Crudo testimonio confirma participación del militar en 1976 en el Batallón 13º de Infantería Blindado

"No sólo fui torturada sino que también fui violada por el coronel Jorge Silveira"

Lo que sigue es el relato crudo y valiente de Graciela, hoy una mujer de 46 años, a la que la publicación de las fotos del coronel Jorge «Pajarito» Silveira provocó «indignación», porque «está bien lo de la Ley de Caducidad, pero ese hombre llegó a coronel, le dieron los galones en democracia, lo premiaron por las atrocidades que hizo».

Graciela narró durante hora y media lo que vivió entre 1976 y 1980, pidió solamente reservar su identidad, que LA REPUBLICA conoce perfectamente, porque es madre de hijas adolescentes y «estos tipos están sueltos y quién me da garantías, si yo hablara y supiera que van presos, entonces». El testimonio de Graciela se suma al de Herminia Santana, publicado en LA REPUBLICA, al publicado por Samuel Blixen en Brecha, sobre la práctica sistemática de violaciones por parte de Silveira a un grupo de adolescentes, en su mayoría estudiantes del IAVA, en junio de 1981 en dependencias de Inteligencia de la Policía y a decenas de relatos aportados por ex presos y ex presas ante la Justicia, el Parlamento y los organismos de DDHH.

La publicación de las fotos de Silveira por LA REPUBLICA ha vuelto a movilizar la indignación y el deseo de que se sepa la verdad. Silveira ascendido a coronel en el primer gobierno de Julio María Sanguinetti y al Estado Mayor Personal del comandante en jefe del Ejército, durante el segundo mandato de Sanguinetti, es: un asesino, violador, secuestrador de bebés y torturador. En la única reacción política o semioficial conocida el Centro Militar respaldó a Silveira y consideró la publicación de las fotos y los testimonios como «un ataque a la Institución Militar». El resto ha optado por el silencio, sin comentarios. Salvo LA REPUBLICA, Brecha, Caras y Caretas, 1410 AM LIBRE, TV LIBRE y CX 36, el resto de los medios también. A tanto ha llegado el silencio que ni siquiera se difundió, salvo en Ultimas Noticias, el comunicado del Centro Militar. El testimonio cobra especialidad actualidad porque ocurrió en setiembre de 1976, apenas un mes y medio después, Silveira fue uno de los oficiales que secuestró clandestinamente a María Claudia García Irureta Goyena de Gelman. Silveira y el capitán de Coraceros, Ricardo Medina, fueron quienes entregaron la bebé robada a María Claudia a la familia policial que la crió. Lo que sigue es el testimonio de Graciela. Esto ocurrió y es importante que se sepa, aunque se empeñen en silenciarlo.

 

«Yo tenía 19 años»

«Mi detención fue en setiembre de 1976. Me fueron a buscar a mi casa de madrugada. Ese mismo día, después supe, caímos una tanda muy grande del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Pensamos que estábamos siendo seguidos desde mayo o junio de 1976. Luego de que cayó la tanda de compañeros en (Automotores) Orletti y Elena Quinteros y otra gente acá. Pensamos que nos estaban vigilando, buscando, investigando, hasta que en un mismo día caímos unos 60 compañeros. Yo tenía 19 años, estaba en primer año de la Facultad de Medicina. Mi vinculación con el PVP había sido conocer un contacto y tener una participación mínima, si se quiere, en ese momento, porque recién había establecido contacto con lo que era la resistencia contra la dictadura. Lo que había hecho fue participar en dos o tres reuniones, donde conocí a Elena Quinteros. Bueno, en ese momento yo no sabía quién era Elena Quinteros, la conocía por otro nombre. Después de junio, cuando salió por televisión todo el asunto de Elena Quinteros, ahí me di cuenta de que era ella. Pasó el tiempo y no pasó nada y entonces llegó setiembre y ahí caí. La participación mía en ese tiempo fue bastante poca, de todas formas pretendían que dijera nombres, fechas, me sacaron la agenda que yo tenía y me preguntaron por cada uno de los nombres. Lo único que supieron fue por lo que me habían ido a buscar, que ya lo sabían antes de torturarme, nada más. Cuando me detienen, me llevan directo al «300 Carlos», me enteré después que le decían así. Era un espacio enorme, que tenían dividido: para el lado de la izquierda a las mujeres y para el de la derecha a los hombres. Había muchísima gente. Inmediatamente empezaron los golpes.

