Papá Noel, la motosierra y las manchas rojizas

Belu:

Todo el mundo se pregunta ¿a quién no le gusta la Navidad? ¿Y a quién podría gustarle si con cuarenta grados a la sombra tiene que meterse adentro de un caluroso disfraz de Papá Noel? Y si no que lo digan esas vendedoras de los shopping a las que les hacen ponerse esos gorritos navideños que las hacen transpirar y terminan con el rimel que baja hasta el cuello y la base del maquillaje goteando sobre las chaquetas de los uniformes.

Todo empezó cuando Florencia me avisó que su tío Cacho estaba indispuesto y yo tenía que vestirme de Santa Claus para mantenerle viva la ilusión a su sobrinito. Propuse que era inútil alargar mediante vida artificial una ilusión que estaba destinada a morir. Además, con doce años, ya es hora de que tenga otras ilusiones. Mi propuesta no prosperó. Además, es lo que tiene el delicado estatus de amigovio, hay que cuidarse el doble de quedar bien. Y si yo no estaba vestido como correspondía en esta nochebuena, seguro no iba a tener por mucho tiempo otra nochebuena (ni siestita feliz, ni nada de eso).

-Además, vos no vas a necesitar una almohada para la panza –dijo la hermana de Florencia y madre del ya no tan tierno párvulo al que había que mantenerla la ilusión. En ese momento me di cuenta que es una pena que esto no sea el lejano oeste: tener un arma a mano seguramente haría que la gente fuera más amable.

La cosa no empezó bien. Algo de consistencia extraña me apretaba el pie al querer calzarme. Ahí se acordaron que el tío Cacho había estado vomitando dentro de la bota en la última navidad y se habían olvidado de limpiarla. Pero me advirtieron que ya no quedaba tiempo y que no me preocupara porque hacía un par de semanas yo me había sacado el carné de salud. Así que, deseando no resultar contagiado por ningún germen extraño que tuvo un año para fortalecerse en secreto, ensayé mi mejor JO JO JO y me dispuse a entrar al salón donde el sobrino de Florencia alimentaba unos pecesitos con restos de empanadas.

Dicen que las buenas acciones serán recompensadas en la otra vida. Debe ser porque en ésta hay perversos polimorfos como el sobrino de Florencia que bajo la excusa de asegurarse de mi identidad comenzó a hacerme un test psicofísico. A un cuestionario que incluía preguntas cómo  cuál era mi opinión sobre la situación en oriente medio y  cómo llevaba adelante mi vida sexual rodeado de gnomos en el medio del Polo, le siguió tener que hacer lagartijas y abdominales. Intenté negarme, pero los presentes insistieron en que complaciera al niño.

Deseaba terminar pronto mi participación, no tanto por el calor dentro del traje sino para no tener que contemplar el triste espectáculo de ver como con una sonrisa socarrona el hermano de Florencia y sus amigotes se bajaban el whisky que yo había llevado y se devoraban las mejores porciones del lechón que yo había estado asando mientras me llenaba de olor a humo.  Pero no contento con eso le joyita del hermano mayor de Florencia se quería sacar de encima los horribles sándwiches que su señora madre compra dos días antes porque dice que así evita el loquero de la panadería el día de las fiestas.

-Tomá, dale al señor. Convidalo, si no va a pensar que sos un maleducado –decía mientras estiraba el brazo para ofrecerle a su sobrino un plato donde se apilaban unos sandwiches resecos con las puntas levantadas. No sé si es verdad que Newton descubrió la ley de la gravedad cuando una manzana se le cayó en la cabeza, pero no veo razones para que Einstein no hubiera descubierto la curvatura del espacio-tiempo mirando una de estas fetas de pan.

Me iba a negar a engullir eso que hasta  el Boby, el perro de la familia, rehuye con singular esmero. Pero Florencia me hacía señas para que comiera y estaba tan linda con ese vestido de gasa semitransparente que, pensando en lo que mi gesto podía ayudarme a conseguir, me comí cuanto pude del mentado plato. Pedí si no me daban algo de tomar y cuando estiré la mano hacia la botella de whisky me dijeron que no podía beber si tenía que conducir un trineo cargado de juguetes. Y alguien agregó que no era un buen ejemplo para un niño que yo tomara bebidas alcohólicas. Así que me sacaron el vaso y me dieron un refresco semicaliente de sospechoso color -producto de colorantes artificiales- y que en la tapa del envase tiene el poco tranqulizador mensaje que en caso de consumo prolongado hay que consultar al médico.

Por fin, aunque con un poco de náuseas por la ingesta, pude terminar mi actuación y me retiré pacientemente a esperar a Florencia a la vuelta de la esquina, como habíamos acordado. Aunque demoró, finalmente la vi aparecer y esperaba que estuviera locamente agradecida conmigo. Pero me dijo que su sobrino insistía en que era yo el que me había disfrazado de Papa Noel ya que era el único que no estaba en la casa en ese momento. Así que ahora no podía volver ya que si lo hacía él se daría cuenta de todo. También me dijo que no me preocupara por ella porque iba a salir a bailar con un ex novio que la había llamado hacía un rato. Y así, sin dejarme decir palabra la vi desaparecer con su vaporoso y sensual vestido de gasa. Y tuve que volver a mi casa caminando, unos seis kilómetros de distancia. En el camino no pude dejar de recordar al despreciable sobrino de Florencia y a su despreciable hermano y no pude dejar de pensar que se ambos estaban complotados para hacerme padecer. Tampoco pude dejar de pensar en la navidad del próximo año, donde me encantaría hacer de Papá Noel para tener el placer, en el momento de entregar los regalos, de sacar una poderosa motosierra. Después de todo, las manchas rojizas se disimulan bastante bien en el color del disfraz de Santa.

Besos.

Helerny

Pd: A la madrugada sentí una puntada y fui a la Emergencia. Después de un par de dosis de inyectables me dijeron que mi pie y mi estómago evolucionaban satisfactoriamente y que no tendrían que cortar nada.

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