El secuestro de Glenda Rondán
En 1983, Uruguay comenzaba a salir de la dictadura. Muchos protagonistas de aquel tiempo continúan en la actividad pública, otros han muerto y otros han salido del escenario mediático. Sus opiniones, anécdotas y recuerdos son parte de un pasado que, luego de 25 años, siguen marcando el presente.
En julio de 1983, ocurrió un incidente que pudo cambiar la historia uruguaya: Julio María Sanguinetti denunció en la tapa de Correo de los Viernes que su secretaria, Glenda Rondán, había sido detenida, encapuchada e interrogada en una unidad militar. La denuncia provocó la ira de los mandos de la dictadura, en particular del presidente de la Comisión de Asuntos Políticos (Comaspo), general Julio César Rapela, quien acusó de mentirosa y fantasiosa a la mujer, porque era profesora de Literatura.
El caso determinó el cierre de las negociaciones que políticos y militares sostenían en el Parque Hotel para acordar una salida a la dictadura, pero también derivó en una causa judicial que implicó una contienda entre la justicia civil y una justicia militar que pretendía condenar a Rondán y al propio Sanguinetti, quien pudo llegar a quedar proscripto para la elecciones que en 1984 terminarían consagrándolo como presidente.
Al cumplirse hoy 25 años de aquel secuestro, Rondán aceptó recordar aquel episodio. Su relato permite intuir las contradicciones de una dictadura cercada por la movilización popular, pero que podía dar terribles zarpazos para mantener el poder. «Yo, que conocía bien a Sanguinetti, lo veía más preocupado que de costumbre… Teníamos dudas de si realmente después del «No» del 80 los militares iban a aflojar…», cuenta Glenda. Eran tiempos de tensión política. Días antes, al cerrar la Convención del Partido Colorado, Bernardo Pozzolo había convocado a marchar hacia el obelisco y arrojar allí claveles rojos en homenaje a la Constitución. Los convencionales entonaron consignas contra la dictadura. Pozzolo fue detenido e interrogado. El general Rapela acusó de «criminal e irresponsable» la actitud de los colorados.
El secuestro
«Fue el 20 de julio. Nunca me voy a olvidar de la fecha, porque era el cumpleaños de mi mamá, ya fallecida. Salí de mi casa para tomar el 306. Vi venir una camioneta del Ejército, pero con vidrios oscuros. Paró junto a mí. Se bajó un oficial de uniforme. Me pregunta si soy Glenda Rondán y le digo que sí… Yo tenía la cartera y un bolso en el que cargaba carpetas, libros y cuadernos. Me ordenó ‘Suba a la camioneta’ y yo soy tan tarada que no hago nada y subo».
«Había uno que manejaba, el que me habló y otros dos más, que me dejaron en medio. La camioneta dio la vuelta, subió por Nelson, agarró Luis Alberto de Herrera y tomó Burgues hacia el cementerio. Hasta ahí vi, porque después me pusieron una capucha. Ahí sentí la sensación que había tenido cuando en 1973 me llevaron tres días a un cuartel. No me hicieron el submarino, pero me reventaron un riñón, perdí un embarazo y me metieron bajo agua fría. No era miedo, fue más una sensación de desencanto de que todo lo que habíamos hecho en años se cayera y se volviera a punto cero…»
«Yo trataba de serenarme, porque los tipos hablaban entre ellos en un lenguaje bastante soez… No sé cuánto demoramos. Cuando pararon, me hicieron bajar en un lugar que a mí me pareció que tenía pedregullo en el piso. Uno con capucha pierde el dominio espacial. Atravesamos dos o tres puertas y entramos a un lugar donde me pusieron una silla y me dijeron que me sentara. Me sacaron la capucha y veo que estoy en un despacho y enfrente tengo a un coronel…».