Estaba vendada con una bufanda bien apretada y las manos las tenía atadas con alambre. Nos sentaban en sillas y nos asignaban un número. ¿Viste?, una busca fuerzas de cualquier lado, lo que yo pretendía era que no me destruyeran como persona y tenía como una necesidad de ubicarme siempre adónde estaba. Era como una forma de luchar contra ellos. Ellos no querían que supiera dónde estaba y yo entonces quería saber. Me levantaba la venda, hacía lo posible por ver un poco, entonces pude ver. Había una escalera para arriba que era donde interrogaban, gritaban por los números y te llevaban a torturar. En el centro había una radio con la música a todo lo que daba y policías masculinos y femeninos.

–¿Policías?  le pregunto.

–Militares  responde , policías militares. Te daban pastillas para ver si dormías y de eso yo nunca quise tomar nada, tenía miedo de que me drogaran. Con el tiempo hasta llegué a saber cuáles eran los números de la gente, porque asociaba los números con los gritos. Por ejemplo, sabía que a un número lo iba a seguir otro, porque interrogaban a uno y después al otro que tenía vinculación. Cuando no nos torturaban estábamos sentados en un colchón. No había día ni noche, porque torturaban las 24 horas, se sentían los gritos, cuando me llevaban a interrogarme veía por debajo de la venda las piernas de los compañeros que estaban colgados, pude ver a compañeros a los que les estaban haciendo el submarino».

Graciela describe así su primer encuentro con el entonces capitán Jorge «Pajarito» Silveira.

–La única vez que me levantaron la venda fue así: me sentaron en un escritorio y me levantaron la venda y era Jorge Silveira.

–¿Lo conocías?

–No, en ese momento no, pero por la voz supe que era el que siempre me interrogaba.

–¿Siempre te interrogó Silveira?

–Sí, a mí sí, en algunos momentos sentí las voces de otro, pero él estaba siempre. Era la voz que mandaba en los interrogatorios. Yo sentía gente alrededor, pero los otros no me preguntaban nada, el que preguntaba, siempre era Silveira. Un día me llamó, me hizo sentar, porque yo no decía lo que ellos querían y es que yo no tenía mucho para decir, en verdad. Pero, bueno, me llamó y me sentó en un escritorio. Me dijo que me sacara la venda. Yo pensé: si ahora me saco la venda y le veo la cara es porque me van a matar.

Me saqué la venda y me dijo: «Mirame nomás, no tengo problemas en que me mires. Esto es una guerra. Yo estoy de este lado y ustedes están del otro y yo no tengo vergüenza de estar de este lado, estoy convencido de estar de este lado. Si algún día, que no va a pasar, yo estoy del otro lado, tampoco me va importar. Yo estoy convencido de lo que estoy haciendo». No sé por qué lo hizo. No es como dice (coronel Manuel) Cordero, que el interrogatorio servía para sacar datos; creo que había mucho más que eso. Querían sacar datos, pero además querían destruirte como persona. Querían destruirte, acabar con tu ideología, como no podían hacían todo eso. Ellos veían que hacían todo eso y pasaban los años y la gente seguía en esa resistencia y en esa lucha, entonces querían destruirte como persona, volverte loco.

 

La violación

Las sesiones de tortura se sucedían, Silveira se ocupaba personalmente de Graciela y en medio de los golpes, la picana y el submarino, consistente en sumergir la cabeza del deten
ido en un bidón con agua y orín hasta que los pulmones están por estallar, le preguntaba siempre si era virgen. Graciela, en medio de aquella locura no entendía la relación de eso con las preguntas y la tortura. Lo descubrió pronto.

