La palabra de Dios por Twitter

Figura clave de ese movimiento es el dinámico cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, uno de los purpurados más abiertos y emprendedores del pontificado de Benedicto XVI.

Desde el 20 de junio envía diariamente twits con frases de la Biblia adaptadas a la situación actual o con reflexiones interesantes.

El 29 de noviembre pasado sorprendió en Twitter con una frase célebre del fallecido Karol Wojtyla: «No hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza».

Según el vaticanista Paolo Rodari, del diario Il Foglio Quotidiano, al menos cuatro cardenales suelen comunicar en Twitter sus impresiones: el brasileño Odilo Scherer, el estadounidense Sean Patrick O’Malley, el italiano Angelo Scola y el sudafricano Wilfrid Fox Napier.

El mismo papa Benedicto XVI envió el 28 de junio pasado desde un Ipad un twit con la bendición de la nueva página Internet del Vaticano.

Pese a ello, Benedicto XVI, que suele escribir sus discursos a mano, no envía mensajes con Twitter por ahora.

Para Richard Rouse, un laico encargado de desarrollar la presencia de la Iglesia en las redes sociales, lograr que se escuche la voz de los católicos a través de blogs y twits es un asunto a la vez indispensable y delicado.

«No nos podemos quedar de lado a mirar, pero tampoco podemos depender de las redes sociales, que nacen, se entrelazan y desaparecen», comentó.

«Hay que tener criterio y ser amigos de todos sin estar atado a alguien en particular», sostiene al resumir el lema de los católicos en los nuevos medios de comunicación.

Para el experto, el lenguaje de la Iglesia «está prisionero en un mundo de conceptos que la gente ya no entiende» y sobre todo «no llega a un público amplio». El modelo de comunicación con Twitter «directo y llano» constituye un verdadero desafío. El purpurado italiano, conocido por ser un hombre con amplia cultura e intereses y que tiene un blog en el diario Il Sole 24Ore, sostiene que en las redes sociales reina un «fermento fecundo» pese a lo que puede considerarse inicialmente como «degradación de las culturas».

«La mayoría se opone a toda forma de monopolio sociocultural y a que se imponga la globalización», subraya.