Prohibido para nostálgicos

"Santiago Luz, una explosión de música"

Los que escuchamos a Santiago Luz, sabemos que su genial clarinete fue también una explosión de música. Bastaba verlo en el escenario, con los ojos cerrados y moviéndose lentamente, para captar que su placer de intérprete tenía mucho de erótico por la manera cómo gozaba haciendo aquellas pegadizas melodías.

Fue también un empedernido bohemio. Una ráfaga que cruzó la noche montevideana allá por la mitad del viejo siglo. Hoy es una de las leyendas urbanas de Montevideo. Su nombre aparece en las charlas de los veteranos en los cafetines. Todos quieren contar algo. Realidad y fantasía se mezclan en la imagen de Santiago que surge una y otra vez, mientras los tragos duelen y la noche envuelve a la Vieja Capital.

La memoria se pone a ritmo de «swing». El que a nuestro amigo le entregó sus secretos. Un sonido de jazz comienza a escucharse. Primero débil. Es que viene de muy lejos. De los años en que el viejo escribidor conoció a Santiago Luz. Cuando los dos, uno «animador», con su gastado traje y una corabata finita, y el otro, músico clarinetista, se trepaban a los escenarios y cruzaron sus destinos en una cálida relación. Laburantes de la noche. Latieron muy fuerte sus corazones en aquellas salas de baile, con hombres peinados con «brillantina» y mujeres de «tacos de alfiler» y vestidos que casi se rompían de tan ajustados.

Santiago había comenzado en el Carnaval. Se lo ubica en unos parodistas, «Los Jardineros de Harlem» como un morenito vivaracho que se destacaba por su talento musical. Pero lo suyo era el jazz. Su admiración por Benny Goodman no tenía límites. No pudo con su genio, «metió y metió», no se quedó tranquilo hasta que armó su mitológico «trío». Lo llamó «Tres para el jazz». Un nombre que representó «una explosión musical», que hizo saltar por los aires el talento de esos músicos y empapó toda la ciudad de un vertiginoso ritmo «sincopado».

Un relámpago encandiló los «bailongos» de viejo Montevideo, que por esos días tenía al tango como rey de la noche. Santiago y su magia, de a poquito, se fue «colando» en las salas de baile hasta llegar a ser una presencia habitual junto a las orquestas «del dos por cuatro». Su pequeña figura, sus ojos pícaros, aquel saquito de un viejo smoking y su blanca barba, se hicieron querer y aclamar por los bailarines. Los mismos que en «la mano», la media hora anterior, se habían entrelazado con las milongas, ahora también querían danzar, bailar, saltar, con ese músico negro y su clarinete.

Siempre acompañado de aquella hermosa y rubia mujer, esperaba que llegara su turno, «su mano», como decíamos los animadores de aquellos tiempos. También acompañado de su infaltable vaso de vino, un amigo inseparable. Al llegar el momento, saltaba nervioso al escenario, alguna pícara broma con su ronca y quebrada voz y ya se escuchaban «Tengo ritmo», «Moritat» o su genial versión de «Cuando los santos vienen marchando». Las parejas bailaban a más no poder, el bajo y la batería marcaban el ritmo. Su clarinete hacía malabarismos. Hasta las «arañas» de las luces del techo parecían moverse, junto a ese músico que dibujaba arabescos con sus notas. El sonido resultaba incontenible. Desbordaba del escenario hacia todos los rincones. Y finalmente, por alguna entreabierta ventana, la música escapaba hasta llegar a toda la ciudad y luego elevarse llegando a las más altas estrellas.