«Silveira una de las cosas que siempre me preguntaba era si era virgen. ¿Qué tiene que ver eso dentro de un interrogatorio? Siempre me preguntaba eso, desde el primer día, apenas llegué. Al poco tiempo supe por qué preguntaba. Porque no sólo fui torturada sino que también fui violada, por él.

–Graciela, cuando decís que te violó: ¿fue en el marco de un interrogatorio?

–No, me llevó y me violó.

–¿Había más gente?

–No sé si había más gente, sólo recuerdo su voz.

–¿Te sacó la venda?

–No, esa vez no.

–¿Estabas vendada y con las manos atadas con alambre?

–Sí.

–¿Te vino a buscar?

–No, él no te iba a buscar. Venían soldados, gritaban tu número y te llevaban a un cuarto donde estaba él y entonces cerraba la puerta. A veces yo gritaba tanto que venían otros, abrían la puerta y le decían: «¿qué es lo que está pasando?, ¿Qué le estás haciendo?». Después cerraban y Silveira seguía.

–¿Silveira te torturaba personalmente?

–Sí.

–Además de la violación, ¿Silveira te aplicaba picana, submarino?

–Sí, todo. Más que nada conmigo fueron golpes en los muslos. Con un palo o algo así que estaba recubierto. Me hacía bajar los pantalones y me pegaba en los muslos. Quedaba destrozada de las piernas, me pegaba mucho, tanto, que cuando volvía para la silla yo misma me hacía el plantón. Me quedaba parada, porque no podía sentarme, si me sentaba me dolía mucho más.

Desde los 13 años yo sabía que se torturaba, conocí compañeros que salieron que me contaron de la tortura, sabía a que estaba expuesta militando. Pero fue tanto lo que nos hicieron. Bueno, yo tenía 19 años y no me podía callar, les pegaba, los insultaba, yo qué sé.

Eso lo enojaba mucho a Silveira, me pegaba mucho y me decía: «¿Te crees que sos el Che?, sos una guacha, ¿entendes?».

Graciela explica, si eso es posible, los recursos que su mente buscó para escapar al horror y a la locura: «Me pasó una cosa medio extraña, me pasó tres veces: cuando me llevaban en la camioneta, cuando la violación y en otro interrogatorio; me pareció como que me iba del cuerpo. Como que veía las cosas de arriba, como que yo no era yo. Para tratar de mantener mi psiquis bien siempre dije que tortura era tortura. No importa si era violación, picana, submarino, colgada, violación o si era psicológica, siempre era tortura. No solamente era para interrogar, era para destrozar, no lo consiguieron conmigo, ni con muchas otras compañeras que pasaron por lo mismo».

«Antes de sacarme del 13° de Infantería me llevaron a un cuartito chiquito que tenía una cortina y me dijeron: «lea y firme». El papel decía que no había sufrido malos tratos. Yo les dije que no firmaba eso porque yo había sido torturada. Fue decirles eso y se enfurecieron, yo tenía el pelo muy largo, me agarraron del pelo, me arrastraron por todas las escaleras y me torturaron de nuevo. Me torturaron para que firmara que no me habían torturado. Al final firmé y yo me sentía muy mal, porque me parecía una traición. Después lo hablé con las compañeras en el Penal y me dijeron que no, que eso no era así, que no tenía valor».

Graciela luego de permanecer en el «Infierno grande» del 13 de Infantería fue trasladada a varios cuarteles, donde permaneció incomunicada. En uno de ellos, en el 4° de Caballería, se reencontraría con Silveira. El capitán del OCOA primero la hizo llamar y le mostró a un grupo de oficiales a la muchacha de 19 años que había violado, él se rió, los otros festejaron su hazaña. Pero luego, parece que se preocupó, Graciela no menstruaba, entonces «Pajarito» ordenó una revisación ginecológica. En realidad fue otra sesión de tortura, Graciela quedó sangrando por varios días luego de que «un hombre que dijo ser ginecólogo» la «atendió»: «tenían miedo que hubiera quedado embarazada». «Después de que salimos del Infierno –cuenta Graciela– me llevaron al 4° de Caballería, allí fue espantoso. Desde el soldado de menos rango, hasta el más alto oficial eran brutales. Estaban los compañeros, los insultaban, los degradaban. Les decían: «vieron les trajimos dos mujeres» y se reían. Nosotros estábamos en un sótano y la guardia estaba arriba, en una escalera y se comentaban entre risas las cosas que habían hecho en la tortura y que habían aprendido nuevo y eso. Seguía incomunicada. Nos llevaban una vez al baño durante el día, el resto del día teníamos que hacer ahí en un tarro.

