Dos millones de dólares. "Los gastos van a ser transparentes, como siempre".

"Con ‘Libertad, Libertad’ llegamos a tener unos 90.000 espectadores"

Siempre me impactó el hecho de que El Galpón trascendió lo teatral, pasando a ser un fenómeno cultural más amplio. Esto también lo detectaron intelectuales de otros países. ¿Comparte eso?

–Esa es la parte más interesante de la historia de El Galpón. En los primeros tiempos su programación no salía en El Día porque era considerado un «agente del mal», como se dice ahora, porque se preocupaba de temas sociales. Una de las primeras obras fue «Así en la tierra como en el cielo», donde planteaba el tema del poder terrenal y religioso en manos de los jesuitas en Paraguay. Todas las obras tenían un gran sentido artístico, que fue uno de los principios básicos del teatro independiente. La idea era hacer un teatro de arte, pero a la vez popular. Un teatro que pudiera ser «leído» por el público común, no preparado. Eso nos llevó a hacer Bernard Shaw, Bertolt Brecht o Juan Moreira en la calle. Y el autor nacional siempre atrás. Siempre.

El Gran Tuleque fue uno de los grandes éxitos de El Galpón, en 1964. Meter una murga en un escenario de teatro fue una verdadera irreverencia y sin embargo El Galpón lo hizo y fue un gran éxito.

–¿Cómo se para El Galpón en aquella década de los 60 tan compleja y tensa, una verdadera hora de definiciones para la sociedad uruguaya?

–Atahualpa del Cioppo decía que teníamos que responder a algunas preguntas que la gente nos hacía. Preguntas que se estaba planteando la sociedad. Decía, también, que el teatro no iba a cambiar una situación social, podía ayudar a acompañar ese movimiento social. Esto nos llevó a pegarnos a la CNT, a los distintos movimientos sociales. En este marco, presentamos obras vinculadas a la realidad social y política. Así surgió «Libertad Libertad» y «Fuente Ovejuna». Llegamos a tener entre 80 y 90 mil espectadores, con cada obra. «Libertad Libertad» la hicimos en 59 lugares en todo el territorio nacional. Todo se hizo sin ningún tipo de apoyo, sin ningún tipo de sponsors. Fue todo a pulmón a sacrificio. Todo se hizo bajo el pachecato. El día que Jorge Pacheco Areco estrenó las Medidas Prontas de Seguridad, el 13 de junio de 1968, nosotros estrenábamos «Libertad, Libertad» (se emociona).

–¿Cuándo logran la sala 18 de Julio?

–La compramos en 1963. La sala de Mercedes nos quedaba chica, habíamos pasado del laboratorio a la fábrica. Se inauguró en 1969.

–¿Ustedes fueron duramente reprimidos por la dictadura?

–Primero pidieron la lista de los dirigentes de los dos últimos períodos. Nos llevaron a todos presos, estuvimos en el Departamento 6, donde nos trataron como a miles de uruguayos, durante los «interrogatorios» (elude la palabra tortura). Como a los quince días de todo este tratamiento, nos pasaron para el Cilindro. Después nos enteramos por qué. Fue gracias a la campaña internacional en solidaridad con nosotros. Participó desde Jack Nicholson, hasta el ministro francés de la época, entre otros. La dictadura no podía pagar el precio político de tener presa a gente que hacía teatro y que tenía fuertes vínculos internacionales.

–Durante los interrogatorios ¿hubo acusaciones de índole cultural o sólo se referían a lo político?

–Sólo se referían a lo político, porque ellos querían demostrar que había, lo que ellos llamaban, una «célula comunista» en El Galpón. También nos acusaron de haber hecho solidaridad con los presos políticos de España y Portugal, durante las dictaduras de Franco y Salazar. Por ello insistían en que hacíamos actos subversivos.

–¿La obra «Malcon X» no apareció?

–¿Usted sabe que no? Quizás no la entendieron… Un espectáculo precioso.