«Ahí empieza a preguntarme cosas que a mí me parecieron estúpidas. Me preguntaba si en la casa del partido había un mimeógrafo. Me preguntaba si había ido al obelisco. Me preguntaba con quién se reunía Sanguinetti, que quién lo veía, que si yo le llevaba la agenda. Había uno que escribía a máquina atrás mío…» «El interrogatorio fue larguísimo. No hubo agresión física, pero sí un trato muy seco, al que los docentes no estamos acostumbrados… Cuando termina el interrogatorio, me volvieron a poner la capucha, y dieron vueltas antes de soltarme en el Parque Batlle». Apenas pudo conseguir un teléfono, Glenda Rondán se comunicó con Sanguinetti, quien la citó en su estudio. Le dijo lo que había sufrido y él le pidió que no le contara nada a más nadie («yo no lo dije ni en mi casa»). Al día siguiente volvió a clases, y otro profesor le mostró la tapa de Correo de los Viernes. Un recuadro titulado «A quien corresponda» denunciaba lo que le había ocurrido. Poco rato después la llamó Marta Canessa: «Me contó que a Julito se lo había llevado, no sé a qué cuartel y me dijo que me fuera de inmediato para su casa. Me tomé un taxi y fui. Me quedé ahí y cuando Julito volvió me dijo que de tarde íbamos a tener que ir juntos a declarar al 4º de Caballería. Allí nos trataron muy bien. Solo faltó el té y las masitas. Hasta nos llevaron a recorrer el cuartel y nos mostraron los caballos»…
Pero el episodio no había concluido. Las fuerzas armadas no aceptaban la denuncia que había trascendido internacionalmente. Días después, el director de la Escuela Técnica recibió un llamado de la Región Militar Nº 1, que anunciaba que irían a buscar otra vez a Glenda Rondán. Tuvo tiempo de llamar a Sanguinetti al interior, quien le envió a Edison Rijo para que le acompañara. Al abogado, socio de estudio de Sanguinetti, no le dejaron ingresar a la unidad militar. Rondán enfrentó a un grupo de oficiales que le interpelarían. «Había como cuatro coroneles, uno de ellos pelirrojo. Nos sentamos en una sala estilo morisco. Empezaron diciéndome que yo le tenía aversión al Ejército. Les contesté que a la institución de ninguna manera. Me decían que lo que denuncié era mentiras. Me decían que por qué inventaba eso y les dije que era verdad y que era un militar el que me interrogó, que sabía porque tengo un primo militar… eso le costó a mi primo un arresto de 30 días». «Estábamos en eso, cuando entra el general Rapela. Todos se pararon y yo quedé sentada. Uno a mi lado me dijo que me parara y dije que no, que el que tenía que saludarme era él, porque yo era una señora y él había entrado. Quedaron congelados… Es que a mí los nervios me hacen hablar, y con vehemencia cuando me enojo. Después de esa reunión Rapela salió a decir que yo era loca, imaginativa porque era profesora de literatura y que había hecho teatro… Insistieron en que dijera que había sido mentira porque si no me iban a llevar presa… Cuando salí, habían pasado cinco horas. Rijo todavía estaba afuera y muerto de frío».
Una semana después, a la sede del Ejecutivo Nacional colorado llegó una citación por la que Rondán debía presentarse al día siguiente a la Jefatura de Policía. «Ahí me tuvieron desde las siete de la mañana hasta la una y media de la mañana del día siguiente. Yo tenía una beba de meses y no dejaron ni que la entrara mi ginecólogo para que la pudiera amamantar…» «Empezaron a preguntarme cosas de mi vida personal. Dijeron que eran mentiras lo que me pasó en 1973. Hasta preguntaron si yo había estado separada de mi marido y a mi propio marido lo llevaron para corroborar lo que yo les decía. Me llegaron a decir que en un sillón habían violado a «una mina de Serpaj». No me dieron de comer. Solo agua… Finalmente entró el coronel (Washington) Varela, el jefe de Policía, y me dijo: ‘Buenas noches, señora, la saludo para que no se enoje…’. Por lo menos usted es más educado que el otro, le contesté». La última etapa del caso Rondán fue en la Justicia. «Ellos me quisieron pasar a la Justicia Militar, pero el juez (Dardo) Prezza, que era al que le tocaba mi caso, se afirmó en que correspondía a la Justicia Penal y se abrió la causa por «simulación de delito». Me iniciaron el proceso, fue una cantidad de gente a declarar. Prezza apretó el expediente durante un mes para que no fuera a la justicia militar». La causa recié
n se cerró en 1985. La conclusión fue que el hecho ocurrió, pero que no se pudo establecer quiénes lo perpetraron.
Glenda
Glenda Eulalia del Rosario Rondán Freira nació en Melo, Cerro Largo, el 3 de febrero de 1946. A los tres años su familia se radicó en Montevideo. Estudió en la enseñanza pública. Hizo dos años de Facultad de Derecho y egresó como profesora de Literatura en el IPA: Desde los 12 años fue militante de la Lista 15 del Partido Colorado. En noviembre espera festejar sus 50 años de militancia partidaria. En los sesenta fue secretaria de la bancada quincista de los diputados Julio María Sanguinetti y Bernardo Pozzolo, hasta el golpe de Estado. Electa convencional en las internas de 1982, siguió como secretaria política de Sanguinetti hasta su asunción como presidente en 1985. Edila suplente de Mario Linzo entre 1995 y 2000. Diputada hasta 2005 y en el actual período volvió a ser electa edila e integra múltiples comisiones de la Junta Departamental. Casada desde hace 45 años con Washington Romeo, cuatro hijos -Hugo (fallecido), Gabriel, Alejandra y Beatriz-, tiene 3 nietos (Matías, Micaela y Marcelo). Vive con su padre de 92 años.
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