Prohibido para nostálgicos

Nuevo París, un barrio con alma obrera

Por las primeras décadas del viejo siglo, nos arrimamos a «Nuevo París», en el tranvía «25». El que venía de la Aduana y, trepando la Cuchilla de Belvedere, llegaba a su destino ubicado en Santa Lucía y Aldao. Calles por donde pasaban «los aguateros», con sus «jardineras» tiradas por un cansado caballito. Cargaban varios tanques de agua que vendían puerta por puerta. A puro pregón «Â¡Aguatero!»… Los vecinos salían presurosos, con sus latas vacías en las que se leían las etiquetas del queroseno de la «West Indian». Se las llenaba hasta dejarlas desbordantes por «dos vintenes» el tanque. Y había que comprar porque las calles tranversales, las que serpenteaban muy adentro, carecían del «agua corriente». La otra opción era caminar hasta Santa Lucía y sus canillas públicas, donde al mediodía siempre los vecinos hacían cola, con sus baldes y tarritos.

Típico barrio de laburantes donde «trillamos» de pibes. Un «barrio obrero» con todas las letras. Salpicado por gran cantidad de fábricas y curtiembres que movilizaron a la gente de aquellos días para que, de a poco, lo poblaran con sus numerosas familias. Es que por allí había trabajo «sin grupo». Los que querían trabajar, sin pensarlo dos veces, «recalaban» por sus callecitas de tierra y adoquines.

Si de curtiembres se trataba, no había más que ir hasta la calle Timote y «La Suiza Uruguaya». O por Llupes la curtiembre de «Lanza». Si no, caminar por Santa Lucía hasta llegar a dos enormes establecimientos, los de «Branaa» y el «Curtifran».

Se trabajaba el cuero recién llegado de los frigoríficos. A nadie le importaban los olores. Y el viento de La Cuchilla «contribuía», soplando suavecito, a que todo se hiciera más tolerable para aquella gente tan linda que le daba «duro y parejo».

Los vecinos también pertenecían a los grupos de operarios de varias fábricas de la zona. Como una recién instalada «Ferrosmalt», armando los primeros refrigeradores que, de a poquito, sustituían las populares heladeras «a barra de hielo». También hacían los pequeños «calentadores eléctricos» para que, de una vez por todas, llegaran a Montevideo «los tiempos modernos», como en la película de Chaplin.

Un destaque especial para la Fábrica de Esmaltados «Sue», ubicada en Fleitas y Llupes. Utensilios de cocina, en brillantes colores, que muy pronto fueron, junto a los de reluciente y blanco aluminio, los que engalanaron todas las cocinas montevideanas. La gente los compraba de a uno y, sin darse cuenta, armaban «juegos» completos, que por años sirvieron tanto para calentar el mañanero café con leche como también para las sopas y los apetitosos «pucheros». Sobre la punta de la calle Timote le dio laburo a mucha gente la «Cemantosa», con sus muy vendidas chapas de «fibrocemento».

La memoria larga chispas. Se siente tan a gusto por ese querido barrio popular. En su apresuramiento, nos llena de luces y, terca y caprichosa, sabemos que está olvidando muchas cosas. Pero, nosotros y los «lectores cómplices», la conocemos y como a esas amantes ardientes, todo le perdonamos. Seguimos su juego. Junto a su chisporroteo seguimos por el «Nuevo París» tal como era en los tiempos del ayer.

Con sus casas humildes, de ladrillos y techos de zinc. Donde cuando llovía el sonido del agua repiqueteaba en los corazones de familias muy unidas. Aprovechaban la lluvia para jugar a «la lotería de cartones» y comer las deliciosas tortas caseras. Casas con forma de «chalecitos», muchas con techos a «dos aguas», luciendo en sus frentes unos cuidados jardines. Llenos de las trepadoras «madreselvas», «tacos de reina» o las muy rojas «flores de campanita». Las que en los cálidos veranos tenían como gentiles visitantes a los picaflores y sus zumbidos juguetones. Casas donde se escuchaba el «cacarear» de las aves del gallinero del fondo. Donde vemos a las amas de casa, esquivando los picotazos, llevando en su remangado delantal, los dorados huevos de las emplumadas «ponedoras».

