Montevideo, cuando Gabriel Terra dio un golpe de Estado
Con el apoyo de la Policía y del Cuerpo de Bomberos, el presidente constitucional ha disuelto el Parlamento instalando un régimen de facto. Este país, considerado la Suiza de América, no pudo sustraerse a la onda expansiva de golpes de Estado que sacude a todo el orbe y que son la respuesta autoritaria a la crisis económica mundial que se arrastra desde hace casi cuatro años.
La economía uruguaya, particularmente, ya había comenzado a mostrarse menos sólida a partir de 1928, al punto que el dirigente Martín C. Martínez hubo de reconocer que «se acabaron los tiempos de superávit». Ante esta realidad de desajuste fiscal, las clases conservadoras empezaron a cuestionar cada vez con mayor severidad la política reformista y estatista impulsada por José Batlle y Ordóñez, un socialista liberal que modernizó el país durante las tres primeras décadas del siglo. Al mismo tiempo, las dificultades económicas ocasionaron importantes protestas obreras, duramente reprimidas por la policía.
Como se recordará, hace poco más de tres años se fundó el Comité de Vigilancia Económica, bautizado «Comité del Vintén» por el gracejo popular, que agrupa a las fuerzas vivas del país (productores agropecuarios e industriales, fundamentalmente), que ven con alarma el modelo socializante de Batlle y el «peligro rojo» que representa el movimiento obrero inspirado en la Rusia de los Soviets.
Las entidades empresariales vienen reclamando una reforma constitucional, la detención del estatismo, la disminución del gasto público y una reducción de la burocracia.
Elegido presidente constitucional hace dos años, el doctor Terra se mostró incapaz de hallar soluciones a la crisis dentro del marco institucional. El descontento fue aumentando, y el líder blanco Luis Alberto de Herrera llegó a proponer una «marcha sobre Montevideo» inspirada en la «Marcha sobre Roma» que Mussolini organizara años atrás. Al mismo tiempo, se endureció la represión contra el movimiento popular y especialmente contra el Partido Comunista –cuyo periódico «Justicia» sufrió clausuras– mientras se alzaban voces reclamando mayor rigor en la legislación penal.
Durante el mes de enero la situación hizo crisis. Según pudo saber nuestro corresponsal de buena fuente, el pasado 13 de enero el doctor Herrera presionaba al presidente con estas palabras: «El cambio radical se impone; lo haces tú o lo hacemos nosotros». En el mismo sentido se manifestó tiempo después el líder del Riverismo (sector conservador del Partido Colorado) Pedro Manini Ríos. Los rumores sobre estas reuniones generaron explicable alarma en el Batllismo y en el Nacionalismo Independiente, aunque un quiebre institucional era impensable aún.
Los hechos, sin embargo, se desencadenaron en la tarde de ayer, cuando el Presidente envió un mensaje al Parlamento comunicando una serie de medidas extraordinarias que se adoptaban para «evitar los sabotajes, crímenes y desórdenes» que, según el Ejecutivo, se producirían en ocasión del acto político previsto para el próximo 8 de abril. Las medidas incluyen: censura previa de los órganos de prensa que atribuyan propósitos dictatoriales al Presidente; intervención de las cárceles; mantenimiento de los servicios esenciales (agua y luz) en la capital; intervención policial de los servicios telefónicos y telegráficos.
Mientras el Parlamento analizaba y discutía el mensaje del Ejecutivo, el presidente y su gabinete ministrial se instalaron en el Cuartel de Bomberos con grandes medidas de seguridad. Esta madrugada, por 64 votos a 42, la Asamblea General exhortó al Ejecutivo a «dejar de inmediato sin efecto las medidas tomadas en el día de ayer». Era lo que tal vez esperaba el doctor Terra para proceder a la disolución lisa y llana del Consejo Nacional de Administración (P. Ejecutivo) y de las Cámaras Legislativas. Legisladores y dirigentes políticos de la oposición fueron detenidos mientras otros lograban burlar la vigilancia policial dispuesta en sus domicilios para refugiarse en diversas embajadas.
La primera víctima
El ex presidente Baltasar Brum, quien hasta hoy había ejercido la presidencia del Consejo Nacional de Administración, optó por resistir la orden de detención en su domicilio de la calle Río Negro. Allí, en mangas de camisa y sin cuello, con un revólver en cada mano y rodeado de amigos y correligionarios también armados, jugó durante varias horas una pulseada contra la prepotencia.
Por fin, y al ver que la situación podía prolongarse indefinidamente, Brum eligió el supremo sacrificio de inmolarse en defensa de la libertad y de las instituciones democráticas: sin que nadie pudiera impedirlo, caminó hasta el medio de la calzada y se descerrajó un balazo en el pecho luego de gritar «Â¡Viva Batlle! ¡Viva la libertad!».
Baltasar Brum se convierte así en la primera víctima de esta dictadura recién instaurada. *
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