Un día me llamaron y me llevaron a otro lugar en el cuartel, yo no sabía dónde iba. Era un escritorio, había varios militares, parecían oficiales y estaba Silveira. Me hicieron parar delante de todos esos militares y Silveira se reía y les decía: «esta es la chiquilina que les contaba» y todos se rieron. Entonces me devolvieron al sótano y a los dos días me fueron a buscar otra vez.

Me llevaron a otro cuarto dentro del cuartel y me recibió uno que dijo que era ginecólogo, que me iba a revisar. Yo no entendía por que, ¿qué iban a hacer un Papa Nicolaou en la tortura? Yo tenía 19 años y nunca me habían hecho una revisación ginecológica, fue la primera vez. Pero no fue una revisación, fue una salvajada, me lastimó mucho, estuve sangrando varios días. Yo tuve otras revisaciones y por más que te pongan especulo, no te hacen lo que me hizo ese hombre, me destrozó. Yo creo que querían saber si no estaba embarazada después de la violación. Porque yo no menstruaba, pero no menstrué durante meses, a muchas compañeras les pasaba lo mismo y se llama amenorrea de guerra.

Después me llevaron al Batallón 14°, estaba todo el día sentada en un colchón. Hasta que nos llevaron a un juez militar que me procesó y me llevaron al Penal de Punta Rieles.

Me procesaron, es cómico, por ‘atentado a la Constitución en grado de conspiración seguido de actos preparatorios'».

 

Punta de Rieles

«En el Penal de Punta Rieles –continúa diciendo Graciela– fue terrible, porque la tortura psicológica nunca paró, el hostigamiento tampoco, a todo el que pudieron volver loco, lo hicieron, buscaban destrozarte y hostigarte siempre todo el tiempo. Pero había algo muy importante, el apoyo, la solidaridad de las compañeras. Nos cuidábamos mucho.

Cuando estaba en Punta Rieles, en un celdario que era el altar, porque eso antes era un convento, había una compañera que estaba muy mal psíquicamente. Empezó a estar mal, mal y fue hostigada permanentemente. Le gritaban, le decían cosas todo el tiempo, buscaban ponerla peor, sobre todo de noche. La sancionaban, la aislaban, le sacaban la visita, trataban de que estuviera cada vez peor. Comenzó a hacer intentos de suicidio. Entonces las presas nos turnábamos de a dos para estar siempre al lado de ella, de noche dos nos quedamos despiertas porque se iba para el baño y metía los dedos en los enchufes y eso. La cuidamos durante muchos meses y ellos siempre hostigándola. Venían de noche, yo los vi, la insultaban le decían de todo, la hacían arrodillar y besarles las botas. Fue muy hostigada, por más que quisimos ayudarla era imposible luchar contra eso. Y un día cuando vino una compañera gritando que había firmado la libertad y fuimos todos a saludarla, la compañera fue al baño y se ahorcó con una cadena de
la ventana. Hicieron todo lo que pudieron para que se matara.

En 1979, otro episodio, una compañera ya había firmado la libertad, pero después de que firmabas la libertad te tenían un mes o dos más como mínimo. Después que firmó la libertad, era una muchacha joven, se enfermó, al principio parecía una gripe. Tenía mucha fiebre y como había compañeras que eran médicas o estudiantes avanzadas de medicina, pidieron por favor que la vieran. La vio el médico y le mandó aspirina. Las compañeras siguieron insistiendo a pesar de que por protestar las sancionaban, las ponían en un calabozo aisladas, siguieron reclamando que la atendieran. Pero no hicieron nada y la compañera murió. Jovencita y con la libertad firmada. Por lo que se murió de una pericarditis, las compañeras sabían que iba a morir y por eso protestaron, pero el médico dijo que no. El doctor era Marabotto».

