Svetlana cuenta que fue forzada a acostarse con 15 clientes por noche

La industria del sexo se nutre con la pobreza de mujeres ucranianas

Stefan Korshak – Kiev, DPA

Las pasajeras, dice Samolevska, son en muchos casos jóvenes idealistas de pequeñas aldeas que se criaron en familias pobres. Tras graduarse de la secundaria, muchas salen del país, siguiendo las imágenes de los medios de comunicación occidentales en las que parece que mujeres atractivas tienen una vida fácil allí. Unas 500 mil mujeres dejan Ucrania cada año, estima el propio gobierno en Kiev. Pero pocas hacen fortuna.

La mayoría vuelve con ahorros ganados en empleos como lavaplatos, camareras, niñeras o cualquier otro trabajo humillante. Sin embargo, otras 200 mil mujeres ucranianas entran cada año en la industria de sexo, gestionada en su mayoría por el crimen organizado, señala el vice primer ministro ucraniano Mykola Zhulynsky. «Cada día el negocio internacional del sexo destruye la vida de cientos de jóvenes ucranianas», afirma.

Algunas chicas en el bus, coinciden Zhulynsky y Samolevska, tendrán que entregar con casi total seguridad sus pasaportes a hombres del crimen organizado. Temerosas de la policía y sin conocimientos de idiomas occidentales, algunas se harán de forma voluntaria prostitutas. Otras acabarán como esclavas sexuales en un burdel.

En el mes de junio, un foro internacional sobre el tráfico internacional de mujeres se reunió en Kiev para debatir sobre el problema. Expertos pronunciaron discursos y representantes de distintos gobiernos, encabezados por Estados Unidos, anunciaron planes para coordinar mejor los esfuerzos para implementar las leyes en el futuro. Pero mientras, miles de mujeres ucranianas sienten que el trabajo humillante que tuvieron que ejerecer en el pasado les ha destrozado el futuro.

Experiencia del horror

Natasha, de Odessa, es una joven mujer radiante, con el cabello rubio y un cuerpo escultural. Su primer trabajo fue de camarera en un crucero en el Mediterráneo, donde rápidamente aprendió que hombres extranjeros estaban dispuestos a pagar dinero por acostarse con ella. Hoy, Natasha trabaja en un casino en la República Checa. Cuando vuelve a su casa en Odessa, ella representa la típica imagen de la prosperidad postsoviética: morena, delgada y con muchas joyas en el cuerpo. Pero el éxito tuvo su precio.

«¿Un hogar, un marido, una familia? ¡Olvídalo!» dice la joven de 24 años. «Yo voy a vivir bien hasta que sea vieja y fea o tenga alguna enfermedad y después morir», cuenta. Eso es lo que le pasó a Sofía, otra rubia de una aldea del este de Ucrania, una región minera especialmente deprimida y pobre. Tras terminar la secundaria en 1997, no pudo encontrar trabajo y por eso mandó su foto a distintas agencias de matrimonio.

Finalmente, se casó con un hombre yugoslavo y se fue del país. Sus padres desempleados pensaban que su hija había conseguido salir de la miseria y que estaba llevando una buena vida, amor y felicidad en Serbia. Pero la policía ucraniana e Interpol descubrieron que el marido de Sofía la había vendido a una banda albanesa que la había estado prostituyendo durante más de un año. Cuando un grupo rival trató de tomar el control del burdel en Montenegro donde Sofía, de 19 años, trabajaba, se desató un tiroteo y la joven ucraniana murió de un balazo.

Svetlana, otra preciosa mujer rubia, formada en la Universidad de Kiev en Artes, sobrevivió a su experiencia en el exterior. Como mujer divorciada mantuvo a sus hijos viajando a Polonia, comprando bienes de consumo baratos y vendiéndolos en Ucrania con una modesta ganancia. En sus viajes, Svetlana descubrió que podía ganar mucho más dinero bailando como chica go-go en bares de Alemania. Cuando entregó su pasaporte a sus jefes en un establecimiento en el estado federado de Sajonia, éstos la pasaron a la mafia del sexo.

A continuación fue vendida como un animal seis veces antes de conseguir volver a su casa en Ucrania. Svetlana cuenta que fue forzada a acostarse con 15 clientes por noche en distintos bares en la capital kosovar de Pristina, en Alemania, los Emiratos Arabes Unidos y Japón. «A veces las puedo reconocer dentro de grandes grupos de personas. Son mujeres muy guapas, pero sus ojos son duros, sin alegría», cuenta la asistenta social Natalka Samolevska.

Nadie sabe con exactitud cuántos cientos de miles de Svetlanas y Natashas ha creado la industria del sexo en la última década, pero los asistentes sociales en Ucrania informan que sólo en 1999 se triplicaron las denuncias por prostitución forzada. Y mientras, cuenta la gente, en las bodas en los Cárpatos ucranianos muchos hombres tienen que bailar solos, porque tantas mujeres se han ido a Occidente.

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