–Lo insólito fue que El Galpón logra reconstruirse en el exilio…

–Cuando nos liberaron del Cilindro, volvimos de inmediato a hacer teatro. Comenzamos a ensayar «La Muerte de un viajante», que es una crítica que hace Miller a lo que es una sociedad de consumo. La dictadura, cuando vio que nosotros seguíamos existiendo, ahí clausuraron El Galpón. Nosotros sabíamos que nos iban a procesar, aunque no tuvieran pruebas ni confesión. Cuando el cierre de la sala no nos llevan, nos citan. Los citados, como es muy difícil hacer teatro en la clandestinidad, resolvimos meternos en la Embajada de México, donde la gran figura fue Vicente Muñiz Arroyo, el embajador. Un hombre excepcional. Ahí mismo resolvimos que El Galpón tenía que seguir trabajando en México, para seguir haciendo tareas de solidaridad con la resistencia del pueblo uruguayo.

–Lo paradójico es que en México ustedes pueden vivir por primera vez exclusivamente del teatro…

–Exactamente (se ríe). Pudimos hacerlo porque la solidaridad mexicana fue muy grande.

–Ustedes tuvieron vínculos muy fuertes con las organizaciones y personalidades del exilio uruguayo y latinoamericano. ¿Con Wilson Ferreira Aldunate esa relación fue muy fuerte?

–Fue permanente, todo el tiempo. Participamos junto a Wilson, de la conmemoración de un cumpleaños de Líber Seregni, que estaba preso. Wilson decía que lo importante en ese momento era apagar el incendio (la dictadura) y que al que trajera el balde con agua no le iba a preguntar qué convicciones políticas e ideológicas tenía. Con Ferreira Aldunate estuvimos codo con codo en muchas oportunidades. Cuando Wilson llegaba a México lo rodeábamos y lo cuidábamos muchísimo.

–Hoy (por ayer) en el editorial principal del diario El País, titulado un «Estraño país», se dice que «no hay dinero para refaccionar escuelas y liceos ni para terminar las obras del Sodre, pero sí para resarcir a El Galpón, nave insignia del teatro de izquierda en el período predictatorial». ¿Qué siente cuando escucha o lee esas cosas?

–No, no, no fuimos ninguna nave insignia. El teatro no puede cambiar ninguna situación social. Ahora El Galpón trató siempre de embarcarse en las causas que consideraba justas, pensando siempre en la superación de nuestra sociedad. El dinero que va a destinar el gobierno a El Galpón, luego de la aprobación parlamentaria, es una reparación, no es nada extraño. Cuando volvimos del exilio, el primer acto del presidente Julio María Sanguinetti fue la devolución de la sala. Fue el primer acto de reparación.

–Incluso, si no me equivoco, fue a la sala a ver «Artigas, general del pueblo»…

–Claro, eso fue así. Para nosotros, su presencia fue un acontecimiento muy importante. Ahora, la sala que recibimos era una cáscara vacía porque le habían robado todo. Era un cascarón vacío. En ese momento pensamos en la posibilidad de hacer un pedido de que nos devolvieran lo que faltara, pero no lo hicimos porque entendimos que era un momento muy especial. Todos teníamos claro que todos teníamos que empujar para adelante. Fue por eso que contamos con nuestras fuerzas y con la del público. Lanzamos una campaña para comprar lo elemental, focos y equipos técnicos nuevos, y en un par de meses tuvimos quince mil socios. La gente se hacía socia sin que la sala se hubiera abierto. Fue así que salimos adelante. Nunca se nos ocurrió pedir una indemnización. La fuerza vino de lo popular y pudimos abrir la sala.

–¿Van a recibir dos millones de dólares?

–Sí, ese es el monto, que va a tener que votar el Parlamento. Eso nos parece magnífico, porque es claro y no es una cosa arreglada bajo la mesa. El sistema político, todo, va a poder decir lo que piensa y lo que cree.

–Están los votos del Frente Amplio y de Sanguinetti. ¿Por qué el Partido Nacional no acompaña?

(Se ríe). Algunos integrantes del Partido Nacional están de acuerdo con esta reparación que se plantea para El Galpón. Pero, parece, que lo tomaron como un asunto político y hay una mayoría que no quiere acompañar la reparación.

