Análisis

Ataque israelí a Irán no es tan sencillo como parece, explican expertos

El dicho «perro que ladra no muerde» podría aplicarse a Israel. Este país no puede esperar otro golpe como el de 1981, cuando un ataque aéreo le permitió destruir el reactor Osirak en Al-Tuwaythah, al sur de Bagdad.

Irán está advertido de la capacidad de Israel y de la precisión de las municiones con que cuenta, de fabricación estadounidense. El programa nuclear iraní se encuentra disperso entre 12 y 20 sitios diferentes en un extenso territorio, en instalaciones construidas para resistir ataques y protegidas por modernos sistemas rusos de defensa antiaérea.

Se cree que el elemento más crítico del programa iraní se encuentra en Natanz, en el centro-oeste de ese país. El corazón de esa estructura es el área centrifugadora, situada en una sólida construcción subterránea.

Incluso si Israel limita sus objetivos, debería bombardear otros lugares además de Natanz. Por ejemplo, la nueva planta de enriquecimiento de combustible nuclear de Fordow, cerca de la ciudad noroccidental de Qom, adonde los iraníes han llevado 3,5 por ciento del uranio enriquecido de Natanz, construida dentro de la ladera de una montaña y muy fortificada.

Hay también una planta de conversión de uranio en Isfahan, ciudad del centro-oeste, una central de agua pesada que se está construyendo en la occidental ciudad de Arak y fábricas de centrifugadoras en las afueras de Teherán.

En línea recta, Natanz está a 1.609 kilómetros de Israel. Puesto que los dos países no comparten fronteras, los cazas o misiles israelíes deben sobrevolar espacio aéreo extranjero, y quizás hostil, antes de llegar a su objetivo.

El método menos riesgoso de atacar Natanz es con misiles balísticos de medio alcance, como los Jericó II o III. Pero, para recorrer esa distancia, los misiles deben cargarse con ojivas de peso limitado y es dudoso que estas tengan el poder de penetrar lo suficientemente hondo bajo tierra para lograr el grado de destrucción que se busca.

Un operativo de la fuerza aérea, con cazabombarderos estadounidenses, es la opción más probable. Los israelíes cuentan con 25 aviones F-15I y con unos 100 jets F-16I.

Los F-15I pueden transportar hasta cuatro toneladas de combustible, que les permiten volar unos 4.450 kilómetros. Y si repostan en el aire, el alcance es mayor. Estos cazas pueden llevar una amplia variedad de armamento, como misiles, explosivos teledirigidos y bombas de caída libre. En total, transporta unas 10 toneladas de municiones.

El F-16I tiene una autonomía de vuelo que permitiría a las fuerzas israelíes atacar algunos objetivos dentro de Irán sin necesidad de repostar combustible.

Si la opción es aérea, la pregunta es cómo llegarán los cazas desde sus bases en Israel a objetivos situados muy adentro del territorio iraní.

Podrían volar sobre Arabia Saudita o Iraq, e incluso sobre Jordania. Cualquiera de esas rutas tiene una extensión de 1.931 kilómetros.

Sobrevolar territorio de Arabia Saudita requiere partir desde el sur de Israel, ingresar al espacio aéreo saudita desde el golfo de Aqaba o desde Jordania, volar 1.287 kilómetros hasta el Golfo y luego otros 483 kilómetros en cielos iraníes.

Los aviones serían detectados por los sauditas. No está claro si sus fuerzas podrían, o querrían, detenerlos. Si es real el temor de la casa real al desarrollo nuclear iraní, quizás hagan la vista gorda.

Si la ruta elegida fuera Iraq, las aeronaves deben salir desde el sur, atravesar entre 483 y 644 kilómetros del espacio aéreo saudita, o una parte del de Jordania, e ingresar cuanto antes a cielos iraquíes, volar 805 kilómetros hasta el Golfo y luego hacia el objetivo.

Ingresar a Irán desde Iraq sería complejo políticamente. Si bien las tropas estadounidenses ya no están en suelo iraquí, atravesar su espacio aéreo no es posible sin el conocimiento y, sobre todo, sin el permiso de Estados Unidos.

El punto clave es si los cazabombarderos israelíes pueden llevar a cabo su misión sin repostar combustible.

El radio de combate –la distancia que un avión puede volar de ida y vuelta– es difícil de calcular y depende del peso de las armas, los tanques externos de combustible y el tipo de misión, entre otros factores.

La estimación más afinada del radio de combate de los F-15I y F-16I, equipados con tanques de combustibles conformables –empotrados en el perfil de la aeronave–, dos tanques externos en las alas y una carga de armamento decente, es de unos 1.609 kilómetros.

Cualquiera de las dos rutas mencionadas arriba es unos 322 kilómetros más larga. Para cubrir ese trayecto, los cazas podrían equiparse con otro tanque externo de combustible, pero debería aligerar su carga de armas. Con la precisión que tiene el arsenal israelí, esto no sería un problema.

Sin embargo, si el avión es detectado e interceptado, los pilotos tendrán de deshacerse de los tanques para poder repeler el ataque. Y arrojar el combustible les impedirá llegar al objetivo.

Repostar en el aire es una complicación para los israelíes. En los últimos años compraron cinco aviones de transporte C-130 y entre cuatro y siete aviones cisterna Boeing 707. Pero cualquiera de estos tendría que asistir a los cazas en espacio aéreo hostil. El 707 es una enorme aeronave desarmada, muy vulnerable a la defensa antiaérea.

En teoría, Israel podría hacer todo esto. Pero corriendo un gran riesgo de fracasar. Si decide atacar Natanz, deberá infligir daño suficiente en la primera ocasión, y probablemente no pueda efectuar bombardeos posteriores a otras instalaciones.

La pregunta última es, desde luego, qué pasará cuando los cazas hayan retornado. ¿Irán no sería capaz de reparar el daño y acelerar su programa nuclear? ¿O Israel da por sentado que Washington tomará de su mano la posta e iniciará una guerra de larga duración contra Teherán?

IPS

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