Los recuerdos también vienen marchando. El laberinto de la memoria se llena de melodías. «El Saint Louis blues», resuena a todo trapo. Sin querer y sin saber cómo, estamos en un carnaval en los altos del Vaccaro, el legendario «Ambassador Club». Esa noche, Santiago se había retrasado. Los bailarines estaban nerviosos. Gritaban su nombre. El «animador» agarró coraje, empezó a dar explicaciones. Y cuando parecía que la gente quería «comerlo», apareció el moreno en el escenario, poniéndose su saco, y diciendo: «pará con los versos que ya llegamos». Aún sentimos aquella sensación de alivio cuando él surgió atrás de nosotros, que ya no sabíamos qué decirle a ese público que lo quería a más no poder.

Otra vez fue, allá por la década del 60, en «La Granja Dominga» de la zona de Manga. Un baile de fin de año. Las mesas repletas de personas que se largaron a bailar apenas llegó Santiago Luz, y no había quien los parara. El problema era que la enorme parrilla ya estaba pronta. Los mozos nerviosos por empezar a servir. Los «asadores» temían que los lechones se quemaran. Hasta los vasos con aquel «vinito casero» de la Granja, habían sido olvidados. Todos rodeaban el escenario porque no querían perderse al negro de la barbita blanca. La otra orquesta esperaba su «mano», que ya estaba pasada en el horario. Le hicimos señas y Santiago no paraba. Al final, le apagamos las guirnaldas, las bombitas de colores del escenario. Pero, aun así, casi en penumbras, su música siguió y siguió. Santiago siguió brillando y encandilando a todos con su entusiasmo y talento.

Su bohemia y amor a la música fueron los nervios de su vida. Lo demás poco le importó. Grandes oportunidades no le faltaron. Como una noche en que tocando en el cabaret «Embassy» fue visto por el maestro del jazz, Cab Calloway, que estaba de gira por Sudamérica. Lo quiso llevar de todas maneras a que tocara en su orquesta y luego que lo acompañara a los EEUU. Hasta mencionó el nombre del Cotton Club. Pudo más su bohemia, poco le importaron los muchos dólares y a ese gran músico le dijo no. Prefirió quedarse en Montevideo. Seguía siendo el muchacho humilde que una vez había llegado de sus pagos de Tacuarembó. Es que no podía alejarse de «la barra» fraterna de su querida Villa de la Unión. De sus camaradas del bar «Hércules», de 8 de Octubre y Comercio, donde siempre se lo veía rodeado de amigos, entre anécdotas, bromas y las infaltables copitas.

Cumplió su sueño de tocar en el Estudio Auditorio del Sodre, con sus queridos compañeros de «Tres para el Jazz», Quintas Moreno y Julio Cuccurullo. Fue un recordado 12 de agosto de 1971, antes más de mil espectadores. Ese concierto fue el último del Estudio Auditorio ya que a las pocas semanas, a mediados de setiembre, un incendio destruyó totalmente sus instalaciones.

Muy pronto, y lo sabemos de buena fuente, en una plazoleta cerca del Mercado Modelo de Propios, zona donde vivió mucho tiempo, se lo homenajeará con un busto recordatorio. A Santiago le gustará por estar en su barrio y en un sitio donde calles, veredas y boliches, fueron sus amigos.

Amigazo, bohemio y un talento sin igual. Por eso empezamos recordando a Julio Cortázar y sus palabras sobre otro genial bohemio del jazz, Charlie Parker. Uno aquí y el otro allá, sin hacer comparaciones odiosas, lo real es que la música que ambos hicieron chorreaba vida por todos los costados.

Una explosión de música y una pasión similar a la del acto de «hacer el amor».

Santiago Luz que inundó de «swing» al viejo Montevideo, sabemos que al escucharnos, se sonreiría pícaramente. Levantaría su vaso desbordante de vida y brindaría por los viejos tiempos. Mientras la música nace juguetona de las caricias a su amor de siempre, el clarinete.

Los esperamos todos los sábados y domingos, a las 19 horas, CX 44, y también los domingos en LA REPUBLICA, con más «Prohibido para Nostálgicos», con los auspicios del Departamento de Cultura de la IMM.

Coordinación: Angel Luis Grene

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