A 40 años del golpe en Chile: la realidad de los crímenes superó la ficción
Desarrolló armas químicas para exterminar a opositores, planificó el primer atentado terrorista en Washington, se alió con exnazis, montó apariciones de la virgen: los crímenes y las tretas de la dictadura de Augusto Pinochet superaron la ficción.
Transcurridos 40 años del golpe de Estado que dio inicio a su dictadura, el 11 de septiembre de 1973, asombran aún la crueldad y los crímenes de un régimen que se saldó con más de 3.200 víctimas y 38.000 torturados.
«Nos quedamos cortos. Esta máquina era mucho mayor de lo que imaginábamos», dice a la AFP la periodista Mónica González, una de las mayores investigadoras de las violaciones a los derechos humanos en la dictadura de Pinochet.
«No solamente hubo una selección y asesinatos masivos, sino que también había uso de armas químicas y del terror en diferentes áreas. Es bien impresionante y todavía no nos dejamos de sorprender», agrega.
Un año después del golpe, Pinochet mandó asesinar a quien lo había antecedido en la jefatura del Ejército y recomendado su nombre a Salvador Allende: el general Carlos Prats, un hombre con una brillante carrera militar, que murió junto a su esposa Sofía Cuthbert al estallar una bomba adosada a su automóvil en Buenos Aires.
El doble asesinato fue la antesala de la macabra Operación Cóndor, una confabulación de las dictaduras del Cono Sur para eliminar opositores ideada por Pinochet.
Pero dos años después, fue mucho más allá: el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca, en la capital estadounidense, otro coche bomba acabó con la vida del excanciller chileno Orlando Letelier y de su secretaria estadounidense Ronnie Moffitt.
Hasta antes de los ataques al Pentágono, en Washington, y las Torres Gemelas, en Nueva York, en 2001, el atentado a Letelier era considerado el primer acto terrorista en suelo estadounidense.
Campos de concentración
Letelier había llegado a Estados Unidos tras permanecer detenido junto a otros miembros del gobierno de Allende en una remota e inhóspita isla del Estrecho de Magallanes, donde Pinochet construyó un campo de concentración similar a los usados por los nazis para mantener cautivos a prisiones políticos.
Sergio Bitar, exministro de Minería de Allende, recuerda sus días en Isla Dawson: «Yo veía la construcción que ya estaba cuidada por torretas con militares armados, alambrado, perros y cabañas para nosotros, igual que en las películas nazis», explica a la AFP.
«Era una pesadilla horrible. No sabías cuánto iba a durar, de qué te acusaban y si te iban a matar o no«, agrega.
Con temperaturas bajo cero, los prisioneros eran sometidos a trabajos forzados y vivían hacinados.
Pero Pinochet no sólo se inspiró en los nazis para hacer sus campos de concentración, sino que recurrió a uno de ellos para encubrir torturas y desapariciones.
Paul Schafer, un ex enfermero nazi del Ejército alemán que llegó a Chile en 1961, colaboró con Pinochet para recluir, torturar y enterrar a opositores en el enclave que construyó en el sur del país, bautizado de «Colonia Dignidad».
En este lugar, Schafer sometió por décadas a cientos de ciudadanos alemanes y a sus descendientes, y abusó sexualmente de niños.
Armas químicas
La dictadura desarrolló también armas químicas, como el gas sarín, y los perfeccionó de la mano del químico Eugenio Berríos.
Berríos fabricó sarín, soman y tabun, para ser usados en conflictos con países vecinos y contra opositores, según la investigación de Mónica González.
El químico fue asesinado en 1991 en Uruguay por militares uruguayos confabulados con la dictadura chilena para borrar los rastros de esos crímenes.
La justicia chilena encontró restos de sarín en el cuerpo del expresidente Eduardo Frei Montalva, muerto por una sorpresiva septicemia tras una operación rutinaria, en 1982, cuando empezaba a liderar una incipiente oposición.
Se investiga, además, si la muerte del poeta comunista y premio Nobel, Pablo Neruda, pocos días después del golpe y antes de partir al exilio, al ser sometido a un tratamiento contra el cáncer de próstata que sufría en el mismo hospital de Santiago, que pudo ser causada también por envenenamiento.
«En el uso de gas sarín y toxina botulínica no tenemos toda la cantidad de muertos», dice Mónica González.
La virgen de Peñablanca
Cuando comenzaron a sentirse las primeras protestas contra su régimen, a inicios de los 80, Pinochet buscó distraer a la población con unas misteriosas apariciones de la Virgen a través de un niño vidente.
Las apariciones en el pequeño poblado de Peñablanca llegaron a congregar hasta 100.000 fieles.
El sacerdote Jaime Fernández fue designado por la Iglesia para explicar las apariciones. Al poco tiempo, descubrió que todo era una farsa de la dictadura.
Según cuenta a la AFP, el niño repetía lo que los servicios secretos le pedían -tanto mensajes católicos como críticas a la Iglesia-, mientras ellos quemaban paja y gasolina con una avioneta, formando nubes de humo.
Para el sacerdote, fue todo un «espectáculo de carácter político. Un abuso en relación a la credulidad y la fe de la gente sencilla. Perdió la cabeza Pinochet». AFP
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