Un uruguayo en Japón: un año después de la tragedia
Al llegar el primer aniversario del terremoto, la explosión del reactor nuclear y la fuga de radiactividad de la planta de Fukushima, es buen momento para hacer un balance, por lo menos de cómo ha afectado a la población en este año.
Primero que nada, el pueblo japonés está acostumbrado a las peores tragedias imaginables: Tifones devastadores, inundaciones, a veces a causa de estos, a veces no, olas de calor, nevadas muy copiosas, porque el clima es continental, bien extremo, corrimientos de tierra, tsunamis (es palabra del japonés antiguo, significa «muchas olas») y cuanto desastre natural haya es moneda corriente en Japón.
Para tener una idea, se cuenta que durante el mundial de 2002 un par de turistas extranjeros estaban tomando café en el bar de un hotel, y de repente se oyó un ruido que parecía que el hotel se iba a venir abajo. Le preguntaron desesperados a un empleado que hablaba inglés qué era eso. Este, viendo todo como usual, con total naturalidad les dijo: «no se preocupen, es un terremoto», y siguió en lo suyo. A los pocos segundos vino una réplica, es decir otro terremoto, solo que más fuerte. El empleado ni se inmutó, solo limpiaba las mesas.
Un pueblo sufrido
Se estima que muchas leyendas de diablos que atacaron a cierta región son en realidad relatos sobre desastres naturales adaptadas a la gente de esa época, y al pasar de generación en generación se han deformado en lo susodicho, lo que para un uruguayo serían tradiciones fantasiosas.
Y todavía quedan las heridas de la segunda guerra mundial, y ni hablar, saltan a la mente los nombres de Hiroshima y Nagasaki y sus bombas atómicas.
Japón ya sabe que esos desastres van a pasar, siempre están listos para sorpresas feas de parte de la naturaleza. Por eso al pueblo se le enseña siempre a no perder la sonrisa y la ética, y se dan muchas instrucciones al respecto. Desde el jardín de infantes se les da una almohadilla para sentarse, ellos lo hacen en el piso, y esta también se puede transformar en casco protector. Hay ensayos de cómo usarlos muy a menudo. Y a medida van creciendo se les sigue enseñando reglas de seguridad. Son unos ninjas para defenderse de los desastres naturales.
De modo que esta tragedia, si bien fue algo excepcionalmente grande, Japón, fiel a su costumbre, se está levantando de este durísimo golpe, y, como siempre, trata de hacerlo con más fuerza que antes. Se están removiendo los escombros y la chatarra, se siguen recuperando cuerpos, aunque en realidad ya son esqueletos, y a medida que van pudiendo van reparando todo, a veces permanentemente, a veces provisoriamente. Esto último es dejado para mañana; ahora bien, se puede estar seguro, mañana lo van a arreglar defintivamente.
Un detalle: gran parte del trabajo de las reparaciones es hecho por voluntarios. Es decir, gratis.
Las radiaciones
Pero el tema que más nos saca el sueño es, por lejos, la radiactividad. Hasta Tokyo llegó esta. Se había dicho que sembrando girasol se podía arreglar todo o casi todo. Lo hicieron. Resultado: no da resultado, si hubo cambios en las lecturas fueron mínimos. Hay que buscar otras salidas. Se dice que plantar marihuana es efectivo para descontaminar el área, pero no hace falta ser muy imaginativos para entender por qué ni siquiera se lo plantearon.
Resulta obvia la idea de, por ejemplo, hacer lo que se hizo en Chernobil: abandonar el área. Pero recordemos que Japón es un país relativamente pequeño en superficie, 377.835 kilómetros cuadrados, y más de dos terceras partes de su territorio es bosque, es el país más boscoso del mundo, más que Brasil, y el estado tiene a la naturaleza muy bien protegida, los bosques son casi intocables. Y el pueblo así lo quiere. En otras palabras: Japón tiene más de 300 hab/km2; pero con estos datos se puede concluir que las áreas pobladas tienen cerca de 1000 hab/km2.
Para tener una idea, Uruguay solo tiene unos 18 hab/km2 y solo un 2% del territorio es inaprovechable; los comentarios huelgan. La ex U.R.S.S, o la actual Rusia tiene más que suficiente territorio para habitar. Ellos ni se preocupan por dónde reubicar a los pobladores, es solo ir a un lugar descampado y fundar una ciudad. Y los japoneses, al igual que los árabes que viven en Israel, quienes luego de los atentados terroristas ponen inscripciones diciendo «we will not go (no nos vamos a ir)», no quieren dejar su terruño, es más, quieren volver lo antes posible a sus casas. Y el estado los apoya. Sirve como ejemplo el hecho de que en lugares alejados como Osaka, a unos 800 km, el precio de las casas y los alquileres no varió en nada, es decir que casi no hubo demanda extra.
La mayoría de los afectados se quedaron cerca de donde estaban, en refugios, casas prefabricadas y/o casas de parientes. Y en Tokyo, a menos de 400 km aumentó la demanda, pero no mucho.
Lo que se hizo fue cortar todo el pasto, podar los arboles, envolver todo en bolsas de nylon y enterrarlo. Se estima que eso es seguro. Se estima…
De todos modos se anotan bien los enterramientos por si en el futuro algo surge.
Un antes y un después
También se lavaron las paredes exteriores y los techos de las casas con agua a presión. En los patios, calles y veredas se rascaba el suelo, sacando una capa de cerca de un milímetro de espesor. Eso reduce o elimina las radiaciones de modo que esos lugares se hagan habitables. Por otro lado, hasta con ciertos celulares no muy caros y relativamente comunes, se pueden medir las radiaciones y ver si cierto lugar es peligroso o no.
De todos modos los pobladores que viven en zonas afectadas pero no a un nivel que haga que sean obligados a trasladarse andan con mascaras para polvo, para evitar inspirar radiaciones. No se quieren ir.
Para muchos eso puede parecer insuficiente para que dejemos de preocuparnos. Pero recordemos que aunque las antes mencionadas bombas atómicas también esparcían radiactividad, las lecturas de niveles peligrosos son cosas del pasado. Japón tiene experiencia en eso. Y una vez ya salió airoso. Dicen que van por la segunda.
Un detalle es que en este momento en el que el yen está tan alto resulta obvio pensar que lo que Japón puede hacer es imprimir billones de yenes, ayudar de esa manera a los damnificados y a las empresas, reducir el precio de su divisa, aumentar las exportaciones, y cosas por el estilo, es decir jugarse una carta muy poderosa. Pero, según nos dijo un economista que prefiere el anonimato, pasa lo de siempre… Estados Unidos no lo permite.
Con esta somera evaluación no queremos decir ni mucho menos que ese desastre no fue tan duro. Fue inimaginablemente doloroso para todas las partes en el país y en el exterior; hasta los uruguayos sufrimos mucho al enterarnos del desastre, por la desgracia ajena. Pero también, es bueno ponerse al día, no vivir de datos pasados.
De todos modos, luego de esto, Japón nunca va a volver a ser lo mismo.
Por último, una reflexión: cabe la pregunta de por qué Uruguay, con los medios naturales que tiene no es más poderoso… Porque tiene un clima muy benigno, no hay tsunamis, erupciones volcánicas, terremotos, las tormentas grandes son relativamente raras, en fin, es un paraíso natural. Cuando la sequía pasada varios entendidos desde el exterior trataron de ofrecer sus servicios al estado para hacer llover, pero el MGAP no se interesó, simplemente esperó a que cambiara el clima, que de veras lo hizo.
Sucede que Uruguay lo tiene todo. Japón lo tiene todo en su contra.
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