Ultimo zar canonizado por ortodoxos
El 17 de julio de 1918, Nicolás II y su familia fueron ejecutados a balazos por los revolucionarios en Ekaterimburgo (Urales).
Nacido el 6 de mayo de 1868 en Zarskoye Selo, la residencia de los zares, próxima a San Petersburgo (luego Leningrado), Nicolás II tenía 26 años cuando sucedió en el trono a su padre, Alejandro III, el 1 de noviembre de 1894.
«Nunca quise ser Zar, no conozco nada del arte de gobernar», confesaba entonces el joven soberano, ocupado en preparar su boda con la futura zarina, Alejandra Fedorovna, que tendrá un papel clave en su vida.
Continuando con la política europea de su padre, Nicolás II confirmó la alianza franco-rusa y propuso a todas las potencias una reducción de armamentos. Pero, en 1904, hizo entrar a su país en guerra con Japón, la que culminará al año siguiente con una gran derrota rusa.
El régimen zarista, socavado por dicho desastre y por los primeros sobresaltos del comunismo, entró en un período de represión social, en el que Nicolás II se ganó el apodo de «El sanguinario».
Entre los episodios más oscuros de esos años se cuenta el «domingo rojo» de San Petersburgo, el 22 de enero de 1905, cuando el ejército abrió fuego indiscriminadamente contra una manifestación de unos 100.000 obreros, hombres y mujeres.
Luego, vino la masacre de los trabajadores en huelga en las minas de oro de Lena, en Siberia, en abril de 1912, que laboraban en durísimas condiciones.
Es además la época de poder sobre la pareja imperial del siniestro Grigori Rasputín, un monje loco y depravado, que ejerció una influencia desmesurada sobre todo en la zarina, consiguiendo –gracias a su extraño poder de sugestión– aliviar los sufrimientos de su hijo Alexis, que era hemofílico.
Rodeado de individuos sin escrúpulos, explotando a fondo el carácter indeciso del soberano, el temido Rasputín reinó en la corte zarista.
Su asesinato, en diciembre de 1916, ocurrió demasiado tarde: el zar ya había perdido la confianza en sus consejeros y el respeto del pueblo. Rusia se aproximaba a la revolución. El último de los Romanov abdicó el 2 de marzo de 1917, dejando vía libre a los bolcheviques.
El Zar, su esposa y sus cinco hijos serían arrestados días más tarde y ejecutados sumariamente, a balazos, un año después, junto a otros miembros de su séquito (su médico y su empleada doméstica).
Sus restos y los de gran parte de su familia fueron exhumados en 1991, siendo inhumados en gran pompa y con el entero aval estatal de la nueva Rusia el 17 de julio de 1998 en la iglesia de la fortaleza de Pedro y Pablo, en San Petersburgo.
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