Graciela destaca que para los oficiales, Punta Rieles era como un feudo: «era normal para ellos llevar a toda su familia, hacían fiestas en una piscina que tenían atrás, los gurises venían y nos miraban como si fuésemos monas. Barrabino era como un señor feudal, andada a caballo por el Penal y tenía un alférez que se llamaba Fajardo, que corría al lado del caballo llevándole la espada».

Graciela, recuerda muy claramente a Jorge «Pajarito» Silveira en el campo de concentración femenino de Punta Rieles.

Silveira era uno de los que permanentemente hostigaba a las presas, pero además llevaba a su familia a recorrer sus dominios. Solía recorrer las barracas y celdas con su pequeño hijo de la mano, que entonces tendría «unos dos años» y usaba la presencia del niño para hostigar y recordarles a las presas que esa edad tendría Simón Riquelo, el hijo de Sara Méndez, que estaba presa allí y tenía a su hijo desaparecido.

Sara había visto a Simón por última vez en 1976 cuando el entonces mayor José Nino Gavazzo se lo arrancó de los brazos en Automotoras Orletti , en Argentina, un lugar donde Silveira fue también varias veces a secuestrar y torturar uruguayos.

«Silveira estaba encargado del S2 (Inteligencia). Se paseaba como un señor feudal. En algunos aspectos era como un lugar de recreo. Atrás tenían una piscina, llevaban a la familia, hacían fiestas. Silveira paseaba por el penal con un nenito de la mano, que tendría dos años o algo así, era el hijo. Nosotras pensábamos que era una forma de presionarnos, era un hostigamiento en especial contra Sara, (por Sara Méndez, que estaba presa allí y tenía a su hijo Simón Riquelo, desaparecido). Silveira una vez entró a la barraca donde estábamos y con el nenito de la mano, nos lo mostró y dijo: «La edad de mi hijo debe ser la que tiene el hijo de Sara, ¿no?». Nadie le contestaba nada, ¿qué le podías contestar a algo así?».

 

«La foto: indignación»

Graciela firmó la libertad en 1980 y como había pasado hacía poco tiempo lo de la compañera que murió, la soltaron enseguida. Graciela recuerda: «ese día estaba juntando bosta de vaca y una milica dijo mi número y el de otra compañera y nos pusieron aisladas y con orden de no hablar con nadie.

No pensábamos que nos iban a soltar tan rápido, recién habíamos firmado la libertad y esperábamos estar un mes más. No dejaban que nadie se acercara, cuando nos dimos cuenta que nos soltaban, igual abrazamos a todas las compañeras que pudimos, sancionaron a varias, pero igual nos gritaban y nos saludaban».

Graciela explica, que la publicación en LA REPUBLICA de las fotos del coronel Jorge «Pajarito» Silveira, actuó en ella como un revulsivo. «La foto me provocó indignación. Parece increíble. Bueno está la Ley de Caducidad, como dicen, todo lo que quieran. Pero que este hombre haya llegado a coronel, se haya retirado como coronel, que los galones que fue ganando los fue ganando en democracia y que se los dieron por lo que hizo. Fue premiado. Fue premiado sabiendo todas las atrocidades que hizo.

El dijo una vez que no tenía miedo de estar en ese lugar, pero ahora sí tiene miedo, ¿de qué tiene miedo?, ¿de que le saquen fotos? Es muy poco hombre y ahora tiene miedo. Mientras nosotros estamos pasando por mil y un problemas, mientras hay compañeros que estuvieron 10 y más años presos que se mueren sin jubilación porque no se vota la ley para los ex presos, Silveira está jubilado como coronel. ¿De qué justicia y que amnistía hablan? Si muchos compañeros con más de 70 años no se pueden jubilar porque no les reconocen los años de presos, presos por defender la democracia, por resistir a la dictadura y a Silveira lo premian». *

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