Hace 25 años la dictadura asesinaba a Vladimir Roslik
El 16 de abril de 1984, hace hoy 25 años, la dictadura uruguaya cometía su último crimen de lesa humanidad, con la aún impune muerte por torturas del médico Vladimir Roslik, en el Batallón de Infantería Nº 9 de Fray Bentos, tras su secuestro junto al de otros residentes de la localidad de San Javier.
El homicidio de Roslik fue entonces denunciado por organizaciones de derechos humanos (Serpaj e Ielsur) y por la llamada «prensa alternativa» de la época (los semanarios Aquí, Convicción y Jaque, en particular) e implicó la confirmación pública de las torturas y muertes por parte del régimen militar. El operativo contra la vieja colonia de emigrantes rusos se había iniciado el día anterior, quizás como un acto más de las conmemoraciones oficiales del «Día de los caídos en la lucha contra la subversión», que la dictadura, presidida entonces por el general Gregorio Alvarez, realizaba el 14 de abril de cada año.
Pero también es posible que aquella caprichosa detención de ciudadanos, acusados de ocultar armas y constituir una célula subversiva, con conexiones en Brasil, constituyera una «operación interna» de los propios militares contra el general Hugo Medina, entonces comandante de la División de Ejército III.
Desde Paso de los Toros, Medina era el futuro comandante en jefe del Ejército, que parecía «aperturista» y dispuesto a retomar en el Club Naval las negociaciones con los partidos políticos que habían fracasado en la Comisión de Asuntos Políticos (Comaspo), de la que el general fue secretario de actas.
El estigma ruso
La localidad de San Javier ya había sido víctima de la represión cuatro años antes, el 29 de abril de 1980, como antesala de una prohibida celebración del Día de los Trabajadores, cuando los militares llegaron al pueblo de rusos para detener a «todos esos comunistas».
Roslik fue entonces una de las víctimas de las terribles torturas aplicadas y terminó procesado con prisión por la justicia militar que le encarceló durante más de un año en el Establecimiento de Reclusión Militar Nº 1, Penal de Libertad, donde permaneció más de un año hasta ser liberado un 24 de julio.
Vladimir Andrés, era oriundo de San Javier, donde había nacido el 14 de mayo de 1941. Vivió su infancia en una chacra del pueblo, entre el olor a aceite de los girasoles, el aroma a asado del «sharlik» de cordero, el dulce «piroj» de calabazas y el vino de miel del «kuaz». Era bueno jugando a las cartas.
Había terminado preparatorios con más de 20 años y un curso de enfermería en la Defensa Civil marcaría su vocación de médico.
Conocer el idioma de sus ancestros le permitió obtener una beca en la Universidad Patrice Lumumba de Moscú, en 1962, por el Instituto de Colaboración Uruguayo Soviético (ICUS).
Aquella ayuda para jóvenes del Tercer Mundo, otorgada en la URSS, sería luego su estigma. El joven médico, que debió revalidar su título para ejercer, sería demonizado, al punto que el antecedente motivaría su prisión durante una semana cuando, en julio de 1973, se dio el golpe de Estado.
Un crimen impune
La muerte de Roslik intentó disfrazarse como un «paro cardiorrespiratorio», pero una segunda autopsia, realizada en Paysandú por un grupo de médicos civiles, demostró que falleció por anemia aguda producida por las hemorragias provocadas por los golpes recibidos y por la asfixia del «submarino».
Antonio Pires Da Silva Junior, un ciudadano brasileño al que entonces se le imputó como subversivo y se lo procesó, pero luego fue expulsado del país, testimonió, un año atrás, que Roslik fue asesinado por el represor de Ejército Sergio «Pocho» Coubarrere.
La impunidad de aquel crimen también alcanza hoy al médico militar Eduardo Sainz Pedrini, autor de la falsa autopsia con la que se pretendía cubrir el crimen. Sainz, expulsado del gremio médico, se paseaba, hasta hace poco, por Fray Bentos, armado y custodiado por sus dos rottweiler.
Roslik estaba casado desde hacía siete años con Mary Zabalkin y tenían un hijo, Valery, de sólo cuatro meses de edad. El asesinato de «Valodia», impactó a la sociedad uruguaya en la salida de la dictadura y convirtió a su valiente esposa e hijo en íconos de las víctimas del terrorismo de Estado.
Exactamente cinco años después, se votó el referéndum de la Ley de Caducidad que aún impide juzgar el crimen. La tumba de Roslik dice: «Querido papá, seguiremos tu ejemplo, dando amor donde haya odio y violencia, sólo así podremos devolverte la sangre inocente que por nosotros derramaste».
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