de tanto en tanto, pero aun así constituyen al menos una ayuda para este pueblo que carece de servicios básicos imprescindibles.
Hace un año y dos meses Antel abrió en Cardozo una estación telefónica que funciona con energía solar. Hasta ese momento el pueblo no tenía ningún teléfono público ni privado, salvo uno a batería en el puesto policial. La estación de Antel, pegada al almacén, es también un buen aporte. Desde allí, la gente del pueblo puede hacer llamadas de larga distancia y comunicarse con otros puntos de la zona próxima.
También usa energía solar la escuela, que funciona en una casa construida en 1890. El año pasado la escuela tuvo 26 niñas y niños a quienes una sola maestra dictó las clases de todos los grados. Con el panel solar, la maestra puede desarrollar algunas actividades educativas importantes para su alumnado.
La energía solar, el tanque de agua y la estación telefónica no resuelven todos los problemas de Cardozo Grande, pero sí hacen menos pesados a algunos. Aunque parciales, estas soluciones, que podrían incrementarse con más paneles de energía solar, brillan si se las compara con la eterna falta de energía eléctrica.
La energía eléctrica provoca frustraciones varias en Cardozo Grande. No hace mucho, por ejemplo, a la gente del pueblo le dijeron que si pagaba la conexión se haría la luz. La respuesta fue calurosa y unánimemente afirmativa, «pero no pasó nada y todo quedó en palabras como tantas otras veces», dicen Camarán y Vigo.
Sin energía eléctrica se deteriora la calidad de vida en Cardozo Grande y también el relacionamiento social de sus habitantes. «Si viene la luz muchas cosas pueden cambiar para bien», subraya Vigo. Camarán, madre de Gabriela, 16 años, y Myrian, 11, recuerda que era una chiquilina cuando vio cine por última vez en Cardozo Grande:
«Venían gitanos con baterías y todo eso y pasaban películas. Pero dejaron de venir y se terminó el cine para el pueblito», recuerda.
El futuro
Enmarcado por un paisaje de austera belleza repleto de imponentes fresnos, paraísos y eucaliptos, Cardozo Grande está habitado por gente laboriosa que aún espera. Casi todas las familias, unas 12 en total, tienen pequeñas chacras de subsistencia y crían ovejas, cuya lana venden a compradores que vienen desde Paso de los Toros. Sólo en las estancias cercanas hay trabajo con sueldo fijo.
Todos los lunes y viernes Oscar Martínez lleva a Cardozo Grande desde Peralta, unos 35 kilómetros al noreste, provisiones, cartas y a veces pasajeros en su vieja y noble camioneta Chevrolet. Ese es el único nexo regular que la gente de Cardozo Grande tiene con el mundo exterior.
Pese a las tremendas limitaciones que sufren, quienes aún quedan en Cardozo Grande no pierden del todo las esperanzas. «A lo mejor se acuerdan de este pueblo algún día», dicen.
Al contrario de lo que podría suponerse, la población de Cardozo Grande es joven, sorprendentemente joven en este Uruguay envejecido. Las cifras son elocuentes: de sus 85 habitantes, 47 no han cumplido aún l8 años.
Tal vez allí, entre esas niñas, niños y adolescentes, esté germinando el futuro luminoso de Cardozo Grande.
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