Fracaso de un sistema devorador de ideas e ideales
Generación perdida, término acuñado por los teóricos y críticos norteamericanos para designar al grupo de escritores y artistas de entreguerra que se quedaron en Europa a hacer de París «una fiesta», poniendo de manifiesto -conscientes o no- la paradoja de un imperio sin rey, sin épica, sin intelectuales que construyeran la epopeya moderna del «gran sueño americano», y que si existía una literatura nacional, esta se venía construyendo, por el contrario, desde una épica de la negatividad, desde el fracaso, desde la pérdida y al mismo tiempo desde afuera.
La idea misma de literatura nacional de Hemingway, Scott Fitzgerald, Faulkner, Henry Miller, etc., iba más allá y a contramano de una mera demarcación de «Estado Nacional» que fija los límites de un ‘nosotros’, hacia adentro.
Afuera, más allá de las fronteras de la nación, la lengua deja de ser Estado y se transforma en «patria», en tanto revalorización utópica de una territorialidad perdida.
Algunas de estas premisas son válidas también para pensar la misma idea de «Generaciones perdidas» que utilizó Ángel Rama para definir a los escritores e intelectuales latinoamericanos que emigraron o escribieron desde el destierro (más que desde el exilio). Esto anuncia también por lo tanto el testimonio de un fracaso: de clase, de imaginario, de política, de cultura, de estado… de nación. «Generaciones perdidas».
Aún hoy en este impertinente espacio y tiempo de tercer milenio «lo perdido» quizá poco tenga que ver con un sujeto en estado de «extranjería», pero es el lugar desde donde se enuncian las pérdidas y desde el cual se intenta reconstruir ese «nosotros que ya no soy», testimonio de la caída y del fracaso de un sistema aniquilador y devorador de ideas e ideales, puesto en acto, donde día a día se instala un mestizaje de repertorios, donde, en ejemplo válido, una actriz de segunda categoría avalada por corporación económica, en intercambio de no sé qué instancias reales, de manera torpe y especulativa, llega a ser la pantalla de una megamuestra de fotografía en un paradigmático Palais de Glace, cumpliendo su centenario, con presencia de «generaciones traicionadas» de fotógrafos emblemáticos, que relevaron las imágenes del mundo, sin presencia mediática que dé a conocer su ser y estar en ese sitio: «estoy pero no existo».
«Generaciones perdidas» que responde a un plural que permite disecciones reductoras. Primero, aquellos que «perdieron» la lengua (Héctor Bianciotti, ‘Copi’, Rodolfo Wilcock y Néstor Perlongher); segundo, aquellos que «perdieron» la vida (los desaparecidos Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Roberto Santoro, Francisco «Paco» Urondo); tercero los que «perdieron la patria» (Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Osvaldo Lamborghini).
Sin embargo, es posible afirmar que hay vinculaciones entre Wilcok, Copi y Walsh, las hay también entre Santorio, Urondo y Bianciotti, etcétera.
Pero ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿cuánto hay de nosotros, «generaciones traicionadas» en aquellas anteriores generaciones?
¿En nuestra macabra experiencia de haber sido traicionados por democracias simuladas, puestas en acto hasta hoy? Traición, vale la pena aclarar, que no se agota en un paralelismo reductivo.
En Argentina, se puede hablar de «Generaciones fatalmente peronistas», y también puedo afirmar (mucho más fatalmente) «Generaciones menemistas», y «Generaciones K» en acto de construir y dar cuenta no solo desde dónde se lee sino también de a quién se lee… Los que no estamos en las listas de los que adhieren al régimen, no «somos».
Pertenecemos a la hoy «Generación perdida», y nos relacionamos con la filosofía, la literatura y la cultura de este tiempo.
En nuestra experiencia atroz destaca la ausencia de «patria», al haber sido traicionados sistemáticamente de manera brutal y borrados de esta tierra, en representaciones y prácticas de estafa, mentira y sumisión a la evidencia del crimen perpetrado, en nombre del ¿acuerdo? y ¿el nuevo orden y proyecto? ¿nacional?…desde este ‘locus’ enunciativo que en absoluto pretendo convertir en una distintividad positiva. Todo lo contrario a ello, los esfuerzos editoriales han tendido siempre a poner en tensión ese ‘locus’ con el campo autodenominado ‘intelectual argentino peronista’, excluyente y censor.
En ese sentido, y más allá de cualquier programa de lectura (explícito e implícito) que pueda y me dejen sostener, mi reflexión aviva «fantasmas» (en términos políticos-sociales-culturales) de cualquier intelectual rentado o mercenario oportunista del régimen: ¿cuál es el límite, cuáles son las ‘fronteras’ de nuestro país? ¿Qué es eso que llamamos cultura K?
Paradójico, que desde los poderes asimilados al régimen de un capitalismo fundante y perseverante de la ley de mercado, absolutamente vigente en Argentina y el planeta, a pesar de discursos embaucadores de libertad, solidaridad y fraternidad, las acciones congeladas de funcionarios y demás miembros de un gobierno, que parece retirarse de sus responsabilidades y obligaciones, para con la verdad y la libertad en sus políticas fundamentales, una inmensa sombra (esa niebla de Cortázar, un desterrado del peronismo iniciático, en «El Examen» o la de Bianciotti en «Lo que la noche le cuenta al día») da idea de opresión, de deseo fracasado: la sombra de un autoritarismo empapa la institución y las disputas del campo intelectual argentino escenifican la falta de una verdadera disputa. La canonización de la farsa es casi evidente.
Como intelectual y hombre vivo, que goza y sufre este tiempo, pertenezco a él, aún no alineándome en las filas de los negociables e imbéciles que pueblan su ‘tribu’.
Soy parte, con otras voluntades lúcidas, de la «Indignada generación perdida y traicionada», en búsqueda de un proto-suelo generacional desde el cual pretendemos (re)mover un (no) debate (in) actual…una cultura que queremos con «atributos» y sin pre-fijos.
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