El ex presidente Sanguinetti dijo algo muy interesante, cuando señaló en el Senado que estamos ante la continuación de esa primera reparación que hizo él cuando le devolvió la sala a El Galpón, al que definió como una institución cultural emblemática. También dijo que discrepó ideológicamente con nosotros, pero que nadie puede negar que es un emblema cultural del país, aquí y en el exterior. Esta opinión de Sanguinetti nos pareció una argumentación muy seria, que nos sorprendió muy gratamente.

–¿Qué van a hacer con ese dinero?

–Del Cioppo decía algo muy lindo. «Si hacemos buen o mal teatro es discutible, pero que somos buenos administradores eso es indiscutible». Esto es cierto. Hoy tenemos tres salas, donde además hay una disquería y una librería. Estamos ante un complejo cultural y no sólo ante un teatro.

Vamos a realizar algunos arreglos imprescindibles, particularmente en el techo. Es una sala que no ha tenido mantenimiento, porque nuestra fuerzas sólo nos han permitido mantener el teatro abierto. Superamos la crisis de 2002 y 2003 en una forma casi milagrosa. Es que El Galpón es la demostración de la existencia de Dios (se ríe).

En esa sala albergamos entre 60 y 80 mil niños y adolescentes por año, que es parte de la extensión cultural que realizamos y que no ha sido suficientemente difundida. Son obras que presentamos y que, antes de llevarlas al escenario, son consideradas por los maestros y los profesores. Esto es parte de nuestro mayor orgullo. También lo hacemos en el interior del país. Vamos a valorar en qué gastamos esos dos millones de dólares, pero todo el mundo puede estar tranquilo de que van a ser absolutamente transparentes los gastos que hagamos. Como fue siempre.

 

PASARON 2.072.800 NIÑOS Y JOVENES DESDE EL AÑO 1985

El trabajo que realiza a diario El Galpón desde el Departamento de Extensión Cultural ha permitido que millones de niños y jóvenes conocieran la magia del teatro. Desde el año 1985 a la fecha pasaron por sus salas 2.072.800 niños y jóvenes. Sólo en el año pasado asistió un total de 138.300. Muchas generaciones recuerdan haber visitado El Galpón de la mano de su maestra. Esa primera experiencia tan importante, que signa para siempre la fascinación por este arte efímero y asombroso que llamamos teatro, es un recuerdo de los buenos, de esos que nunca se olvidan.

Para un niño, una salida didáctica es mucho más que un paseo. Detrás de una salida al teatro siempre hay mucho trabajo, gran dedicación y mucha expectativa. Es un acto colectivo de largo alcance, y los maestros lo saben muy bien; ellos son nuestros principales aliados ( tomado de www.teatroelgalpon.org.uy).

 

ORIGENES EN LA POSGUERRA

Los orígenes de El Galpón se remontan al Uruguay de la posguerra, el cual estaba iniciando una etapa de desarrollo socio-económico fundado en los favorables términos de intercambio que la situación internacional concedió a la producción agropecuaria de este pequeño país. Un Uruguay culto y europeo que era visto por los uruguayos de aquel tiempo como un caso excepcional dentro del continente y que desarrolló en ellos un orgullo nacional –refrendado por espectaculares triunfos deportivos a nivel mundial– que encontró expresión en un dicho repetido alegremente por la mayoría: «como el Uruguay no hay». En ese marco, Montevideo vio crecer intensamente su vida cultural y artística, y una de sus manifestaciones fue el teatro independiente.

 

LA CLAUSURA : MAYO DE 1976

1976/ 7 de mayo. Por decreto de la dictadura cívico militar, se clausura la institución teatral El Galpón y se expropian todos sus bienes, entre ellos la sala 18 de Julio. Varios integrantes se refugian en la Embajada de México, país que les concede asilo político, donde se trasladarán para establecerse, manteniendo la unidad y existencia del grupo, que estará encabezado por Atahualpa del Cioppo.

1976/1984. Durante el exilio en México, El Galpón realiza 2.500 representaciones recorriendo todos los estados mexicanos y diferentes ciudades de 20 países de América y Europa, denunciando la situación en Uruguay y expresando su solidaridad con la lucha del pueblo uruguayo. El grupo de integrantes que permaneció en el país resiste la dictadura de diferentes formas: desde las cárceles o conformando otros grupos.

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