Una pelota de cuero. Una «moña, «un túnel», una «gambeta». Por Carlos de la Vega, en una canchita de los viejos bohemios, del Wanderers. La misma que, creemos, luego fue del «valiente» Liverpool.

Las campanadas de la iglesia de San Francisco, por Llupes y Victoria, con un cura de larga y negrísima sotana. Incesante de aquí para allá, tanto para organizar los casamientos de los vecinos, sus bautismos y también apoyarlos en los momentos más tristes y difíciles.

Barrio «Nuevo París», que por Carlos María Ramírez y Llupes, tuvo su lugar para los «pecados». El cabaret, «El Dancin Club», como se llamaba, y sus querendonas «mujeres de ambiente». Tanto barullo hicieron que al final terminó clausurado por decreto policial. Es que el escándalo molestaba a muchos, y más aún a las pacíficas Hermanas Capuchinas del convento que estaba, justamente, enfrente de ese ambiente de tangos y melodías a «todo trapo».

El asunto se presentaba más tranquilo en los clubes barriales. Como el «Lanza», por Santa Lucía y Triunfo. Lo llamaban Club Social y Deportivo.

Se alternaba el juego a las bochas, entre semana, y por la noche del sábado bailes con orquesta tangueras. También estaba el Club «Primavera», en Santa Lucía y Guzmán. Lindos bailes familiares. El mismo sitio donde todas las tardecitas confraternizaban los laburantes vecinos, en aguerridas partidas de «truco».

Por Timote y Ladines, en la década del 40, hubo una casaquinta que se rodeó de misterio. Allí vivieron unos muchachos muy rubios cuyo mayor anhelo era el casarse con una linda vecina, para afincarse definitivamente en nuestro país. Fueron un puñado de sobrevivientes del acorazado alemán «Graf Spee», el que protagonizó la recordada «Batalla del Río de la Plata». Nunca salían y estaban custodiados por la Policía que cuidaba celosamente esa mansión. Se los podía ver paseando detrás de las verjas que rodeaban esa casa de enormes jardines. Algunas muchachas del barrio, muy noveleras, se acercaban a los barrotes y por medio de señas, palabras en alemán, por un lado, y en español, por el otro, se establecían diálogos llenos de picardía. Una de esas jóvenes, hija de un trabajador de «Sue», hizo realidad el sueño de esos melancólicos marinos. Se casó con uno de éstos, en un episodio que aún recuerdan los más veteranos vecinos del barrio.

Y lo que empezó con una pregunta de un compañero de LA REPUBLICA, culminó en este torrente de recuerdos. Nada pudimos hacer para detenerlo y como dijo el poeta de «Romeo y Julieta», «… el alma empezó a expresarse en palabras». Volvieron junto a nosotros aquellos días en que el famoso «tranvía de La Barra» atravesaba «Nuevo París».

El que salía de la Estación Agraciada y llegaba hasta la Barra de Santa Lucía. Ese enorme tranvía que, entre campanadas y pitazos, trasladaba a los vecinos del barrio, en los domingos soleados, hasta el Puente de la Barra a tomar unos mates y descansar de sus diarios laburos. Entre esa linda gente, la familia Maquiera que nos dio albergue en los días difíciles de nuestra lejana niñez. Los tiempos del ayer de ese barrio con alma obrera, los días del «Nuevo París», estuvieron un ratito a nuestro lado. La memoria hizo sus piruetas. La calesita de las imágenes dio una vueltas y como ayer, como siempre, compartimos unos instantes en la vida del Viejo Montevideo y sus queridos barrios populares.

Los esperamos todos los sábados y domingos a las 19 horas en CX 44, y también los domingos en LA REPUBLICA, con más «Prohibido para Nostálgicos», con los auspicios del Departamento de Cultura de la IMM.

Coordinación: Angel Luis Grene

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